El peligro e Importancia de Suponer

Por Carlos Francisco Restrepo P

No fue extraño que al volver a casa de una fiesta infantil mi hijo trajera consigo un pollito vivo; el animalito era como se supone que deben ser los pollitos: vulnerable, amarillo y esponjoso[1]. Al examinar los hechos, el frío de Bogotá, el que no tuviera su mamá gallina a su lado y la propia fragilidad del animalito, yo no hubiera apostado ni un centavo a que el animal lograra sobrevivir más de una semana, y si a esto se le suma mi propia experiencia de niño en la que ningún pollo que yo hubiera llevado a mi casa sobrevivió por más de 3 días, la verdad es que no había grandes expectativas de vida. Lo que nunca imaginé era que al segundo día mi hijo lanzara el animal con todas sus fuerzas por el aire y que en su caída el pobre pollo terminara chocando con una puerta. Al llegar a la escena del desastre, luego de escuchar el llanto desconsolado del niño, me encontré con el animalito tendido en el suelo, con el cuello torcido, apenas respirando. Al interrogar a mi hijo sobre lo sucedido, este señaló: “Es que yo supuse que sabía volar”

Es curioso que a tan corta edad haya usado la palabra “supuse”, por cuanto un supuesto es en esencia una hipótesis que creemos válida sobre algo o una conjetura sobre lo que consideramos cierto, y, desde tal lógica, es aquello que sustenta o fundamenta la verdad de una afirmación o justifica una acción. Por tanto, los supuestos subyacen a muchos aspectos de nuestro comportamiento y de nuestro actuar, son las columnas sobre las cuales edificamos nuestra verdad.

Demasiado sofisticado para un niño de 4 años. Quizás lo que mi hijo quería decir era que el creía que, por ser aves, los pollitos sabían volar. El caso es que fue tal “suposición” la que lo impulsó a lanzar el animalito por los aires.

De forma similar ocurre en el mundo organizacional, y no me refiero a pollitos voladores, sino al uso (quizás abuso), de la palabra supuesto y de sus derivaciones “supuse” o “suponía”. Por ello, frases como, “Yo supuse que estaba enterada”, “Yo suponía que eso era su responsabilidad”, “Yo supuse que el cliente había pagado”, “Yo suponía que se habían preparado” o “Yo supuse que se hacía de esta manera”  y muchas otras de carácter similar, aparecen con mucha frecuencia a la hora de dar explicaciones, evadir responsabilidades o en situaciones de conflicto, pero también en las sesiones de revisión estratégica, en reuniones de seguimiento a proyectos y en las rendiciones de cuentas.

Si bien parece tan común, quizás aparece demasiado poco (o brilla por su ausencia), en el análisis de decisiones, en las sesiones de planeación, en el diseño de proyectos o en los espacios de aprendizaje.

Y es que toda decisión trae implícitos unos ciertos supuestos y toda definición estratégica se construye a partir de unos ciertos supuestos; y las hipótesis que dichos supuestos contienen describen un determinado escenario que estimamos o creemos (o sentimos), va a darse. Es decir, los supuestos nunca son páginas en blanco, contienen una determinada interpretación de la realidad y por tanto una “apuesta” sobre lo que está ocurriendo o podría ocurrir. Y, aunque muchas veces todo salga tal y cómo se había previsto y nuestros supuestos se cumplan, a menudo la realidad cambia el libreto y por ende las situaciones previstas se presentan de manera diferente.

Dicho de otra manera, la realidad está llena de incertidumbres.

Revisemos un poco más esta idea: Si cada decisión tomada, aún la más estudiada, conlleva un cierto factor de incertidumbre, dicha incertidumbre habita en los supuestos que soportaron la decisión, ya que ellos contienen nuestra interpretación de la realidad. Ello representa un riesgo para el logro de lo planeado, riesgo que debería ser visibilizado y considerado desde la planeación misma, en el análisis de cada decisión.

En consecuencia, si no somos conscientes de los supuestos que influencian nuestras decisiones, no podremos evaluar la probabilidad de ocurrencia del escenario que describen, ni identificar situaciones que pudieran cambiar dicho escenario, o identificar y considerar otros escenarios posibles, ni mucho menos gestionar los riegos que ello conlleva. Así, nuestras posibilidades de lograr lo que esperamos, estarán limitadas por nuestros supuestos.

Por ello la cuestión ¿qué tan conscientes somos de los supuestos que influencian las decisiones que tomamos? resulta de la mayor importancia para cualquier directivo y cualquier organización. Y, por tanto, cualquier proceso de planeación o análisis de decisión que no considere los supuestos será incompleto.

Quiero enfatizar en la importancia de suponer, lo considero algo necesario para llenar los vacíos que la incertidumbre nos plantea. No debe pensarse en que es algo malo, lo malo, como hemos visto, es no hacerlo de forma intencional, es decir, no ser conscientes de los supuestos que usamos. Quienes entienden esto toman mejores decisiones y dejan menos al azar, pues consideran la diversidad de escenarios que se originan en sus supuestos y reflexionan en torno de dichos escenarios para generar nuevos supuestos a partir de más y de mejor información, supuestos más sólidamente fundamentados. Quienes entienden esto, comprenden que planear no se trata de definir el futuro, ni mucho menos adivinarlo, sino de prepararse para enfrentar las múltiples posibilidades que en éste habitan, para avanzar más firmemente hacia donde quieren llegar. De lo que se trata entonces es de aprender a generar mejores supuestos.

De esta comprensión surge la prospectiva, que no es otra cosa que el arte de suponer con un sustento técnico, a partir de datos y hechos, pero también de opiniones y experiencias e incluso de intuiciones, pero de forma intencional, analizando información que permita identificar y considerar escenarios probables.  De esa manera, a pesar de lo que venga, un líder se habrá preparado para mantener el rumbo hacia lo que su visión determina y podrá enfrentar la adversidad siempre con un pie en el futuro.

Ahora bien, los supuestos, como hipótesis que consideramos ciertas no solo están presentes en las decisiones que tomamos y las acciones que emprendemos, sino también en las relaciones que construimos. Allí también juegan un papel protagónico y determinante.

Para iniciar una exploración de esta idea propongo partir de la siguiente pregunta: ¿qué tan a menudo construimos supuestos sobre las personas con quienes interactuamos? En mi opinión la respuesta es simple: Todos los días, es como respirar.

Aunque no seamos conscientes de ello, permanentemente construimos imágenes de las personas con las que nos relacionamos, asignándoles unos determinados atributos (a veces positivos y a veces negativos) y tales imágenes incorporan filtros a la relación. En consecuencia, la interacción que tengamos con una persona en particular estará mediada por la imagen que nos hayamos formado de dicha persona. Por ejemplo: si yo he interiorizado la idea de que una determinada persona es un genio, lleno de sabiduría, habilidad y conocimiento, cualquier cosa que ella diga pasará por el filtro impuesto por mi supuesto y se convertirá en una genialidad, aun cuando llegare a decir algo absurdo o desafortunado. Pero ¿y si mi supuesto es que se trata de un idiota? Aplica la misma regla.

Esto significa que al relacionarnos con los demás, juzgamos o evaluamos, aprobamos o desaprobamos en virtud de nuestros supuestos.

Sin embargo, quiero poner de presente y enfatizar en que la imagen que hemos formado, el supuesto, no es la persona, sino una interpretación, una conjetura sobre su SER o sobre sus intenciones, origen, condiciones o capacidades. Si bien la consideramos cierta, dicha imagen no es más que una construcción de nuestra mente y muchas veces generada a partir de un fragmento de información, de algo que vimos en un breve momento o suma de momentos, incluso a partir de las opiniones de otros, sin un conocimiento real y profundo de la persona y sus circunstancias.

Aún si dicha imagen estuviera respaldada por un número significativo de hechos aparentemente objetivos, que incluyan cosas que la persona hizo o dijo,  sus actitudes o comportamiento, sus aciertos o errores, dicha imagen no será más que una construcción hecha desde la perspectiva de nuestras propias vivencias y creencias, a partir de información fragmentada y con una perspectiva limitada de un número limitado de momentos, respecto de alguien que tiene una vida llena de un sinnúmero de momentos sucedidos en contextos diferentes; no es ni siquiera la punta del iceberg, puede de hecho ser parte de un iceberg totalmente diferente (el propio).  

Por ello hay que entender, y aceptar, que cuando interpretamos lo que otra persona está diciendo o haciendo, cuando le conferimos sentido, le incorporamos nuestro sentido, a partir de los supuestos que de ella hayamos construido y de nuestra propia percepción del mundo.

Y es que el problema de los supuestos en las relaciones es que invitan a generalizar y nos hacen ver la persona de una única manera, ignorando la diversidad y complejidad de su ser, negándole la posibilidad de cambiar o de sorprendernos. Además, como los supuestos nos invitan a relacionarnos de una determinada manera, inevitablemente invitan a los otros a reaccionar y promueven a su vez comportamientos que llevan a que el supuesto se valide a sí mismo incesantemente; parece haber un círculo vicioso en ello.

No obstante, cuando nos percatamos del supuesto, cuando lo vemos y nos damos cuenta de su poder, cuando aceptamos que éste no es la persona, podremos evaluarlo o cuestionarlo e incluso intentar validarlo a partir de nuevos datos y hechos. Ello nos lleva a tomar el control, a actuar, no por el supuesto, sino a pesar de él, poniéndonos sobre él y disminuyendo su poder en nosotros. Así podremos lograr que en vez de juzgar a la persona por lo que creemos que es, interactuemos con ella a partir de lo que dice o hace, sin filtro alguno, basado en criterios más objetivos, con mayor equidad y mejores resultados. Ello es, sin duda, liberador

Sin duda alguna, los supuestos ejercen una función activa, a veces desfavorable, en nuestra interacción con los demás y en nuestra relación con el mundo y con nuestro futuro.  Por ello, un ejercicio de reflexión consciente para explorarse a sí mismo e identificar los supuestos que influencian sus relaciones es vital para un líder, tan importante como identificar aquellos que influencian sus decisiones. No se trata solo de conocerse a sí mismo, de tener mejores relaciones o de tener mayor control sobre los resultados de las acciones que se emprendan, sino también del bienestar común, pues, entre más alta sea la posición de una persona, entre más visible sea, en una organización, en una comunidad, en un país, sus decisiones e interacciones afectarán e influenciarán a muchos más.

Por tanto, tal como se mencionó unos párrafos antes, el principal reto radica en hacernos conscientes de la existencia de dichos supuestos, hacerlos visibles, así como su influencia sobre nosotros.

Para cerrar he de volver a la historia del pollito con la comencé este escrito, solo para decir que el animalito no solo sobrevivió al accidente, sino que vivió mucho tiempo, creció y se convirtió en un gallito saludable, que finalmente tuvimos que sacar de la casa y llevar al campo. Claramente ninguno de mis supuestos (que en Bogotá el pollo no viviría mucho y, luego, que no sobreviviría al accidente) se cumplió. La realidad me mostró que no era dueño de la verdad y que estaba totalmente equivocado. Aquellos argumentos con los que yo sustentaba mis supuestos resultaron equivocados. Quizás mi experiencia era muy limitada y mis conocimientos sobre animales aún más, pero el caso es que el animalito resultó mucho más fuerte de lo que yo creía. Hoy tengo un supuesto diferente: los pollitos no solo pueden sobrevivir a condiciones adversas, de hecho, son difíciles de matar.


[1] Fuente fotos: https://unsplash.com/

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