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La elocuencia del silencio

Por Carlos Francisco Restrepo P

Soy un convencido de que la comunicación es la principal herramienta del liderazgo. A través de ella los líderes motivan, contagian, posicionan ideas, negocian, alinean, fijan limites, objetivos y metas, retroalimentan, convencen, negocian, inspiran y crean nuevas realidades.

No obstante, desde mi punto de vista, pareciera haber un malentendido en lo que comunicar realmente significa. Y ello, en mi parecer, ha derivado en que muchas personas que llegan a una posición de liderazgo relevante cuentan con una gran elocuencia. Pero elocuencia y comunicación no necesariamente son la misma cosa.

Quizás es porque tenemos la necesidad de expresarnos, y de ser comprendidos, que apreciamos nuestra voz y anhelamos la elocuencia. Y sin duda alguna la palabra tiene poder y permite ganar poder: Puede convocar, integrar, atraer y conquistar; Puede revelar sabiduría, autoridad y conocimiento; Puede ser como agua fresca, saciar la sed, aliviar, llevar vida, enamorar, emocionar, llenar vacíos y transformar corazones; Puede crear, abrir mentes, estimular la imaginación y cimentar la construcción de un futuro mejor.

Pero también puede destruir, herir y engañar; puede ser incoherente, vacía, agotadora y grosera; puede infundir temor y ser fuente de odio, dolor, confusión y conflicto.

Por tanto, ser elocuente no necesariamente significa que se tenga mucho para decir, ni que lo que se dice sea importante, profundo o valioso, o que sea del interés de otros. A veces, el silencio puede ser mejor.

Ser elocuente no implica saber cuál es el momento oportuno para hablar, o que los demás tengan la capacidad de entender lo que uno quiere decir, que te quieran escuchar, o que estén preparados para aceptar aquello que has dicho.  A menudo, callar puede ser mejor.

Ser elocuente no significa que tus palabras sean fuente de cambio, inspiren, construyan futuro, ayuden a alguien o creen bienestar.  En ocasiones, cambiar uno mismo puede ser mejor que tratar de cambiar a los demás.

Ser elocuente no significa que los demás puedan ponerse en tus zapatos, entender tus puntos de vista, compartir tus opiniones o solidarizarse con lo que sientes.  Creo que, con frecuencia, es mejor intentar comprender que ser comprendido.

No obstante, si eres elocuente, usa ese don para liderar, expresar tu ser y compartir lo que sabes, no calles ante la injusticia, ayuda al abatido a levantarse, siembra amor, dibuja nuevos horizontes, dales aliento a aquellos a quienes diriges y oriéntalos en el camino hacia un futuro mejor. Pero calla cuando debas, escucha con atención y esfuérzate por comprender.

Y si quieres ser realmente elocuente, y llegar a ser un gran comunicador, ten en cuenta también la elocuencia del silencio, que encierra un gran poder. Con el silencio se puede trasmitir desprecio o indiferencia, pero también interés, simpatía y solidaridad. Puede llenarnos de dudas, hacer larga la espera y llevarnos a la agonía, envolviendo todo en un halo de misterio, pero también puede sembrar y ayudar, cobijar, acompañar y reconfortar.

El silencio ayuda a resaltar la importancia de una idea, y a marcar las pausas oportunas para encontrar un ritmo adecuado en la comunicación, ese que facilita conectar con el interlocutor y encontrar las palabras correctas, aquellas que reflejan de mejor manera lo que quieres expresar y ayudan a otros a comprender, y quizás a cambiar, aquellas que acarician y enriquecen, que empoderan, liberan y estimulan, que muestran caminos, que dan determinación e inspiran.

El verdadero silencio es el que nace de uno mismo, y no es solamente ausencia de sonido sino más bien abundancia de serenidad. Por ende, podría haber silencio aún en presencia de ruido. Y esta clase de silencio hace más fácil el escuchar, ayuda a enfocar el pensamiento y a ver con claridad, facilitando la comprensión.

Así, cuando te enfrentes a ese momento en que no sean palabras lo que se necesita, sino compañía; en que no sean respuestas lo que se espera, sino comprensión; en que para el otro no sea posible escuchar, pero exista la necesidad de ser escuchado; en que no sea el cambio, sino la aceptación lo que haga falta, en ese justo momento, refúgiate en el silencio y usa todo el poder de su elocuencia.  Serás entonces, inevitablemente, un gran comunicador y tu liderazgo se verá significativamente fortalecido.

Para cerrar, creo que sería preciso decir que, es porque tengo voz y porque creo que ella tiene gran valor, que aprecio mi silencio[1].


[1] Imagen por Cristina Flour en https://unsplash.com

Definiendo el Liderazgo Consciente

Por Carlos Francisco Restrepo P
Foto por Ricardo Gomez Angel, en https://unsplash.com/

Resulta innegable la influencia que tuvo Martin Luther King en la historia reciente de los Estados Unidos y su legado a nivel mundial. Impresionantes son los resultados que alcanzó el Movimiento por los Derechos Civiles, del cual él era la cabeza más visible, especialmente frente a la magnitud de las dificultades que tuvo que enfrentar; el reverendo estaba claramente comprometido con su causa y tenía gran claridad del cambio que quería lograr.  Igualmente es impresionante el hecho de haber sido ganador del nobel de paz con apenas 35 años, o haber recibido varios doctorados Honoris Causa durante su vida y haber sido nombrado el hombre del año por la revista Time en 1964, y todo eso antes de cumplir 39 años; así como el haber sido merecedor, de forma póstuma, de la medalla presidencial de la libertad (1977) y la Medalla de Oro del Congreso de Estados Unidos (2004).

Al revisar los métodos y tácticas del Movimiento de los Derechos Civiles, se hace visible la presencia del líder:  Planeaban con detalle cada acción,  anticipando lo que podría ocurrir y, en consecuencia, preparaban a su gente para que conocieran y supieran enfrentar las diversas situaciones que llegarían a presentarse y cómo superarlas, ayudando así a fortalecer su carácter y su convicción, preparándoles psicológica y emocionalmente para las difíciles tareas que deberían enfrentar en su lucha por los derechos civiles. Con ello, el Dr. King demostraba la aptitud de un estratega, con una gran inteligencia emocional y una concepción táctica centrada en la gente. Además, no pedía a nadie hacer nada que el mismo no estuviera dispuesto a hacer (por su participación activa en muchas de las acciones emprendidas fue arrestado en más de 20 ocasiones), así que, claramente sabía que era trabajar en equipo y lideraba desde el ejemplo.

Y no solo se preparaba a la gente para la lucha, una de las principales virtudes del reverendo fue prepararla para el perdón y para amar al enemigo que habían combatido, así que es evidente que estaba preocupado por las consecuencias que la lucha que se libraba por los derechos civiles traería a las relaciones de largo plazo entre las facciones y personas que en dicha confrontación participaron. Tal enfoque se puede ver con gran claridad en su libro “La fuerza de Amar[1]” donde escribió: “Diremos a los enemigos más rencorosos: A vuestra capacidad para infligir el sufrimiento opondremos la nuestra para soportarlo. A vuestra fuerza física responderemos con la fortaleza de nuestras almas. Haced lo que queráis y continuaremos amándoos. En conciencia, no podemos obedecer vuestras leyes injustas, porque la no-cooperación con el mal es, igual que la cooperación con el bien, una obligación moral. Metednos en la cárcel, y aún os amaremos. Arrojad bombas en nuestras casas, aterrorizad a nuestros hijos, y os amaremos todavía. Enviad en plena noche a nuestras comunidades a vuestros bandoleros para que nos apaleen y nos dejen medio muertos, y aún os amaremos. Pero tened la seguridad de que os llevaremos hasta el límite de nuestra capacidad de sufrir. Un día ganaremos la libertad, pero no será solamente para nosotros. Lanzaremos a vuestros cuerpos y a vuestras conciencias un grito que os superará y nuestra victoria será una doble victoria.”

El peligro e Importancia de Suponer

Por Carlos Francisco Restrepo P

No fue extraño que al volver a casa de una fiesta infantil mi hijo trajera consigo un pollito vivo; el animalito era como se supone que deben ser los pollitos: vulnerable, amarillo y esponjoso[1]. Al examinar los hechos, el frío de Bogotá, el que no tuviera su mamá gallina a su lado y la propia fragilidad del animalito, yo no hubiera apostado ni un centavo a que el animal lograra sobrevivir más de una semana, y si a esto se le suma mi propia experiencia de niño en la que ningún pollo que yo hubiera llevado a mi casa sobrevivió por más de 3 días, la verdad es que no había grandes expectativas de vida. Lo que nunca imaginé era que al segundo día mi hijo lanzara el animal con todas sus fuerzas por el aire y que en su caída el pobre pollo terminara chocando con una puerta. Al llegar a la escena del desastre, luego de escuchar el llanto desconsolado del niño, me encontré con el animalito tendido en el suelo, con el cuello torcido, apenas respirando. Al interrogar a mi hijo sobre lo sucedido, este señaló: “Es que yo supuse que sabía volar”

Es curioso que a tan corta edad haya usado la palabra “supuse”, por cuanto un supuesto es en esencia una hipótesis que creemos válida sobre algo o una conjetura sobre lo que consideramos cierto, y, desde tal lógica, es aquello que sustenta o fundamenta la verdad de una afirmación o justifica una acción. Por tanto, los supuestos subyacen a muchos aspectos de nuestro comportamiento y de nuestro actuar, son las columnas sobre las cuales edificamos nuestra verdad.