Reflexiones sobre Capitalismo Consciente

Por Carlos Francisco Restrepo P

En su libro Capitalismo y Libertad, publicado en 1962, el premio nobel de economía, Milton Friedman, compartió la idea de que la única responsabilidad social de una empresa es usar sus recursos para aumentar sus beneficios. A esta idea se le conoce como la teoría de los Accionistas. La única restricción que la teoría impone es que esto debe lograrse en un ámbito de competencia libre y abierta, sin engaño ni fraude. Me parece que en parte ello ha delimitado el ejercicio de la ética empresarial en los últimos 60 años.  

Me parece que esta era una idea que en ese entonces ya estaba ampliamente generalizada en el mundo empresarial y básicamente Friedman puso en pablaras algo que desde muchos años antes residía en el inconsciente colectivo: El propósito de una empresa es dar prosperidad a sus dueños, por tanto, la principal responsabilidad de un líder empresarial consiste en fortalecer la producción y aumentar los beneficios. Claramente, ello parece ser la esencia del capitalismo… al menos en su forma tradicional.

Tal interés por la producción y los beneficios ha sido el centro del desarrollo de las ciencias administrativas, durante décadas y por tanto, los temas relacionados con estrategia, procesos, análisis financiero y tantos otros de corte similar, llenaron por completo los pensum académicos de las escuelas de administración de negocios (y siguen siendo mayoría actualmente). De hecho, el tema sigue teniendo tal relevancia que aún hoy en día, los principales indicadores para valorar una empresa y en los que se concentra la energía de la mayoría de los CEO y la atención de los inversionistas, están relacionados con la producción de resultados económicos, y, entre estos, el Crecimiento de los Ingresos, el EBITDA y el ROE llevan un claro liderazgo. Bajo esta visión, el ser humano es tan solo un recurso más, que debe ser administrado, más que ser gestionado.

No se trata de un asunto menor pues dicho enfoque ha tenido tanta importancia, que durante años ha llevado la delantera en el análisis socio político y económico global y, en consecuencia, un país desarrollado es aquel que cuentan con ciertos indicadores económicos, más que sociales, en particular, el PIB y la competitividad. Y esto sucede aún si, como se evidencia en algunos casos notorios a nivel mundial, sus indicadores de bienestar social no sean los mejores, lo cual no deja de ser contradictorio.

Años más tarde Edward Freeman, en su teoría de los StakeHolders (1984) incorporó una perspectiva más amplia, al afirmar que las actividades de una empresa impactan significativamente a sus grupos de interés, facilitando con ello el desarrollo del concepto de responsabilidad empresarial como hoy lo conocemos.

Aunque ha sido un proceso lento, el trabajo de Freeman ha tenido un impacto positivo, de hecho, recientemente (en agosto de 2019) la Business Roundtable (BRT)[1] realizó una declaración pública en la que indicaban que cada uno de los grupos de interés (y no solo los accionistas) es esencial para el buen funcionamiento de una empresa. En su declaración hablaron de compromisos con clientes, empleados, proveedores y comunidades. Si bien, indicaron que es importante generar valor a largo plazo para los accionistas, claramente tomaron distancia respecto de lo establecido por Milton Friedman.

Pero sería injusto darle todo el crédito de Freeman, ni siquiera la mayor parte, pues desconocería el trabajo duro, la investigación exhaustiva y el activismo, que durante muchos años, han realizado organizaciones no gubernamentales, periodistas, medios de comunicación, universidades, científicos, naturalistas y defensores de derechos humanos. Su trabajo ha aportado de forma sistemática una mirada exhaustiva sobre las consecuencias e impactos de nuestro modelo social y económico y ha puesto en evidencia que la sostenibilidad está relacionada, principalmente, con las huellas, impactos y consecuencias de dicho modelo, invitando a hacer los cambios necesarios para lograr un mundo más sostenible.

Sin duda alguna se ha generado conciencia respecto de la importancia de proteger el medio ambiente y construir una sociedad más sana, incorporando estos temas en el inconsciente colectivo y por ende en el comportamiento del consumidor y en la agenda política. Como resultado, la regulación se ha endurecido y la presión social se ha multiplicado.

En consecuencia, hoy muchas empresas se han puesto a pensar en las consecuencias e impactos de sus acciones y decisiones y están trabajando en mitigarlas. Y no es para menos, ya que, acudiendo a la popular frase “¿Cómo culpar al viento por el desorden hecho, si fui yo quien dejó la ventana abierta?”, tenemos que aceptar que la relación de nuestra especie en el mundo (y con nosotros mismos) no ha sido la mejor y que la huella que hemos dejado es, por no ir más lejos, lamentable.

No obstante, como sucede con muchas cosas, la concepción del papel de las organizaciones sigue evolucionando y hoy en día ha tomado fuerza el concepto de capitalismo consciente, que promueve una línea de pensamiento que además de incorporar una mirada más amplia de las relaciones que las organizaciones construyen con sus grupos de interés, profundiza en los impactos y consecuencias de la gestión organizacional sobre el medio ambiente y la sociedad y amplía el concepto de ética empresarial, siempre bajo el faro de un propósito superior.

De hecho, ya hay varios libros en el mercado que tratan el tema. Algunos muestran organizaciones con sofisticados sistemas de gestión, que parecen haber sido sacado de películas futuristas, donde la toma de decisiones es ampliamente democrática, el nivel de autonomía es amplio y los resultados financieros excepcionales.  Otros, muestran el aporte que las organizaciones hacen y su virtud al crear empleo y generar desarrollo. Todos coinciden en la responsabilidad que tienen las empresas frente a la construcción de un mundo mejor. 

Sin duda alguna tales libros tienen mucho valor y son un importante avance en el entendimiento de este nuevo concepto, lo cual ha redundado en el nacimiento de un movimiento que busca la consolidación de un modelo donde economía y sostenibilidad resulten ser elementos de una misma ecuación.

Sin embargo, me parece que tal manera de pensar, una que considera de manera consciente las consecuencias e impactos de las decisiones y acciones empresariales, aun está lejos de llegar a ser generalizada y no está totalmente interiorizada en el modelo administrativo actual. En mi manera de ver, claramente, la mayoría de las apuestas en este sentido siguen estando subordinadas a los resultados económicos de las organizaciones, es decir, los resultados económicos siguen siendo la prioridad (de lejos) y aún no se ha interiorizado la idea de que no es posible tener una organización sostenible en un entorno enfermo. Pienso que en parte esto se da porque la visión sobre los resultados suele ser más de corto plazo que de largo plazo. Pero principalmente ello se da, porque el nivel de consciencia en el que en la práctica se abordan estos nuevos conceptos, aún es más consistente con el modelo planteado por Milton Friedman.  Lo que lleva a concluir que no es posible avanzar significativamente hacia un modelo de capitalismo consciente, sin haber primero avanzado en materia de Liderazgo Consciente.

Para validar la idea de que aún hoy en día, los resultados económicos orientan las decisiones empresariales basta con observar lo que está pasando en el mundo. Hace unos meses se supo de correos internos de Boeing en los que se evidencia que la compañía tenía dudas sobre el diseño del 737 max y, aun así, lo sacaron al mercado, con los consecuentes accidentes ya conocidos.  Y podríamos también traer a colación los casos de muchas reconocidas empresas multinacionales que, habiendo trasladado sus plantas de producción a países con marcos legales permisivos, han convivido con prácticas como el trabajo infantil, obteniendo importantes ahorros en costos y más amplios márgenes de rentabilidad. Si bien algunas de esas empresas se han defendido afirmando que dichos niños estarían en peores condiciones si no fuera por el trabajo que les brindan, cabe preguntarse cuál es la motivación que les guía y cuál puede ser el impacto de largo plazo de prácticas como esas.  De forma similar ocurre con empresas que compran materias primas producidas a partir de minería ilegal, que conllevan prácticas de deforestación sistemática, esclavitud y violencia en países en vías de desarrollo, o a aquellas empresas que abiertamente contaminan (o que se hacen los de la vista gorda y no realizan los esfuerzos suficientes para evitarlo), algunas de las cuales han modificado intencionalmente información para hacer creer (incluso a sus propios accionistas) que cumplen con todas las normas y leyes ambientales. Y todo esto ocurre en pleno siglo 21. 

Muchas de las empresas involucradas con tales prácticas han logrado impresionantes resultados económicos de su gestión y sus acciones en bolsa han crecido como espuma. De seguro también muchas de ellas tienen ambientes laborales sanos y satisfactorios con poderosos paquetes de beneficios y altos puntajes en las mediciones de clima laboral, lo que las ha convertido en lugares muy atractivos para trabajar.

Pero eso no es capitalismo consciente, el capitalismo consciente es otra cosa, pues el centro no son los resultados económicos (Sin que estos se subestimen, dejan de ser un fin. Si bien se entiende que son el resultado de hacer las cosas bien, su importancia radica en que son un medio para poder seguir haciendo las cosas bien). Tampoco tiene que ver con la sofisticación de las estructuras o formas de gobernar las organizaciones, aunque no lo excluye, o con la transformación digital o la implementación de nuevas tecnologías, que tampoco se excluye.  Más bien tiene que ver con el tipo de decisiones que se toman, con las intenciones que las motivan, con las acciones que de ellas se derivan y con las consecuencias que a partir de ello se generan. El capitalismo consciente implica que las organizaciones se integran a la sociedad y al entorno, como protagonistas de una transformación colectiva, siendo motores de desarrollo y agentes de cambio para un futuro mejor.

El capitalismo consciente parte de la idea de que el fin último de las organizaciones es la satisfacción de las necesidades humanas y, por ende, conlleva la búsqueda del equilibrio entre el presente y el futuro, entre lo que hacemos y el legado que dejamos, cuidando el impacto de nuestras decisiones y acciones, para la salud del mundo, de la sociedad y de la empresa misma. El capitalismo consciente entiende que no es posible mantener una organización sana en un entorno insano y por ello implica una redefinición de lo que significa generar valor, que conlleva en sí misma la convicción de que lo sostenible es el único camino y que el fin no justifica los medios. Así, la responsabilidad corporativa se convierte en un fin en sí mismo, inherente al propósito organizacional, se hace parte del ADN de cada organización que se refleja en el legado que deja.

El capitalismo consciente tiene que ver con la alineación y el sentido colectivo de quienes trabajan en las organizaciones, con el actuar ético, con compartir valores coherentes, con la construcción de un mundo más sostenible y una sociedad más incluyente.

En el capitalismo consciente la eficiencia, como concepto, ya no está relacionado con lo que ahorramos ahora, así como productividad deja de tener relación con la rentabilidad que generamos, al menos con el concepto de rentabilidad que tradicionalmente hemos venido manejando.  Mas bien estos dos conceptos, eficiencia y productividad, tienen que ver con lo que le ahorraremos a las generaciones que vendrán y lo que construiremos para ellas. Significa tener claras las prioridades.

El capitalismo consciente no se trata de justificar lo que las empresas son sino de definir lo que deben ser. Comprende un cambio de paradigma respecto de lo que significa competir, llevando a que competir implica al mismo tiempo colaborar, en pro de crear espacio para todos. No se trata de repartir el espacio disponible, sino de crear nuevos espacios para que cada quien pueda crecer y muchos más puedan entrar.  En consecuencia, competir no se trata de ser el más grande y poderoso, ni siquiera ser el mejor, no tiene como propósito acabar con los competidores, ni ser el único.  Se trata más bien de que todos sean mejores y cada vez seamos más.

Es decir, en el capitalismo consciente el grande o poderoso no crece o mejora su rentabilidad a costa del pequeño, más bien ayuda a que el pequeño mejore y crezca. No se busca el bien propio a costa del mal ajeno. No se busca el beneficio propio en detrimento de los demás. Claramente cambian las prácticas empresariales. 

Como puede verse, hasta ahora en esta disertación he dado protagonismo al papel de las organizaciones, pero no quiero que se entienda que me refiero únicamente a las Empresas, ni mucho menos a las empresas privadas, sino a todo tipo de organizaciones, las sociales, las gubernamentales y las académicas. Además, el capitalismo consciente no considera a las organizaciones como actores aislados, sino como parte de un ecosistema, y ello implica que hay otros actores de cambio. Y entro de estos la sociedad, como conjunto de personas, es tal vez el más importante.

Y tal consideración es relevante porque, así como las organizaciones pueden inducir cambios en la sociedad, la sociedad puede inducir cambios en la manera en que las organizaciones trabajan. Una sociedad que rechaza prácticas poco éticas, denunciando y sancionando moralmente a una organización que, por ejemplo, llegare a acudir a la explotación infantil para reducir costos, o tergiversa información para mejorar sus resultados, impulsa nuevas realidades en la gestión organizacional. Una sociedad que privilegia la compra de productos y servicios basados en comercio justo o productos que en su cadena de producción son amigables con el medio ambiente y que generan impactos positivos en el medio ambiente, cambia, desde su propio comportamiento la manera como las organizaciones actúan.

Por ende, la educación es un camino de vital importancia para impulsar un mayor nivel de consciencia y, desde allí, un cambio significativo hacia un modelo de capitalismo consciente.

Pero ello no es suficiente, como ya mencioné, no es posible avanzar hacia un modelo de capitalismo consciente sin liderazgos conscientes, por ende, hay que repensar en la forma en que se educa a los líderes del futuro, hay que repensar los contenidos de las escuelas de Management, hay que repensar la forma en que los líderes de las organizaciones son elegidos. 

Aun queda mucho trabajo por hacer, apenas estamos empezando a recorrer este camino y, para llegar a la meta, nos corresponde a todos recorrerlo.


[1] La Business Roundtable es una agrupación de directivos ejecutivos de más de 180 grandes empresas estadounidenses, dentro de las que se encuentran algunas de las más grandes empresas del mundo.

Fuente Fotos: https://unsplash.com/

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