Choque entre propósito y valores

Por Carlos Francisco Restrepo P

Cuando Alejandra fue nombrada para dirigir la nueva Agencia para la Educación Social[1] lo consideró el trabajo de sus sueños. Si bien el reto era enorme, toda su vida adulta la había dedicado a la causa de brindar oportunidades de educación para los niños más vulnerables de su ciudad, así que este nombramiento más que un reconocimiento a su labor era una oportunidad de oro para cambiar la vida de miles de niños.  Para Alejandra aquello no era un reto más, era algo mucho más profundo, por su alcance sentía que la agencia era aquello por lo que había esperado toda su vida, algo significativo que realmente la motivaba y la llenaba en formas que no podía describir. Definitivamente este era el trabajo de sus sueños. 

Extrañó a muchos que el Secretario de Educación se hubiera decidido por Alejandra, pues ella no tenía ninguna relación previa con el mundo de la política. Pero el Alcalde le había dicho que la educación de los niños más pobres era la política más importante de su Gobierno, y quería que allí se nombrara a alguien técnico que conociera bien la problemática y tuviera todo el compromiso y empuje para sacarla adelante.  Así que cuando el Secretario empezó a indagar, rápidamente surgió el nombre de Alejandra.

Los primeros tres años todo marchó como debía, superando cualquier expectativa. No es que no hubiera dificultades, pero ninguna que no se pudiera sortear.  Los resultados hablaron por sí mismos y el acceso a educación de calidad para los niños de la ciudad empezó a cambiar de forma significativa, para bien; lo cual era especialmente impresionante, dado que se trataba de una nueva entidad. Fui testigo de eso y también pude ver cómo Alejandra, a pesar del cansancio propio de un reto tan grande y de las interminables horas de trabajo, parecía sentirse realizada, en todo el sentido de la palabra, simplemente se le veía feliz.  Por eso me extrañó tanto cuando al recibir la llamada de Alejandra la sentí tan perturbada.

Cuando me reuní con ella estaba claramente nerviosa y preocupada. Faltaban poco más de 8 meses para las elecciones y más de 10 para el cambio de administración en la ciudad.  Unos días antes, ella se había referido a e ese período, la recta final de su administración, como el más importante para dejar su legado, donde se consolidarían todas las condiciones para garantizar la sostenibilidad de los procesos que había iniciado.

Tardó poco más de media hora en encontrar las fuerzas para decirme que el Secretario le había pedido hacer algo que consideraba inapropiado. Y otra media hora en contarme de qué se trataba.  Desde su perspectiva estaba en una sin salida. Si no accedía a la solicitud era seguro que le pedirían su renuncia y pondrían a algún político sin integridad en su lugar. ¿Qué será de nuestros niños? ¿Quién velará por su educación? me preguntó desconsolada. Por otra parte, acceder a tal petición sería como ir en contra de sus principios y claramente le preocupaban las consecuencias que ello podría tener.  ¿Qué debo hacer? ¿Cómo lidio con esto?

Así como le sucedió a Alejandra, a veces la vida lo pone a uno de cara a un Dilema Moral, enfrentando dos o más obligaciones morales que entran en conflicto, cuya solución representa una encrucijada, cuando no hay alternativa intermedia y definitivamente hay que elegir, donde no se encuentra como avanzar porque cualquier solución implica sacrificar algo que tiene gran valor, en tanto el cumplimiento de una de las obligaciones morales implica dejar de lado la otra.

Uno de esos casos, que sucede más a menudo de lo que podría suponerse, es el que le sucedió a Alejandra, cuando uno se enfrenta a un conflicto entre propósito y valores.

Sin duda alguna, ambas cosas son importantes: El propósito, como motor que nos impulsa a hacer lo que hacemos con pasión y compromiso, en tanto razón y meta de nuestro trabajo, en cuanto da sentido a lo que hacemos y, al menos en parte, a nuestra vida misma (ello, por supuesto, conlleva un tremendo vínculo emocional). A su vez, los valores, que nos fueron enseñados por nuestros mayores y representan su legado más significativo, se han arraigado en nuestro ser, delimitando la ética en nuestro actuar y definiendo lo que consideramos bueno y malo, por consiguiente, nos ponen en el campo de lo que para nosotros es correcto y forman parte de lo que somos, de nuestra esencia. ¿Cuál priorizar?, ¿no son ambas cosas obligaciones morales?

No es algo que se pueda tomar a la ligera, pues cualquier dilema moral desata una crisis interna.  Una lucha que se da en las bases que sustentan quienes somos, en los cimientos de nuestro ser.  Por ello, me tomó un buen rato poder dar a Alejandra una respuesta apropiada.

He acá una síntesis de lo que le dije:

“Cuando el propósito y los valores entran en conflicto, siento que deberían priorizarse los valores.

Si bien podrías percibir qué, de no mantener tu posición actual como Directora de la Agencia ello podría implicar el perder la oportunidad de cumplir con el propósito que te has trazado, y que ello te podría llevar a tener una vida infructuosa o vacía, en realidad no es así. Primero porque cumplir con el propósito no es un hito o un punto de llegada que se da en un momento determinado en el tiempo y luego se agota, sino un continuo de acciones que apuntan a un determinado impacto anhelado y que no acaban con un logro específico. El propósito se cumple en la vivencia, en el esfuerzo de cada día, y cumplirlo implica altibajos, a veces avanzas y a veces retrocedes, implica una búsqueda y un esfuerzo permanentes, que en tu caso no empezó con este trabajo, sino que es algo que venías haciendo desde hace tiempo y que, de seguro, seguirás haciendo luego de salir de la Agencia. No me cabe la menor duda que lo primero que harás luego de terminar tu ciclo acá es buscar otro trabajo donde poder seguir haciendo lo que mejor sabes hacer, que es trabajar por los niños que no pueden acceder a una buena educación.  Y si no existe, te lo inventarás.

Te invito a considerar que priorizar el propósito por sobre los valores trae implícita la idea de que el fin justifica los medios y ello envuelve la idea de que habrá que aceptar las consecuencias de tal decisión, que incluyen el riesgo de afectar tu buen nombre, de terminar siendo señalada, o cuestionada, y dar al traste con todo, y el riesgo de tener que mirarse al espejo con la vergüenza de haber hecho algo que sientes que no es correcto.

Si mantienes la firmeza y eres fiel a los valores que te definen, podrás mantener el rumbo, asegurando que no te perderás en el camino. Y nuevas oportunidades se abrirán para que puedas cumplir con aquello que tanto te convoca. Y, ante tus propios ojos, serás digna de ellas.

En consecuencia, pienso que cuando el conflicto entre propósito y valores sucede, simplemente hay que soltar y dejar ir, manteniéndose firme en los valores, y seguir adelante buscando otras formas de cumplir con aquel propósito que te mueve y te da sentido.”

En efecto Alejandra se negó a hacer lo que le pidieron y presentó su renuncia. En efecto nombraron a un político sin muchos escrúpulos. Y, en efecto, Alejandra hoy sigue trabajando cada día con el entusiasmo, la pasión y la integridad que la caracterizan, promoviendo que niños con pocas oportunidades puedan acceder a una educación de calidad. Hoy lo hace desde una ONG Internacional donde tiene una posición privilegiada, grandes recursos a su disposición y un alcance global.

¿Alguien piensa que la elección debería ser distinta?


[1] Esta historia está inspirada en hechos reales. Los nombres, han sido cambiados para mantener la confidencialidad y algunas situaciones y detalles se han adaptado. No obstante, en su esencia, busca ser un fiel reflejo de lo que ocurrió y de lo que aprendí en mis conversaciones con “Alejandra”.

Foto por Chris Sabor en https://unsplash.com/

La elocuencia del silencio

Por Carlos Francisco Restrepo P

Soy un convencido de que la comunicación es la principal herramienta del liderazgo. A través de ella los líderes motivan, contagian, posicionan ideas, negocian, alinean, fijan limites, objetivos y metas, retroalimentan, convencen, negocian, inspiran y crean nuevas realidades.

No obstante, desde mi punto de vista, pareciera haber un malentendido en lo que comunicar realmente significa. Y ello, en mi parecer, ha derivado en que muchas personas que llegan a una posición de liderazgo relevante cuentan con una gran elocuencia. Pero elocuencia y comunicación no necesariamente son la misma cosa.

Quizás es porque tenemos la necesidad de expresarnos, y de ser comprendidos, que apreciamos nuestra voz y anhelamos la elocuencia. Y sin duda alguna la palabra tiene poder y permite ganar poder: Puede convocar, integrar, atraer y conquistar; Puede revelar sabiduría, autoridad y conocimiento; Puede ser como agua fresca, saciar la sed, aliviar, llevar vida, enamorar, emocionar, llenar vacíos y transformar corazones; Puede crear, abrir mentes, estimular la imaginación y cimentar la construcción de un futuro mejor.

Pero también puede destruir, herir y engañar; puede ser incoherente, vacía, agotadora y grosera; puede infundir temor y ser fuente de odio, dolor, confusión y conflicto.

Por tanto, ser elocuente no necesariamente significa que se tenga mucho para decir, ni que lo que se dice sea importante, profundo o valioso, o que sea del interés de otros. A veces, el silencio puede ser mejor.

Ser elocuente no implica saber cuál es el momento oportuno para hablar, o que los demás tengan la capacidad de entender lo que uno quiere decir, que te quieran escuchar, o que estén preparados para aceptar aquello que has dicho.  A menudo, callar puede ser mejor.

Ser elocuente no significa que tus palabras sean fuente de cambio, inspiren, construyan futuro, ayuden a alguien o creen bienestar.  En ocasiones, cambiar uno mismo puede ser mejor que tratar de cambiar a los demás.

Ser elocuente no significa que los demás puedan ponerse en tus zapatos, entender tus puntos de vista, compartir tus opiniones o solidarizarse con lo que sientes.  Creo que, con frecuencia, es mejor intentar comprender que ser comprendido.

No obstante, si eres elocuente, usa ese don para liderar, expresar tu ser y compartir lo que sabes, no calles ante la injusticia, ayuda al abatido a levantarse, siembra amor, dibuja nuevos horizontes, dales aliento a aquellos a quienes diriges y oriéntalos en el camino hacia un futuro mejor. Pero calla cuando debas, escucha con atención y esfuérzate por comprender.

Y si quieres ser realmente elocuente, y llegar a ser un gran comunicador, ten en cuenta también la elocuencia del silencio, que encierra un gran poder. Con el silencio se puede trasmitir desprecio o indiferencia, pero también interés, simpatía y solidaridad. Puede llenarnos de dudas, hacer larga la espera y llevarnos a la agonía, envolviendo todo en un halo de misterio, pero también puede sembrar y ayudar, cobijar, acompañar y reconfortar.

El silencio ayuda a resaltar la importancia de una idea, y a marcar las pausas oportunas para encontrar un ritmo adecuado en la comunicación, ese que facilita conectar con el interlocutor y encontrar las palabras correctas, aquellas que reflejan de mejor manera lo que quieres expresar y ayudan a otros a comprender, y quizás a cambiar, aquellas que acarician y enriquecen, que empoderan, liberan y estimulan, que muestran caminos, que dan determinación e inspiran.

El verdadero silencio es el que nace de uno mismo, y no es solamente ausencia de sonido sino más bien abundancia de serenidad. Por ende, podría haber silencio aún en presencia de ruido. Y esta clase de silencio hace más fácil el escuchar, ayuda a enfocar el pensamiento y a ver con claridad, facilitando la comprensión.

Así, cuando te enfrentes a ese momento en que no sean palabras lo que se necesita, sino compañía; en que no sean respuestas lo que se espera, sino comprensión; en que para el otro no sea posible escuchar, pero exista la necesidad de ser escuchado; en que no sea el cambio, sino la aceptación lo que haga falta, en ese justo momento, refúgiate en el silencio y usa todo el poder de su elocuencia.  Serás entonces, inevitablemente, un gran comunicador y tu liderazgo se verá significativamente fortalecido.

Para cerrar, creo que sería preciso decir que, es porque tengo voz y porque creo que ella tiene gran valor, que aprecio mi silencio[1].


[1] Imagen por Cristina Flour en https://unsplash.com

Concéntrate en el proceso, y también en el resultado

Por Carlos Francisco Restrepo P
Foto por Bob Brewer en https://unsplash.com/

Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,

érase un pez espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,

érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba,

era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,

érase una pirámide de Egipto,

las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,

muchísimo nariz, nariz tan fiera

que en la cara de Anás fuera delito.

Tengo un vínculo personal con este texto, el famoso “soneto a una nariz”.  La cuestión es que mi mamá me lo leía con cierta frecuencia, afirmando, cada vez, que había sido escrito para mí. Seguramente fue por cuenta del prominente órgano que tengo pegado a mi cara.  

Leer más: Concéntrate en el proceso, y también en el resultado

Años más tarde me enteré que había sido escrito un tal por Don Francisco Quevedo en el siglo 17, quien, claramente no podría haberme conocido (aunque quizás sí podría haberme imaginado).

Pero mi mamá lo decía tan despreocupadamente, con tal delicadeza y amor maternal, que yo nunca sentí desprecio por mi nariguda nariz, ni complejo alguno por cuenta de que estuviera pegada en medio de mi rostro; tampoco me importaron las miradas curiosas y señalamientos que otras personas hicieron de ella al verla. Pienso que quizás, en el fondo, gusto de mi nariz, así que las 4 operaciones a las que me sometí, por cuenta de ella, no tuvieron que ver con su estética, sino con su funcionalidad; y cabe aclarar que, a pesar de éstas, nadie ha logrado que funcione correctamente. En consecuencia, en mi parecer, la única utilidad de mi nariz podría ser estética.

Pero si aprendí dos cosas de todo esto:

La primera es que uno tiene derecho a ser feo, pero no antipático, y que un poco de humor sobre los propios defectos es importante. Es decir, hay que cuidar la autoestima. Y eso es precisamente lo que mi mamá hizo conmigo.

Y es que la autoestima es clave para un adecuado desarrollo personal y profesional y es muy relevante para el ejercicio del liderazgo. La autoestima implica que uno se trata a sí mismo con amor y respeto, que es capaz de perdonarse, que puede aceptar sus errores e imperfecciones, incluso los importantes, y aprender de ello. Se centra en lo fundamental y se sustenta en lo positivo que uno tiene, en sus fortalezas, habilidades, virtudes, aciertos, en las buenas acciones que realiza. Un líder que se acepta a sí mismo, tal y como es, con lo bueno y malo que tiene, podrá construir sobre sus fortalezas y abrazar sus debilidades para trabajar en mejorarlas. Pero también podrá aceptar a los demás, con sus errores, defectos y virtudes, verá lo bueno en otros porque ve lo bueno en sí mismo, y, por ello podrá guiarlos y ayudarlos a alcanzar su potencial, sin descalificarlos, sin criticarlos, sin dañarlos, motivándolos a aprender del error y a levantarse cuando las cosas salen mal. 

El segundo aprendizaje es que el proceso es tan importante como el resultado, y determina la forma como se da el resultado.  Mi mamá se anticipó a lo que podría pasar, a las burlas de otros, a los chistes y las miradas, que en efecto sucedieron (me imagino que a esta altura el lector ya estará intrigado de cómo se ve mi nariz, aunque la verdad sea dicha, resulta de lo más común).   Es decir, mi mamá quería que yo tuviera autoestima, y lo logró: Claramente me río de mí mismo, y lo he hecho siempre, y me encantan los chistes de narices (y ahora también los de calvos… se imaginarán porqué). Pero la manera como ella lo hizo fue lo que logró el resultado.  De seguro existen otras maneras, pero la que ella escogió fue determinante.

Resulta evidente que la presión sobre los resultados es cada vez más importante, en todos los aspectos de la vida. Y hay una gran presión social para ello.  Son los resultados electorales la medida principal del éxito de un partido político, los económicos la medida central del éxito de una empresa y los resultados sociales lo principal en la valoración del éxito de una entidad de gobierno. Es claro que poner atención a los resultados es importante, porque son claves para la sostenibilidad de una organización, pero, pienso, es la forma en que se consiguen lo que los hace sostenibles.

Un muy querido amigo y maestro me ha dicho que uno debe concentrarse en el proceso más que en el resultado.  Esta idea se justifica a partir del hecho de que no todo está bajo nuestro control y que todo resultado conlleva un cierto grado de incertidumbre. Por ende, independientemente del resultado, un esfuerzo completo es una vitoria concreta.  

Más allá de este argumento, pienso que hay buenas razones para poner mucha atención al proceso.  Desde una perspectiva organizacional son los procesos los que generan los resultados, los que conducen a una gestión más eficaz y eficiente. Así que no son un asunto menor, hay que ponerles atención y trabajar en ellos a conciencia debería ocupar parte del tiempo de los líderes, más que una moda o un asunto de consultores, debería ser un mantra del liderazgo; no es algo que debería delegarse, sino liderarse.

Así lo han entendido algunas organizaciones, especialmente en Japón, y allí, el caso de Toyota, con su TPS[1] (Toyota Production System) es un ejemplo para destacar.  Como parte de este sistema, los líderes tienen la obligación de bajar al área de producción[2] (donde los resultados se generan), no solo para verificar que las cosas sucedan, sino para enseñar como las cosas deben ser hechas. Ello hace que los líderes piensen en el proceso y se aseguren que se haga bien. Además, asegura que el aprendizaje se replique en la organización y que el mejoramiento continuo, así como la innovación, realmente ocurran.  No se trata de que el líder sea el centro en el funcionamiento del proceso, sino que debe ser un medio para que todo sea como debe ser.

Una idea adicional: Llama la atención que en muchas organizaciones se envíe la gente a capacitarse, e inviertan importantes recursos en ello, pero luego no se les permita aplicar lo aprendido ajustando la manera como se trabaja, pero si se espere que mejoren sus resultados. Resulta un poco incoherente, puesto que, si no se cambia el proceso, no podrán cambiar los resultados (o como se atribuye a Albert Einstein, “el peor signo de la estupidez humana es hacer lo mismo, una y otra vez, y esperar resultados diferentes”).  Concentrarse en el proceso, significa que vale la pena buscar mejores maneras de hacer las cosas, pues tal comportamiento genera beneficios, por ende, hay que promover que todo nuevo conocimiento sea aplicado y hay que aceptar el riesgo[3] que ello conlleva. Al menos debería discutirse como aplicarlo.

Concentrarse en el proceso también significa poner atención a los valores y su influencia en la manera como se hacen las cosas.  No voy a profundizar al respecto, pero invitaría a leer el artículo “un escudo hecho de valores” en el siguiente link: https://cfrestrepo.blogspot.com/2015/10/un-escudo-hecho-de-valores.html

Ahora bien, poner atención al proceso solo tiene sentido en la medida que lo que se hace apunte al logro de aquello que se desea alcanzar. Es decir, en tanto que los procesos se subordinen a los resultados deseados y contribuyan significativamente a ellos. En resumen, sin un norte claro, ningún proceso puede ser efectivo.

No obstante, si al concentrarse en el proceso no se produce el resultado deseado, podría aplicarse la frase del conocido entrenador de futbol Francisco Maturana de que “Perder es ganar un poco”, pues siempre tendremos la oportunidad de hacer un balance, aprender de lo hecho y mejorar el proceso.  Pero tal mejoramiento solo ocurrirá si en verdad queremos lograr el resultado y si aceptamos los errores como fuente de progreso. Así que, como conclusión, cabría decir que hay que concentrarse en el proceso, pero también en el resultado y que un poco de humor siempre será bienvenido.  Como en el caso de mi mamá, con mi nariz.


[1] El precursor de toda la teoría del Lean Management es lo que inició Toyota en su momento desde los viejos círculos de calidad y Kaizen y que evolucionó y se integró en el TPS.

[2] El término usado en Lean Management es «Gemba» que en japonés hace referencia a «el verdadero lugar», a la planta de producción, en el caso de las empresas manufactureras donde nace el término, o en las de servicios a las áreas en donde se configuran y generan los servicios.

[3] Se refiere al riesgo de fallar, de cometer errores.

La peor ineficiencia es la ineficacia

Por Carlos Francisco Restrepo P

“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”

Desde una perspectiva organizacional, este popular refrán, no significa un llamado a trabajar más horas o a dejar de lado el descanso, sino un llamado a la eficiencia.

¿Por qué a la eficiencia?

Para entenderlo, con el enfoque debido, es necesario explorar 4 conceptos clave de la gestión organizacional:

Eficacia: Hacer que las cosas pasen.

Eficiencia: Relación entre los resultados obtenidos y los recursos utilizados. Por ende, se es más eficiente en la medida que, para el logro de un determinado resultado se utilicen menos recursos[1].

Efectividad: Combinación sinérgica de eficacia y eficiencia. Es decir, lograr que lo que debe ser hecho[2] en efecto suceda y pase de la mejor manera, con una óptima utilización de recursos.
Productividad: Aumento progresivo de la efectividad.

Partiendo de estas definiciones quiero proponer la idea de que, si bien es posible ser eficaz sin ser eficiente, lo contrario no se da, es decir, no es posible ser eficiente sin ser eficaz.

Hago esta afirmación porque pienso que no tiene sentido disminuir el flujo o uso de recursos en un proyecto o proceso al punto de no conseguir el resultado deseado (lo cual claramente iría en contravía del objeto social de cualquier organización), como tampoco lo tiene que, por la escases de éstos (los recursos) el resultado alcanzado no se ajuste a lo esperado, sacrificando calidad, incumpliendo especificaciones o haciendo menos de lo comprometido (lo cual contrariaría la idea de la efectividad, por cuanto en ella prima la idea de “lo que debe ser hecho”).

En consecuencia, la eficiencia no existe sin la eficacia y, consecuentemente, la eficiencia siempre debe estar subordinada a la eficacia. De allí el título de este artículo.

El Liderazgo Consciente hace organizaciones más sólidas y sostenibles.

Por Carlos Francisco Restrepo P

Los jefes son como las nubes…. ¡¡ cuando desaparecen, el día se arregla!!

Es muy común encontrar chistes que, en una línea similar, muestran una imagen negativa del liderazgo.  ¿Es generalizada esta visión? ¿Por qué de ella?

Frente a esta cuestión, en varias ocasiones he escuchado, como argumento para explicarla, que el número de cargos de liderazgo en una organización es mucho menor que el número total de cargos, y que, dado que la mayoría de la gente quisiera ser jefe, pero solo unos pocos lo logran, es una forma de desahogo.

Aunque es cierto que los cargos de liderazgo son menos, no coincido con que esa sea la principal razón de la mala imagen que muchos jefes tienen. En parte porque conozco varias organizaciones en las que sus lideres son queridos y valorados por su gente, y, en parte porque no creo que la mayoría de la gente quiera tener una posición de liderazgo, ni asumir las responsabilidades, el nivel de exposición o los riesgos que ello implica.

¿Entonces?

Para llegar a una respuesta que aporte valor, propongo empezar explorando las responsabilidades que alguien con una posición de liderazgo en una organización debe tener, llámese presidente, gerente, director, coordinador o jefe. Al respecto, y sin demeritar que puedan existir otras funciones y responsabilidades, yo limitaría el listado a cuatro, en las que considero se concentra la esencia del asunto:

  • Definir lo que debe hacerse y lograrse
  • Conseguir que en efecto ello suceda
  • Hacer que pase de la mejor manera posible
  • Hacerlo de manera sostenible.

Sanas Intenciones

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Alguna vez has dicho o hecho algo sin la intención de hacerlo y luego te has lamentado de ello?

¿Alguna vez tus acciones o palabras han sido malinterpretadas por otras personas y terminas siendo objeto de señalamientos por algo que no tenías la intención de producir y que quizás consideras que no tiene nada que ver con lo que tu hiciste o dijiste?

Como parte de mi experiencia como consultor y consejero, he tenido la oportunidad de conversar con cierta profundidad con personas que han sido objeto de diligencias de descargos en procesos disciplinarios y otras a quienes se les ha tomado testimonio como investigados en procesos de responsabilidad fiscal.  Partiendo de la presunción de que dichas personas son inocentes de los comportamientos de los que se les acusaba, he notado que a todas ellas se les dificulta ver sus acciones sin filtrarlas a partir de sus intenciones, de hecho, todas parecían chocar con la idea de que, en los procesos de los cuales eran parte, se les juzgara sin considerar sus intenciones.

Cabe cuestionar si es esta una observación aislada, una coincidencia, o ¿será que es algo común, e inherente al ser humano, el que nos moleste que los demás nos juzguen por lo que hacemos o dejamos de hacer, o por las consecuencias de ello, sin tener en cuenta nuestras intenciones?

De ser así, es necesario preguntarse el por qué.

Cosechamos lo que sembramos

Por Carlos Francisco Restrepo P

Hace poco leí un texto escrito por Mauricio Cardona, uno de los maestros que la vida me ha puesto, que surgió como respuesta a un texto que, sobre la perfección, mi muy querido Alberto Merlano y yo escribimos a dos manos hace unos días. En el texto Mauricio hace mención a la hipótesis de la causación continua, y desde allí desarrolla algunos de sus argumentos.

Mi primera reacción frente a este asunto fue de confusión, no porque hubiera algo malo en la lógica presentada por Mauricio, sino porque, de alguna manera me llevó a cuestionar nuestra propia responsabilidad frente al papel que tenemos como arquitectos de nuestra vida. Si nada está en mi control, ¿cómo puedo ser piloto de mi destino? Si nada está bajo mi control, ¿no me exime ello de toda responsabilidad sobre mis propias acciones?

Así que el texto me llevó a cuestionar si es válido hablar de «causalidad» y a preguntarme si es verdad que todo lleva un rumbo determinado o si determinamos nuestro rumbo. Y como una cosa lleva a la otra, tal cuestionamiento me llevó a concluir que, respecto de mi propia vida, solo haciéndome causa es válido hablar de causalidad.

Reflexiones sobre Capitalismo Consciente

Por Carlos Francisco Restrepo P

En su libro Capitalismo y Libertad, publicado en 1962, el premio nobel de economía, Milton Friedman, compartió la idea de que la única responsabilidad social de una empresa es usar sus recursos para aumentar sus beneficios. A esta idea se le conoce como la teoría de los Accionistas. La única restricción que la teoría impone es que esto debe lograrse en un ámbito de competencia libre y abierta, sin engaño ni fraude. Me parece que en parte ello ha delimitado el ejercicio de la ética empresarial en los últimos 60 años.  

Me parece que esta era una idea que en ese entonces ya estaba ampliamente generalizada en el mundo empresarial y básicamente Friedman puso en pablaras algo que desde muchos años antes residía en el inconsciente colectivo: El propósito de una empresa es dar prosperidad a sus dueños, por tanto, la principal responsabilidad de un líder empresarial consiste en fortalecer la producción y aumentar los beneficios. Claramente, ello parece ser la esencia del capitalismo… al menos en su forma tradicional.

Un legado significativo

Por Carlos Francisco Restrepo P

Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.

Para mí, este verso del poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, en su trasfondo habla de la importancia de dejar un legado. Y por legado me refiero a ese algo que construimos a lo largo de nuestra vida y que es el resultado de cómo la vivimos, quedando para las siguientes generaciones como testimonio de lo que fuimos.

Ello conlleva a la idea de que un legado puede ser bueno o malo, positivo o negativo, porque así como existe el bien también existe el mal. Y claramente es así, basta con pensar en cuál fue el legado de la Madre Teresa de Calcuta y compararlo con el legado que dejó Pablo Escobar. Claramente algunas personas dejan tras su paso desunión, odio, destrucción, desolación, conflicto, muerte, miseria, mientras que otras dejan progreso, conocimiento, amor, felicidad, bienestar, unidad, vida.

Liderazgo y Consciencia

Por Carlos Francisco Restrepo P

Visto desde una perspectiva simple, el Liderazgo Consciente hace referencia a aquel líder que ha crecido en consciencia. En pro de entender correctamente este tipo de liderazgo, resulta importante explorar cada uno de los dos conceptos involucrados: Liderazgo y Nivel de Consciencia. Así, en este escrito, haré una revisión de éstos, para luego integrarlos, todo ello como un ejercicio de aproximación al Liderazgo Consciente.

El liderazgo como concepto:

Desde mi perspectiva, Liderazgo es el arte de inspirar a otros para hacer que las cosas pasen.

De tal definición se desprende que no se puede hablar de liderazgo sin considerar la búsqueda de resultados. A mi manera de ver se trata de una búsqueda intencional, el líder apunta a unos ciertos objetivos y moviliza su energía a la consecución de estos.

Otro elemento implícito en esta definición es la movilización de energía humana. Debe entenderse que sin gente no hay liderazgo. Es decir, no es el líder en sí quien consigue los resultados, aunque participa de ellos, sino que éstos se alcanzan a través del concurso voluntario de otras personas. Allí radica la principal diferencia entre el líder y un ejecutor, o entre el líder y un artista. Es el artista quien realiza la obra, el ejecutor quien hace la tarea, el resultado es su mérito, fue su energía la que lo produjo. Pero, en el ámbito organizacional, así como en otros espacios, es común que los resultados deseados excedan lo que es posible hacer para una persona, así que se requiere de la participación de otros, de muchos quizás, para lograrlos. Y allí es cuando el liderazgo se convierte en una necesidad. Por ende, la energía del líder se concentra en lograr que otros inviertan la suya en pro de una causa común, y ello genera sinergia, es decir, una cantidad total de energía que es más que la suma de las energías invertidas.

Esta reflexión implica que el líder tiene gran poder, pero no me refiero a un poder otorgado por alguien o inherente a una posición, sino al hecho de que el líder influencia a otros, sea positiva o negativamente, principalmente porque posiciona ideas, algunas de las cuales se arraigan tanto que la gente mata o está dispuesta a morir por ellas. Pero no se malentienda, yo no percibo el liderazgo como ejercicio de poder, sino como un acto de servicio, de entrega y sacrificio. Implica de alguna manera el desprendimiento de uno mismo para ser más que uno mismo.