Sanas Intenciones

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Alguna vez has dicho o hecho algo sin la intención de hacerlo y luego te has lamentado de ello?

¿Alguna vez tus acciones o palabras han sido malinterpretadas por otras personas y terminas siendo objeto de señalamientos por algo que no tenías la intención de producir y que quizás consideras que no tiene nada que ver con lo que tu hiciste o dijiste?

Como parte de mi experiencia como consultor y consejero, he tenido la oportunidad de conversar con cierta profundidad con personas que han sido objeto de diligencias de descargos en procesos disciplinarios y otras a quienes se les ha tomado testimonio como investigados en procesos de responsabilidad fiscal.  Partiendo de la presunción de que dichas personas son inocentes de los comportamientos de los que se les acusaba, he notado que a todas ellas se les dificulta ver sus acciones sin filtrarlas a partir de sus intenciones, de hecho, todas parecían chocar con la idea de que, en los procesos de los cuales eran parte, se les juzgara sin considerar sus intenciones.

Cabe cuestionar si es esta una observación aislada, una coincidencia, o ¿será que es algo común, e inherente al ser humano, el que nos moleste que los demás nos juzguen por lo que hacemos o dejamos de hacer, o por las consecuencias de ello, sin tener en cuenta nuestras intenciones?

De ser así, es necesario preguntarse el por qué.

Quisiera analizar esta cuestión partiendo de 3 premisas:

  • Premisa 1: La mayoría de nuestras acciones e inacciones provienen una decisión, lo cual implica que tenemos la intención de hacerlas, más no todas nuestras acciones o inacciones son intencionales.
  • Premisa 2: Toda acción[1] tiene consecuencias y toda inacción tiene consecuencias. A veces insignificantes, a veces enormes, a veces positivas, a veces negativas.
  • Premisa 3: Decir “no era mi intención” refleja en si una intención, la intención de no hacer daño, la intención de no equivocarse o la intención de lograr algo diferente al resultado obtenido. Por tanto, todas las consecuencias (malas o buenas), de nuestras acciones e inacciones, pueden relacionarse con una intención, aunque no siempre dicha intención corresponda con tales consecuencias. 

También es importante explorar el por qué a veces las cosas no salen de acuerdo con nuestras intenciones e incluso llegamos a obtener resultados desafortunados sin quererlo:

  • En parte, podría ser por desconocimiento o falta de experiencia; porque no entendemos la relación entre acciones y resultados, porque no sabemos cómo hacer frente a una determinada situación y nuestra respuesta es equivocada, o porque aún estamos aprendiendo y nuestras acciones son torpes o incompletas. También podría ser porque no siempre somos capaces de anticipar las consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer;
  • Aun teniendo el conocimiento y la experiencia, puede suceder que al imaginar un resultado deseado y apuntar a él con decisión, orientando nuestras acciones de forma intencional, encontremos que no tenemos el control de todas las variables, sentimos que algo se nos opone y al final las cosas salen de forma diferente a lo planeado, echando al traste todo nuestro esfuerzo. Cuando ello ocurre, es común que culpemos a la suerte.
  • Otra razón podría ser porque a veces actuamos de forma impulsiva, reaccionando a estímulos de forma automática, sin tener plena conciencia[2] de lo que estamos haciendo.  O en ocasiones lo hacemos sin poner la debida atención, distraídos, enfermos, cansados, o bajo los efectos del alcohol (o alguna otra sustancia).
  • O, en una línea similar, podría suceder que a veces actuemos bajo la influencia de otras personas, ya sea por ingenuidad o exceso de confianza, ya sea desde nuestros temores o debilidades, con nuestra voluntad vencida, haciendo cosas que responden más a la intención de otros que a la propia.

Con todo esto se concluye que, y hay que resaltarlo, hay una clara diferencia entre consecuencia e intención; es más, como acabamos de ver, pueden presentarse muchas situaciones en las que no haya ninguna relación entre ellas.

Sin embargo, la intención no nos exime de la responsabilidad frente a lo que hayamos hecho o dejado de hacer[3], frente a lo que hayamos logrado o no, o frente a las consecuencias de todo ello. Porque fuimos nosotros quienes hicimos o dejamos de hacer, somos causa, y, como hemos visto, toda acción y toda inacción conllevan consecuencias.  Tal vez es por eso por lo que se dice que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. ¿Entonces?, ¿es la mezcla de intención, acción y consecuencias lo que habría que observar? 

A esta altura es necesario afirmar que creo con firmeza que hay personas malas, que hacen cosas malas de forma totalmente intencional, queriendo hacer el mal a otros y que saben con exactitud cómo producir daño con ello. Pero, el problema con las intenciones es que conllevan mucha subjetividad, las creamos y valuamos desde nuestras creencias, valores y vivencias y, debido a ello, resulta muy probable que la mayoría de las personas consideren que obran bien y que sus intenciones son buenas, o al menos justas, aún aquellas que la mayoría pudiéramos calificar como egoístas, desconsideradas o incluso malvadas.

Es decir, aún alguien que a sabiendas hace cosas malas, puede pensar que sus intenciones son buenas, porque busca un bien mayor y cree que en el proceso de búsqueda de tal bien es posible aceptar algunos daños colaterales (que la persona podría considerar como asuntos marginales o males menores) y, por tanto, validar que el fin justifica los medios.  También puede ocurrir que alguien que tenía la intención de hacer algo que sabe que está mal (por ejemplo, apropiarse de una cosa que no le pertenece) podría no tener la intención de causar un daño a otra persona (por ejemplo, atropellar a alguien durante su huida) y sentirse mal si ello llegara a ocurrir. Al respecto habría que decir que, sentir culpa o tener cargo de consciencia, implica que una consecuencia negativa no corresponde con la intención asociada a la acción que la originó.

Siguiendo con este hilo, también hay que considerar que quien hace algo con la intención explícita de engañar, de hacer daño o de generar caos, puede pensar que esto es justo, quizás porque ve en su acción una retribución por todo lo malo que siente respecto de lo que le ha pasado, o de lo que ha tenido que vivir, o como un merecido castigo para aquellos a quienes considera culpables de su miseria. Es por eso por lo que creo que, en la resocialización de una persona qué ha sido condenada por un crimen, no basta con que ella reconozca que su actuar fue incorrecto, ni siquiera que confiese que tenía malas intenciones al hacerlo; una verdadera rehabilitación también implica que debe comprender, sentir y aceptar que sus acciones no fueron justas.

Otro asunto con las intenciones es que son personales e íntimas, están en nuestro interior, solo nosotros podemos verlas, y eso conlleva a que, es muy probable, la mayoría de las personas elijan mantener sus intenciones ocultas (al menos las malas intenciones). No obstante, a veces las personas deciden hacer explícitas sus intenciones. Pero creo que esto suele ser la excepción, no la regla.

Entonces, con todo lo dicho, ¿cómo saber con certeza cual era la intención de otra persona al realizar una acción? Es incierto, aunque creo que es posible que el tiempo revele las verdaderas intenciones detrás de una acción o serie de acciones. Quizás puedan leerse en la acción misma, en la forma en que se planeó o realizó, o en la constancia (o no) y en la coherencia (o no) de la acción. Y también podría observarse la actitud de la persona, si refleja (o no) arrepentimiento o sentido de culpa (lo cual también es incierto, pues podríamos estar frente a un manipulador o una persona con un gran control de su emocionalidad). A partir de estas ideas cabe concluir, al menos desde mi perspectiva, que la labor de un Juez es sumamente difícil, pues, ante la ley la responsabilidad, y por tanto el castigo, cambian acorde con la intención. Por ende, el Juez no solo juzga el hecho (la acción realizada) y sus consecuencias, sino también la intención; en tal sentido, el proceso de investigación y análisis que precede a un juicio no solo debe esclarecer los hechos, sino que debería ayudar a identificar e interpretar cuál era la intención asociada a cada acción. 

Contrario a las intenciones, las acciones e inacciones, y las consecuencias de estas, pueden ser percibidas por muchos y pueden ser descritas de forma objetiva.  Así que, para los demás es mucho más fácil juzgarnos desde lo que ven, que desde lo que no ven, es decir, desde las acciones y consecuencias, en lugar que, desde las intenciones, así ello no nos guste. Por supuesto, en ánimo de discusión, podría alegarse que en la valoración que otros hacen sobre lo que hacemos, podría también haber intenciones ocultas, no necesariamente santas.

Una última pregunta surge de todo esto: Si son las acciones, más que las intenciones, las que determinan la manera en que somos juzgados, ¿implica ello que las intenciones son menos importantes que las acciones?

Mi respuesta es un No rotundo, porque, tal y como he tratado de exponer en este escrito, las intenciones le dan sentido y pueden develar el verdadero valor de la acción y el nivel de responsabilidad de quien la realiza. Legitimándola o quitándole valor (al develar aquello que ocultan) en el caso de una buena acción y disminuyendo o agravando la responsabilidad frente a lo ocurrido en el caso de una acción que haya genera daño.

Nada que hacer, la conclusión es simple: Caras vemos, intenciones no sabemos. No obstante, es claro que intención y consecuencia no siempre van de la mano y, sin embargo, somos responsables de lo que hacemos, así como de lo que dejamos de hacer.


[1] Considero importante precisar que hablar es una acción, al igual que callar, por tanto, al igual que con cualquier otro tipo de acciones, lo que decimos o dejamos de decir también tiene consecuencias.

[2] Actuar sin intencionalidad, impulsivamente o de forma automática, es menos común en la medida que se crece en nivel de consciencia. No obstante, en la medida que la mayoría de las personas se encuentran en un nivel de consciencia egóico (ver prólogo escrito por Alberto Merlano Alcocer, del libro De Pasajero a Piloto del mismo autor de este artículo), resulta normal el decir o hacer cosas de forma automática o inconsciente.

[3] La indiferencia (que conlleva inacción frente a una determinada situación), nos hace también responsables, no de la situación en sí, sino de las cosas que pasarán a partir de dicha situación.

Fuente Fotos: https://unsplash.com/

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