
Soy un convencido de que la comunicación es la principal herramienta del liderazgo. A través de ella los líderes motivan, contagian, posicionan ideas, negocian, alinean, fijan limites, objetivos y metas, retroalimentan, convencen, negocian, inspiran y crean nuevas realidades.
No obstante, desde mi punto de vista, pareciera haber un malentendido en lo que comunicar realmente significa. Y ello, en mi parecer, ha derivado en que muchas personas que llegan a una posición de liderazgo relevante cuentan con una gran elocuencia. Pero elocuencia y comunicación no necesariamente son la misma cosa.
Quizás es porque tenemos la necesidad de expresarnos, y de ser comprendidos, que apreciamos nuestra voz y anhelamos la elocuencia. Y sin duda alguna la palabra tiene poder y permite ganar poder: Puede convocar, integrar, atraer y conquistar; Puede revelar sabiduría, autoridad y conocimiento; Puede ser como agua fresca, saciar la sed, aliviar, llevar vida, enamorar, emocionar, llenar vacíos y transformar corazones; Puede crear, abrir mentes, estimular la imaginación y cimentar la construcción de un futuro mejor.
Pero también puede destruir, herir y engañar; puede ser incoherente, vacía, agotadora y grosera; puede infundir temor y ser fuente de odio, dolor, confusión y conflicto.
Por tanto, ser elocuente no necesariamente significa que se tenga mucho para decir, ni que lo que se dice sea importante, profundo o valioso, o que sea del interés de otros. A veces, el silencio puede ser mejor.
Ser elocuente no implica saber cuál es el momento oportuno para hablar, o que los demás tengan la capacidad de entender lo que uno quiere decir, que te quieran escuchar, o que estén preparados para aceptar aquello que has dicho. A menudo, callar puede ser mejor.
Ser elocuente no significa que tus palabras sean fuente de cambio, inspiren, construyan futuro, ayuden a alguien o creen bienestar. En ocasiones, cambiar uno mismo puede ser mejor que tratar de cambiar a los demás.
Ser elocuente no significa que los demás puedan ponerse en tus zapatos, entender tus puntos de vista, compartir tus opiniones o solidarizarse con lo que sientes. Creo que, con frecuencia, es mejor intentar comprender que ser comprendido.
No obstante, si eres elocuente, usa ese don para liderar, expresar tu ser y compartir lo que sabes, no calles ante la injusticia, ayuda al abatido a levantarse, siembra amor, dibuja nuevos horizontes, dales aliento a aquellos a quienes diriges y oriéntalos en el camino hacia un futuro mejor. Pero calla cuando debas, escucha con atención y esfuérzate por comprender.
Y si quieres ser realmente elocuente, y llegar a ser un gran comunicador, ten en cuenta también la elocuencia del silencio, que encierra un gran poder. Con el silencio se puede trasmitir desprecio o indiferencia, pero también interés, simpatía y solidaridad. Puede llenarnos de dudas, hacer larga la espera y llevarnos a la agonía, envolviendo todo en un halo de misterio, pero también puede sembrar y ayudar, cobijar, acompañar y reconfortar.
El silencio ayuda a resaltar la importancia de una idea, y a marcar las pausas oportunas para encontrar un ritmo adecuado en la comunicación, ese que facilita conectar con el interlocutor y encontrar las palabras correctas, aquellas que reflejan de mejor manera lo que quieres expresar y ayudan a otros a comprender, y quizás a cambiar, aquellas que acarician y enriquecen, que empoderan, liberan y estimulan, que muestran caminos, que dan determinación e inspiran.
El verdadero silencio es el que nace de uno mismo, y no es solamente ausencia de sonido sino más bien abundancia de serenidad. Por ende, podría haber silencio aún en presencia de ruido. Y esta clase de silencio hace más fácil el escuchar, ayuda a enfocar el pensamiento y a ver con claridad, facilitando la comprensión.
Así, cuando te enfrentes a ese momento en que no sean palabras lo que se necesita, sino compañía; en que no sean respuestas lo que se espera, sino comprensión; en que para el otro no sea posible escuchar, pero exista la necesidad de ser escuchado; en que no sea el cambio, sino la aceptación lo que haga falta, en ese justo momento, refúgiate en el silencio y usa todo el poder de su elocuencia. Serás entonces, inevitablemente, un gran comunicador y tu liderazgo se verá significativamente fortalecido.
Para cerrar, creo que sería preciso decir que, es porque tengo voz y porque creo que ella tiene gran valor, que aprecio mi silencio[1].
[1] Imagen por Cristina Flour en https://unsplash.com
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