Hace algún tiempo, cuando mis hijos me preguntaron, qué significaba ser empresario, yo decidí contarles la siguiente historia:
“Luego de leer las aventuras de Tom Sawyer y las aventuras de Huckleberry Finn, libros de Mark Twain, un chico decidió aprender a pescar, pues era una de las habilidades específicas que un joven aventurero y travieso debe tener; en su imaginario la pesca resultaba ser la actividad determinante para planear aventuras, o para reposar luego de algún castigo recibido por cuenta de sus travesuras.
Sabiendo lo que quería, comenzó a buscar en el viejo ático la caña soñada, aquella que estaba seguro le permitiría cumplir su deseo de ser como sus traviesos héroes literarios. Anaquel tras anaquel, baúl tras baúl, paquete por paquete, caja por caja, buscó por espacio de 4 horas, sin encontrar pista alguna de algo que pudiera parecerse a un equipo de pesca. Cansado y un poco frustrado, decidió hacer una pausa para descansar; era medio día y el sol entraba por las rendijas de una pequeña ventana en la parte superior del ático. Así, recostado sobre un raído cojín, vio algo que llamó su atención: los rayos del sol justo iluminaban una vidriera en el fondo del ático, dentro se hallaba un pequeño libro como único objeto expuesto dentro de aquel mueble.
Al muchacho le pareció extraño ver un libro tan cuidadosamente guardado en medio de tanto desorden, así que decidió acercarse y tomarlo para observarlo con más cuidado. Se trataba de un antiguo manual de campista. A pesar del peculiar olor, que le provocaba cosquillas en la nariz, las hojas aún estaban firmes y se podía leer con claridad. Luego de ojearlo por unos minutos gritó, ¡Eureka!!, había encontrado lo que buscaba, justo allí, enfrente de él, en la página 77 del libro, se hallaban las instrucciones para fabricar una caña de pescar.
Lleno de determinación, el muchacho siguió las instrucciones al pie de la letra: tomó una vara de bambú, la recortó a la medida y la alisó, durante varios días esperó ansioso a que terminara el proceso de secado, le adaptó un sedal procurando que no quedara muy ajustado, improvisó un flotador con una pelotita de ping pong y construyó su anzuelo con un alfiler al que logró dar forma calentándolo, no sin antes quemarse los dedos 2 o 3 veces; Tuvo mucho cuidado y paciencia, de manera que todo quedara bien. Al fin, dos semanas después, la caña estuvo lista.
Aquella mañana, el chico se levantó bien temprano, las orugas y lombrices que había capturado desde el día anterior aún se movían dentro de un frasco sellado. Balde en mano se dirigió al muelle del lago, preparó la carnada en el anzuelo y realizó su primer lanzamiento, luego el segundo, y el tercero, y así durante una hora entera; pero nada ocurrió, ni un solo pez apareció.
Un labriego, que volvía de su pesca matutina, había estado observando al muchacho; tenía peces suficientes para el sustento de su familia, y aún contaba con algunos para vender en el mercado. Interesado, le habló: – ¡Es la carnada! – dijo -los peces de este lago no comen gusanos; hay que fabricar moscas para atraerlos -, luego, extendiendo su mano, le mostró una pequeña colección de moscas que él mismo fabricó.
Desde esa misma tarde, y durante los siguientes días, el chico visitó buscó y estudió todo tipo de instrucciones para fabricar moscas, y en efecto aprendió, lo suficiente para hacer sus propias moscas y mejorar el diseño de su caña de pescar. Los primeros picotazos no se hicieron esperar, no obstante, el sedal se rompió, el anzuelo se dobló, y ningún pez salió. Fue necesario hacer ajustes al diseño y reparaciones varias a su equipo de pesca, -!pero las moscas funcionaron y los peces picaron! – se dijo para sus adentros.
Su primer pez, fue una trucha pequeña de apenas 250 gramos. La emoción del tirón fue poco comparada con la sensación de triunfo al sacar el pez del agua. Poco a poco fue mejorando, algunos días lograba sacar 3 o 4 peces, y aunque algunas veces no sacaba ninguno, un día logró pescar 8. Así mismo el peso aumentó un poco, e incluso logró una trucha de 900 gramos.
Pero pronto, esto no fue suficiente, quería más, quería mejores peces, quería conocer nuevos lugares y tener aventuras. Envidiaba a los otros pescadores; el los veía llegar al mercado con peces que le parecían supergrandes, y los escuchaba en la calle mientras hablaban del viaje a tal lugar, o a tal otro, y de lucha que dio algún enorme pez, o del extraño sabor de otro cuyo nombre no lograba recordar. Necesitaba saber cómo, necesitaba saber donde. ¡¡Los mejores peces están en el río, aguas arriba del lago, cerca del nacimiento!!, dijo alguno.
Pescar en río no era igual que hacerlo en el lago, la mosca se enredaba en las ramas de los árboles, la profundidad era poca y se perdían muchas moscas. Nuevamente tuvo que aprender y requirió de varios viajes y muchos intentos antes de que picara el primer pez. Durante 30 minutos luchó con aquel antes que su caña se rompiera, aquella vieja caña que meses atrás el mismo fabricara, sus manos magulladas, sangraban un poco por el esfuerzo. Calculó que debía pesar al menos tres kilos, la trucha más grande que había visto en su vida, más que la que cualquier pescador hubiera llevado al mercado, y si bien al principio se disgustó por la pérdida, nunca había recibido tanta resistencia, por lo que al final se sintió satisfecho y feliz: La adrenalina liberada aún no le hacía sentir cansancio ni dolor y mantenía agudos sus sentidos. “Volveré por ti”, dijo finalmente, señalando hacia el río con gran determinación.
-Hay peces aún más grandes en estos lares -, le dijo un viejo pescador mientras se acercaba al muchacho; desde la distancia había observado toda la escena. -Tienes el talento, el entusiasmo y paciencia que se necesita para pescar, y claramente tu señuelo atrae los animales. Pero grandes peces requieren del equipo adecuado, una caña fuerte y flexible, un carrete con freno de gran potencia y bobina desmontable, un hilo suficientemente largo y resistente, anzuelos firmes, un traje de vadeo que te permita cruzar ríos y pescar desde adentro de ellos, impermeables para enfrentar cualquier clima. -El pescador, claramente un deportista, sabía mucho del tema y estaba bien equipado. Mostró al joven todo lo que traía consigo y conversó con él por largas horas.
Pasaron meses antes de conseguir el dinero suficiente para una caña profesional, el resto del equipo le tomó un par de años más. Pero su constancia y dedicación siempre se vieron recompensados, y se convirtió en el mejor pescador de su región.
Su amor por la pesca nunca decreció, pescó en ríos y lagos alrededor del mundo, capturó peces de muchísimas especies, que devolvía al agua para impulsar su conservación, aprendió de múltiples estilos y técnicas, fabricó sus señuelos, que se volvieron famosos y apreciados, y obtuvo varios records.
Y cumplió su sueño de ser como sus héroes literarios, pues tuvo grandes aventuras, y conoció lugares maravillosos, y la pesca siempre fue su escape, el espacio para encontrarse con sus sueños, para ser el mismo.”
En efecto esta historia me recuerda lo que es un Empresario[1]: Al principio, igual que el niño de la historia, solamente se tiene un sueño, un propósito que se quiere alcanzar; normalmente es una idea un poco abstracta, incluso suele ser difícil de traducir en palabras. Pero es esa idea, esa búsqueda del propósito, la que hace surgir o crecer la Empresa, y suele ser tan intensa, que determina las decisiones del empresario, lo lanza a aventurarse en un terreno desconocido y le da la motivación para avanzar, aún ante el fracaso, aun ante la desesperanza, aun cuando nadie más que él comparta el sueño. De hecho, muchas organizaciones que hoy son consideradas como referentes, o admiradas por su éxito, tienen una historia cuyos comienzos estuvieron llenos de dificultades y fracasos, en las cuales los anhelados inversionistas las rechazaron o despreciaron y les dieron la espalda; pero la perseverancia y compromiso de sus líderes, incluso al borde de la terquedad, quienes persiguieron insistentemente su sueño a costa de grandes sacrificios, las puso en el camino que las ha llevado a ser lo que son. Ellos persistieron donde otros hubieran abandonado.
Así mismo, al igual que en la historia, se requiere de una idea clara de cómo lograr el sueño, se requiere de un espacio en el mercado donde pescar, es decir, donde desarrollar su negocio, así mismo requiere de una propuesta de valor y de una estrategia que, como el señuelo y la carnada, atraiga a los clientes. Al igual que la historia, para crecer y poder obtener los mejores peces, la empresa necesita aprender, explorar nuevos terrenos y equiparse bien; así, la caña, el carrete, los anzuelos, el sedal, y demás implementos para la pesca representan la estructura organizacional, los procesos, equipos, tecnología e infraestructura con que cuenta la organización, si son las adecuadas, ayudarán alcanzar el éxito.
Es este equilibro entre propósito y organización, lo que hace que una empresa alcance su potencial y se proyecte sólidamente hacia el futuro.
Esta aseveración es coherente con algunas de las conclusiones de Collins y Porras en su Libro “Empresas que Perduran”, específicamente en lo siguiente:
- No hay ningún conjunto “correcto” de valores básicos para ser una compañía visionaria, dos compañías pueden tener ideologías radicalmente distintas y, sin embargo, ser ambas visionarias.
- La variable crucial no es el contenido de la ideología sino cuán profundamente la compañía cree en ella y cuán consecuentemente la vive, en tal sentido, las compañías visionarias no se preguntan, ¿Qué debemos valorar? sino, ¿Qué valoramos realmente en lo más hondo de nuestro ser?
- Contrario a lo que sostienen algunas facultades de administración de negocios, maximizar la riqueza de los accionistas o maximizar utilidades no ha sido el motor ni el objetivo primario en la historia de las compañías visionarias. De hecho estas persiguen un grupo de objetivos, de los cuales hacer dinero es sólo uno, y no necesariamente el principal. Paralelo a maximizar la utilidad, cuentan con una ideología básica y un sentido de propósito más allá de la rentabilidad. Paradójicamente, son más rentables que las compañías motivadas únicamente por el lucro.
Así, uno de los intereses máximos del empresario es lograr que la organización comprenda y se alinee con el propósito, y en ello gasta ingentes esfuerzos. Es decir, busca que el diseño de la organización le ayude a cumplir el propósito y sobre todo busca que las personas que allí trabajan se comprometan con el mismo para que dediquen el máximo esfuerzo alcanzarlo[2]. Esta búsqueda requiere lo que llamaremos “liderar desde el propósito”
[1] Por empresario debemos entender no solamente la persona que ha concebido y creado o puesto en marcha una empresa, sino el líder de cualquier organización, sea esta pública, privada, con o sin ánimo de lucro, grande o pequeña que en un momento determinado tiene una idea o sueño respecto de lo que ésta debería ser.
[2] Y es de anotar que precisamente son personas (que normalmente trabajan en la organización), quienes toman decisiones respecto de la estrategia, la estructura organizativa, los procesos, la tecnología, y demás elementos que conforman la dinámica organizacional de la Empresa.
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