El beneficio de la duda

Por Carlos Francisco Restrepo P

En mi opinión hay pocas cosas que mejor reflejen nuestra naturaleza humana que dudar y, al mismo tiempo, aunque resulte curioso, pocas cosas que nos avergüenzan más que dudar. Resulta, por no decir menos, un poco contradictorio. 

He escuchado que la duda agobia más que el fracaso. Creo que se refiere al hecho de no saber cuál sería el resultado de tomar una determinada decisión o de aceptar un riesgo. Y es que la duda es incómoda, produce una sensación de incertidumbre e inseguridad, enreda, infunde temor y vacilación, vacío y preocupación. Dudar nos parece una señal de debilidad (y hay una creencia muy arraigada en ello). Por consiguiente, la duda puede llevar a la inacción o a actuar erráticamente.

Me parece que mucha gente siente que la fortaleza de un líder radica en no dudar o que es la sabiduría lo que le permite que algunos estén libres de dudas. En consecuencia, el líder siempre sabrá qué hacer. Pero la realidad es otra, un verdadero líder duda, como cualquier ser humano. Y quizás más, porque se enfrenta con mayor frecuencia a decisiones difíciles, incluso a algunos callejones sin salida, donde todas las alternativas de decisión resultan agridulces, y hasta el no hacer nada se convierte en un problema con consecuencias negativas. Tampoco creo que la sabiduría sea un antídoto a la duda. Quizás es lo contrario, para ser sabio hay que aceptar que se duda. De hecho, entre más sabio alguien es, más consciente es de que lo que sabe es apenas un fragmento del conocimiento que existe, y aún menos que el conocimiento que falta por construir o descubrir ¿Cómo no dudar? La diferencia entre el líder y otros, entre el sabio y otros, no está en la ausencia de duda, sino en lo que hacen cuando se enfrentan a ella. Claramente no dejan que los detenga.

Ello me recuerda la frase que reza: Ante la duda abstente.  Yo la cambiaría, diría más bien “Ante la duda reflexiona, indaga y revisa. Luego decide”. Ello conlleva a la idea de que debes enfrentar la duda, no dejar que te paralice, no esconderte de ella, afrontarla con valor y discernimiento, con la experiencia y los sentidos como arma. Decide. Incluso si la decisión es no hacer nada y esperar. Lo importante es que el no hacer nada sea algo intencional, fruto de una reflexión y análisis, o incluso de la intuición y no, simplemente, una consecuencia del temor.

Puede ser que en situaciones de vida o muerte uno no pueda permitirse dudar. Pero, para ser sinceros, la mayoría de las veces la duda no llega en una condición de ahora o nunca. Normalmente tenemos tiempo para la mayoría de las decisiones que debemos tomar y las acciones que debemos emprender.

Dudar refleja que no he puesto suficiente atención, que no conozco bien algo o no lo he comprendido en debida forma y por tanto que no sé como responder frente a ello. A veces, no son más que el reflejo de las propias inseguridades. Es difícil distinguir. Pero, aún en esos casos, la pregunta clave es ¿qué es lo que me lleva dudar?, ¿qué necesito aprender o entender? 

Si se ve desde una perspectiva más amplia, la duda evita cometer injusticias. Si bien puede ser usada como mecanismo de manipulación, previene que yo las cometa. Y claro, ser manipulado resulta incómodo y afecta el ego. Pero, más allá de eso y acudiendo a un enfoque racional, quizás un poco más objetivo, pediría considerar que es mejor, ¿saberse manipulado o saber que se cometió una injusticia en contra de otra persona? 

Dudar puede que sea señal de honorabilidad y prudencia, puede ser consecuencia de nuestros valores actuando, o nuestra intuición tratando de decirnos algo, o la razón evidenciando que nos falta información. En estos casos, la duda puede ser una ventaja.

Por ende, yo pongo mucha atención a mis dudas. Las veo como maestras y, en tal sentido las valoro y confío en ellas. Porque ponen freno a mis impulsos, me aterrizan y me recuerdan que no soy infalible. Lejos de detenerme, me invitan a ser más humilde, me recuerdan que hay mucho fuera de mi control, mucho por descubrir, mucho por aprender. Estimulan mi creatividad, me impulsan a revisar mis decisiones, a ser prudente, a fijarme en las consecuencias antes de actuar, a explorar nuevos caminos, a contemplar diferentes posibilidades, a esforzarme más, a prepararme mejor.

Lo que trato de decir no es algo nuevo, Descartes entendió el valor de dudar, y de allí nace su famosa “duda metódica” como camino para llegar a una base de conocimiento cierto desde donde partir para construir y fundamentar otros conocimientos del mundo.

Estoy convencido, no hay duda en mi en esto, el beneficio de la duda no es sólo un tecnicismo jurídico, ni mucho menos una frase de cajón. La duda es simplemente una bendición, nos ayuda a liberarnos de nuestra propia ignorancia, es una fuente de nuevo conocimiento, una puerta para avanzar en nuestro entendimiento de la realidad y un instrumento para crecer en conciencia.

Ahora bien, como en muchas cosas en la vida, los extremos resultan peligrosos.  Así que, partiendo de lo hasta ahora dicho, concluyo que la seguridad excesiva, el no dudar, lejos de reflejar fortaleza, es símbolo de ignorancia, o de un ego demasiado grande, o quizás de alguna enfermedad mental; puede llevar a la temeridad, a la imprudencia, a la opresión, a la imposición y a la injusticia (se me antoja algo muy parecido a la tiranía). De forma similar, el exceso de dudas puede también ser algo problemático, un reflejo de conflictos internos no resueltos, traumas o fobias, o, al igual que ocurre con la ausencia de duda, señal de alguna enfermedad mental; y puede conducir a la parálisis, a la inacción, el aislamiento o, también a la injusticia y la tiranía.

Para terminar propongo considerar estas reflexiones en el marco del ejercicio del liderazgo, para decir que quién toma decisiones, y usa sus dudas sabiamente, puede enfrentar situaciones de gran complejidad. Será entonces un líder mucho más eficaz, crecerá en sabiduría y se transformará en un mejor ser humano.


[1] Fuente fotos: https://unsplash.com/

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