Autor: Carlos Francisco Restrepo P

La comunicación como puente y herramienta para el liderazgo

Por Carlos Francisco Restrepo P

En la película “Los Ilusionistas” (Now You See Me, 2013) un grupo de magos, conocido como Los Cuatro Jinetes, patrocinado por el millonario Arthur Tressler, realiza espectáculos deslumbrantes en los que, “por arte de magia”, logran robar bancos y corporaciones, para luego redistribuir el dinero entre el público, al estilo de modernos Robin Hood. Hay una escena que sucede dentro del avión privado de Tressler en la que, en medio de un ambiente de camaradería, relajado y algo cómico, uno de los jinetes trata de impresionar al patrocinador leyendo su mente, pero el resultado es un total fracaso, lo que deja a los poderes psíquicos del mago en evidencia y a este un tanto humillado, y a los demás desternillándose de la risa. Pero en realidad todo fue un montaje orquestado por los 4 magos, quienes actuaron coordinadamente para lograr que Tressler revelara información confidencial, que les permitió a los Jinetes acceder a sus cuentas bancarias y sacar su dinero, el cual repartieron entre el público en su siguiente show.

Más allá de la aparente intención de divertir o impresionar, la real intención era el engaño. Y el millonario cayó estrepitosamente.

Este relato permite una comparación interesante: Cuando un estafador se comunica, lo hace en la forma que un líder consciente lo haría: Tiene una clara intencionalidad, gran precisión y mucho control. Todas sus palabras y lenguaje corporal, la emocionalidad reflejada, el tono que usa y la manera como maneja el espacio, apuntan a un propósito particular; además, está atento a las señales de sus interlocutores para determinar si el mensaje se está trasmitiendo correctamente y se está obteniendo el efecto deseado y, a partir de ello, va ajustando.  Sin embargo, a diferencia del estafador, que mantiene oculta su intención (disfrazada tras el velo de algo aparente), el líder consciente la hace explícita, de una forma totalmente abierta y transparente.

La Planeación Estratégica no ha muerto, pero quizás esté siendo malentendida

Por Carlos Francisco Restrepo P

La Planeación Estratégica no se trata de adivinar el futuro de una organización, pero sí de definir su rumbo, es decir, un marco general que delimita y orienta su esfuerzo estratégico.  Y esto es fundamental, pues si una organización no sabe a dónde va, no puede definir cómo avanzar y llegar allí; cualquier avance que realice podría realmente ser un retroceso; no podrá enfocar su energía; se volverá reactiva y se concentrará en lo urgente y ruidoso, pues ni siquiera sabrá qué es lo importante.

La Planeación Estratégica no implica anticipar las decisiones que la organización tomará en el futuro, pero si es reflexionar activamente sobre el futuro.  Por ende, no se trata de definir las rutas a recorrer o las acciones a realizar para crecer, afianzarse, conquistar, avanzar o cumplir con su objeto social y lograr los resultados que necesita/desea alcanzar en los siguientes años, o décadas. En mi parecer tal idea resulta un poco absurda, pues el nivel de incertidumbre sería demasiado alto, ya que el entorno no es estático y la competencia no es pasiva, así que cualquier supuesto que se hubiere contemplado respecto de una determinada ruta de acción, cualquier apuesta que se hiciere respecto de lo que se cree que va a pasar si elegimos un camino particular, podría no tener suficiente sustento, por tanto, perder valor rápidamente. Y esto se da, principalmente, porque no podemos anticipar todo lo que va a suceder, ello requeriría de un vidente, o tendría que construirse a partir de interpretaciones del entorno y de la realidad que probablemente estén incompletas (pues hay demasiadas variables en juego y demasiados cambios en movimiento) y además podrían estar un tanto sesgadas, pues están mediadas por nuestras ideas y prejuicios y por nuestra propia y particular manera de ver el mundo.

Sin embargo, planear estratégicamente si implica que se deben definir cuáles son los resultados deseados en un determinado periodo de tiempo, y, a partir de ello fijar las metas concretas que establecen con claridad qué es lo que se quiere y se debe lograr. Es decir, la Planeación Estratégica está más en el campo de los “qué”, que en el campo de los “cómo”.

Inteligencia Artesanal

Por Carlos Francisco Restrepo P

La esencia del artesano es la transformación, y es un maestro en ello. Toma algo simple y lo convierte en algo único, toma algo ordinario y lo hace extraordinario.

El artesano tiene paciencia, pone atención al detalle, crea belleza y emula la belleza, imprimiendo en cada creación su pasión, habilidad y la sabiduría de su oficio.  Es recursivo pues crea desde sus limitaciones, así como desde sus fortalezas, y lo hace a partir de lo que hay, de lo que encuentra, de lo que busca, de lo que le llega o de lo que otros desechan. Usa lo que le fue enseñado, lo que ha aprendido a partir de su experiencia, lo que ha visto, lo que recuerda, lo que imagina, lo que interpreta, lo que cree, lo que piensa, lo que sueña, lo que siente. Se inspira en lo que le rodea, en lo que está lejos, en lo que ya no está, en lo que es, en lo que no es, en lo que fue y en lo que puede ser, dilucidando múltiples posibilidades y viendo lo que otros no ven.

Cuando trabaja, su creatividad fluye, porque está dispuesto a entregar su ser, a expresar su identidad y cuestionarla, a desnudar su esencia y a hacerlo sin tapujos, porque está dispuesto a aprender, explorar, innovar, inventar, intentar y fallar, a crecer, a cambiar, a evolucionar e incluso a abandonar, retroceder e involucionar. 

El resultado puede transformar un espacio, llenarlo, darle brillo y vida, infundirle sentido, color y emoción, trasmitir carácter, identidad y valor, capturar la atención, inspirar, confrontar, cuestionar.

En fin, todo artesano es un artista y todo artista es a la vez un artesano.

¿Podría una definición como ésta aplicarse a la Inteligencia Artificial?  Yo diría que no. Sin querer polemizar me resulta claro que la Inteligencia Artificial es otra cosa: Interesante, inquietante, poderosa, útil, atractiva, pero otra cosa.

¿Por qué inquietante?

Enriquecer el trabajo

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Qué es tu trabajo, que haces allá? De niño le pregunté a mi papá y, muchos años después, mis hijos me preguntaron a mí. Es una pregunta común en los niños, pues ellos quieren entender el por qué sus padres deben irse de casa todos los días, durante todo el día, en vez de quedarse a jugar con ellos.

No recuerdo muy bien la respuesta, pero si recuerdo que me pareció una lista casi interminable de actividades aburridas y, ante ello, para mis adentros pensé: Pobrecito mi Papá, ¡yo mejor voy a ser bombero! 

Y es que yo intuía que mi Papá, así como los bomberos, hacía algo de gran importancia, pero con la respuesta obtenida no me pareció así.  El hecho es, que el asunto me quedó dando vueltas durante varios días, pues yo no entendía como mi Papá, haciendo algo tan aburrido, podía levantarse temprano todos los días para ir a su oficina a hacerlo. Así que, quizás guiado por la inocencia infantil, decidí volver a preguntar y, como buscaba una respuesta diferente, me pareció que lo lógico era hacer una pregunta diferente: 

Papá, le dije, ¿por qué vas a trabajar todos los días?

“Porque hay que pagar las cuentas y poner comida en la mesa”, me respondió, o algo muy parecido.

Y yo volví a pensar, Pobrecito mi Papá, ¡yo seguro quiero ser bombero!   

Hoy pienso que la respuesta de mi Papá obedeció a una creencia con la que muchos de mi generación crecimos (de seguro otras generaciones también), una que establece que el trabajo es un medio de sustento, un medio para cubrir necesidades básicas, un medio para el crecimiento económico. No tiene que ser divertido, ni siquiera gustarte, pero debe ser hecho. 

¿Es este un paradigma válido?

Choque entre propósito y valores

Por Carlos Francisco Restrepo P

Cuando Alejandra fue nombrada para dirigir la nueva Agencia para la Educación Social[1] lo consideró el trabajo de sus sueños. Si bien el reto era enorme, toda su vida adulta la había dedicado a la causa de brindar oportunidades de educación para los niños más vulnerables de su ciudad, así que este nombramiento más que un reconocimiento a su labor era una oportunidad de oro para cambiar la vida de miles de niños.  Para Alejandra aquello no era un reto más, era algo mucho más profundo, por su alcance sentía que la agencia era aquello por lo que había esperado toda su vida, algo significativo que realmente la motivaba y la llenaba en formas que no podía describir. Definitivamente este era el trabajo de sus sueños. 

Extrañó a muchos que el Secretario de Educación se hubiera decidido por Alejandra, pues ella no tenía ninguna relación previa con el mundo de la política. Pero el Alcalde le había dicho que la educación de los niños más pobres era la política más importante de su Gobierno, y quería que allí se nombrara a alguien técnico que conociera bien la problemática y tuviera todo el compromiso y empuje para sacarla adelante.  Así que cuando el Secretario empezó a indagar, rápidamente surgió el nombre de Alejandra.

Los primeros tres años todo marchó como debía, superando cualquier expectativa. No es que no hubiera dificultades, pero ninguna que no se pudiera sortear.  Los resultados hablaron por sí mismos y el acceso a educación de calidad para los niños de la ciudad empezó a cambiar de forma significativa, para bien; lo cual era especialmente impresionante, dado que se trataba de una nueva entidad. Fui testigo de eso y también pude ver cómo Alejandra, a pesar del cansancio propio de un reto tan grande y de las interminables horas de trabajo, parecía sentirse realizada, en todo el sentido de la palabra, simplemente se le veía feliz.  Por eso me extrañó tanto cuando al recibir la llamada de Alejandra la sentí tan perturbada.

La elocuencia del silencio

Por Carlos Francisco Restrepo P

Soy un convencido de que la comunicación es la principal herramienta del liderazgo. A través de ella los líderes motivan, contagian, posicionan ideas, negocian, alinean, fijan limites, objetivos y metas, retroalimentan, convencen, negocian, inspiran y crean nuevas realidades.

No obstante, desde mi punto de vista, pareciera haber un malentendido en lo que comunicar realmente significa. Y ello, en mi parecer, ha derivado en que muchas personas que llegan a una posición de liderazgo relevante cuentan con una gran elocuencia. Pero elocuencia y comunicación no necesariamente son la misma cosa.

Quizás es porque tenemos la necesidad de expresarnos, y de ser comprendidos, que apreciamos nuestra voz y anhelamos la elocuencia. Y sin duda alguna la palabra tiene poder y permite ganar poder: Puede convocar, integrar, atraer y conquistar; Puede revelar sabiduría, autoridad y conocimiento; Puede ser como agua fresca, saciar la sed, aliviar, llevar vida, enamorar, emocionar, llenar vacíos y transformar corazones; Puede crear, abrir mentes, estimular la imaginación y cimentar la construcción de un futuro mejor.

Pero también puede destruir, herir y engañar; puede ser incoherente, vacía, agotadora y grosera; puede infundir temor y ser fuente de odio, dolor, confusión y conflicto.

Por tanto, ser elocuente no necesariamente significa que se tenga mucho para decir, ni que lo que se dice sea importante, profundo o valioso, o que sea del interés de otros. A veces, el silencio puede ser mejor.

Concéntrate en el proceso, y también en el resultado

Por Carlos Francisco Restrepo P
Foto por Bob Brewer en https://unsplash.com/

Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,

érase un pez espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,

érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba,

era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,

érase una pirámide de Egipto,

las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,

muchísimo nariz, nariz tan fiera

que en la cara de Anás fuera delito.

Tengo un vínculo personal con este texto, el famoso “soneto a una nariz”.  La cuestión es que mi mamá me lo leía con cierta frecuencia, afirmando, cada vez, que había sido escrito para mí. Seguramente fue por cuenta del prominente órgano que tengo pegado a mi cara.  

La peor ineficiencia es la ineficacia

Por Carlos Francisco Restrepo P

“No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”

Desde una perspectiva organizacional, este popular refrán, no significa un llamado a trabajar más horas o a dejar de lado el descanso, sino un llamado a la eficiencia.

¿Por qué a la eficiencia?

Para entenderlo, con el enfoque debido, es necesario explorar 4 conceptos clave de la gestión organizacional:

Eficacia: Hacer que las cosas pasen.

Eficiencia: Relación entre los resultados obtenidos y los recursos utilizados. Por ende, se es más eficiente en la medida que, para el logro de un determinado resultado se utilicen menos recursos[1].

Efectividad: Combinación sinérgica de eficacia y eficiencia. Es decir, lograr que lo que debe ser hecho[2] en efecto suceda y pase de la mejor manera, con una óptima utilización de recursos.
Productividad: Aumento progresivo de la efectividad.

Partiendo de estas definiciones quiero proponer la idea de que, si bien es posible ser eficaz sin ser eficiente, lo contrario no se da, es decir, no es posible ser eficiente sin ser eficaz.

Hago esta afirmación porque pienso que no tiene sentido disminuir el flujo o uso de recursos en un proyecto o proceso al punto de no conseguir el resultado deseado (lo cual claramente iría en contravía del objeto social de cualquier organización), como tampoco lo tiene que, por la escases de éstos (los recursos) el resultado alcanzado no se ajuste a lo esperado, sacrificando calidad, incumpliendo especificaciones o haciendo menos de lo comprometido (lo cual contrariaría la idea de la efectividad, por cuanto en ella prima la idea de “lo que debe ser hecho”).

En consecuencia, la eficiencia no existe sin la eficacia y, consecuentemente, la eficiencia siempre debe estar subordinada a la eficacia. De allí el título de este artículo.

El Liderazgo Consciente hace organizaciones más sólidas y sostenibles.

Por Carlos Francisco Restrepo P

Los jefes son como las nubes…. ¡¡ cuando desaparecen, el día se arregla!!

Es muy común encontrar chistes que, en una línea similar, muestran una imagen negativa del liderazgo.  ¿Es generalizada esta visión? ¿Por qué de ella?

Frente a esta cuestión, en varias ocasiones he escuchado, como argumento para explicarla, que el número de cargos de liderazgo en una organización es mucho menor que el número total de cargos, y que, dado que la mayoría de la gente quisiera ser jefe, pero solo unos pocos lo logran, es una forma de desahogo.

Aunque es cierto que los cargos de liderazgo son menos, no coincido con que esa sea la principal razón de la mala imagen que muchos jefes tienen. En parte porque conozco varias organizaciones en las que sus lideres son queridos y valorados por su gente, y, en parte porque no creo que la mayoría de la gente quiera tener una posición de liderazgo, ni asumir las responsabilidades, el nivel de exposición o los riesgos que ello implica.

¿Entonces?

Para llegar a una respuesta que aporte valor, propongo empezar explorando las responsabilidades que alguien con una posición de liderazgo en una organización debe tener, llámese presidente, gerente, director, coordinador o jefe. Al respecto, y sin demeritar que puedan existir otras funciones y responsabilidades, yo limitaría el listado a cuatro, en las que considero se concentra la esencia del asunto:

  • Definir lo que debe hacerse y lograrse
  • Conseguir que en efecto ello suceda
  • Hacer que pase de la mejor manera posible
  • Hacerlo de manera sostenible.

Sanas Intenciones

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Alguna vez has dicho o hecho algo sin la intención de hacerlo y luego te has lamentado de ello?

¿Alguna vez tus acciones o palabras han sido malinterpretadas por otras personas y terminas siendo objeto de señalamientos por algo que no tenías la intención de producir y que quizás consideras que no tiene nada que ver con lo que tu hiciste o dijiste?

Como parte de mi experiencia como consultor y consejero, he tenido la oportunidad de conversar con cierta profundidad con personas que han sido objeto de diligencias de descargos en procesos disciplinarios y otras a quienes se les ha tomado testimonio como investigados en procesos de responsabilidad fiscal.  Partiendo de la presunción de que dichas personas son inocentes de los comportamientos de los que se les acusaba, he notado que a todas ellas se les dificulta ver sus acciones sin filtrarlas a partir de sus intenciones, de hecho, todas parecían chocar con la idea de que, en los procesos de los cuales eran parte, se les juzgara sin considerar sus intenciones.

Cabe cuestionar si es esta una observación aislada, una coincidencia, o ¿será que es algo común, e inherente al ser humano, el que nos moleste que los demás nos juzguen por lo que hacemos o dejamos de hacer, o por las consecuencias de ello, sin tener en cuenta nuestras intenciones?

De ser así, es necesario preguntarse el por qué.