Habiendo leído algunos textos sobre liderazgo y biografías de varios personajes significativos de la historia de la humanidad, he concluido que los verdaderos líderes, aquellos que suelen presentarse como ejemplo a seguir y que por tanto valdría la pena imitar, comparten una característica común: anhelan ser dignos, quieren ser merecedores de lo que tienen; por tanto, son auto-críticos y trabajan duro en construir una mejor versión de ellos mismos.
Creo que, al menos en el caso de grandes líderes, más que una cualidad, se trata de una actitud ante la vida que les invita a confrontarse permanentemente, a reflexionar con regularidad sobre sí mismos para buscar la respuesta a preguntas, no solo sobre lo que quieren lograr, sino, y más importante aún, sobre quiénes son y la clase de líderes que deberían llegar ser.
Si bien supongo que dicha reflexión sobre la propia identidad y el propósito de vida, tarde o temprano le llega a la mayoría de las personas y no es exclusiva de líderes, es más importante para quien ostenta una posición de liderazgo, dado su rol en la transformación de vidas y en la construcción de un mundo mejor.
Para poder abordar mejor esta idea no tengo más remedio que hacerlo desde mi propia experiencia, así, que buscando no alargar las cosas empiezo por decir que en mi caso tales preguntas no me llegaron de forma súbita o radical, sino que se fueron presentando de a poco, de forma gradual, casi gentil por decirlo de alguna manera.
Por supuesto hay múltiples razones que pueden desatar tal reflexión: admiración, un desamor, un fracaso, la pérdida de algún ser querido, o la pérdida de un empleo; o por todo lo contrario, la llegada del amor, del éxito, o el nacimiento de un hijo; o por simple casualidad, por ejemplo, al mirarse al espejo y no reconocer a quien está allí, o al ser testigos de un accidente.
Sea cual fuere la razón que en mi caso me llevó a confrontarme, el hecho es que, con el tiempo, las preguntas sobre quien soy, y qué debo ser y lograr, se convirtieron en un asunto pendiente, un pasajero permanente que ya no podía ser ignorado. Así que empecé a buscar respuestas.
Como podría esperarse, al principio éstas fueron bastante superficiales: se relacionaban con títulos y logros materiales, también con un conjunto de características sobre mi vida social y apariencia. Claramente se trataba de respuestas construidas a partir referentes que la sociedad ha encumbrado, y es que el ruido y brillo del mundo a nuestro alrededor, induce a pensar que construir una mejor versión de uno mismo es un asunto exclusivamente de éxito y por tanto se trata de tener o poder.
Para no alargarme debo decir que, más pronto que tarde, dichas respuestas dejaron de satisfacerme, pues alcanzar expectativas impuestas simplemente no me llenaba, y no alcanzarlas me generaba frustración (y no solo a mí); de hecho, muchos de mis intentos por cumplir solo conseguían provocar críticas y ello me generaba mayor confusión, presión y más frustración.
Para ejemplificar lo que me estaba pasando y sintiendo traigo a colación la siguiente historia de la tradición popular iberoamericana llamada “el viejo, el niño y el burro”:
Dice la fábula que una vez iban por un camino un viejo, un burro y un niño. El niño iba montado en el burro y el viejo lo llevaba de cabestro. Pasaron por un caserío, y la gente criticaba: «Qué niño más desconsiderado, no se da cuenta de lo cansado que irá su abuelo». Al oír los comentarios, el niño se bajó y el viejo se montó al burro. Pasaron por otra aldea y la gente protestaba:
«Qué viejo tan descarado, poner un niño a caminar, no hay derecho». Ante esta crítica, el viejo resolvió que su nieto se montara también, al anca, detrás de él. Pero al pasar por el siguiente pueblo la gente murmuraba: «Qué abusivos, pobre burrito con semejante peso». Al oír esta observación, se apearon los dos y siguieron caminando al lado del burro. Ya iban llegando a su destino, pero al entrar al pueblo la gente los señalaba y se burlaba de ellos: «Miren qué idiotas, tienen un burro y ni siquiera lo usan».
Por supuesto nadie es monedita de oro para gustarle a todo el mundo, y ninguno de nosotros está exento a la crítica, de hecho, en un mundo tan globalizado y conectado estamos bastante expuestos y casi cualquier cosa que hagamos es susceptible de no gustarle a alguien, y hay que considerar que el miedo a la crítica es una de las principales razones por las que abandonamos el esfuerzo de ser mejores.
Como paréntesis, quiero aclarar que la crítica tiene una cara positiva, una que puede contribuir al propio crecimiento; pero esta versión positiva solo se hace presente en la medida que uno mismo sea capaz de dejar de lado su propio ego y vea el punto de vista del otro, es decir, en la medida que vea la verdad del otro. Por ende, aceptar las críticas, acogerlas, abrazarlas incluso, nos puede ayudar a ser más conscientes de lo que hacemos y de las consecuencias de nuestros actos.
Pero volviendo al punto, mi problema no radicaba en las críticas recibidas, sino en que yo no tenía expectativas propias. Viendo todo en perspectiva, me doy cuenta que todo lo vivido fue necesario, y al final me ayudó a comprender que uno no recorre el camino de otros, sino que recorre su propio camino, con otros, o incluso a pesar de otros.
Y es que tener expectativas propias cambia por completo el panorama, pues ellas se consolidan en una imagen de futuro, una imagen de lo que uno puede llegar a ser, una imagen en la que el propio potencial se ha desatado. Y esa imagen, a la que llamaremos VISION, toma tal fuerza, adquiere tal protagonismo, que ayuda a dar rumbo a nuestra vida, da claridad respecto de qué significa ser mejor, y lo que con esto se puede lograr, y en tal sentido impulsa y brinda seguridad. Tener una Visión facilita trazar una ruta para construir la mejor versión de uno mismo y lograr nuestro propósito de vida, cualquiera que éste fuere.
Así las cosas, clarificar o definir expectativas propias es en esencia una reflexión sobre el propio potencial, y en tal sentido una respuesta a la pregunta: ¿Puedo ser mejor, existe una mejor versión de mí mismo?, que conlleva también a resolver ¿qué es lo que debo aprender y qué cosas debo cambiar para lograrlo? Al respecto diría que todos y cada uno de nosotros tenemos una chispa interior que encierra en sí mucho más potencial del que hasta ahora hayamos revelado; todos traemos implícita y latente una mejor versión de nosotros mismos; todos estamos destinados a hacer grandes cosas, y esto sin importar la edad que tengamos, lo que hayamos logrado, los títulos que hubiéremos alcanzado, o la posición que se tenga, aún sin importar si hemos o no trabajado en ello. A quien no lo crea, o a quien crea que ya alcanzó todo su potencial le diría solamente que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver.
Para exponer mejor este concepto, acudo a un pequeño cuento: Una persona perdida pregunta a un lugareño cual bus debe tomar, así que aquel le pregunta ¿para dónde va?, obteniendo como respuesta un rotundo “No Sé”. “Entonces cualquier bus le sirve”, diría el segundo.
Concluyendo, tener expectativas propias y consolidarlas en una Visión, da un destino, y nos hará dueños de nuestro propio futuro.
No obstante, construir nuestra mejor versión requiere también de la observación activa de uno mismo. Es decir, para ser mejor de lo que hoy soy necesito no solo saber para donde voy, sino ser consciente de quien soy y donde estoy, por consiguiente, debo darme cuenta de cuáles son mis marcos de referencia y cómo estos influencian lo que hago, lo que pienso y siento, así como de las relaciones entre éstos (sentimientos-pensamientos-acciones) y del impacto de mis acciones sobre los demás.
Esto es fundamental, pues, retomando el cuento anterior, diría, que para que aquel lugareño le indique al perdido cual bus debe tomar, primero el mismo lugareño debe saber dónde está, pues de lo contrario, nuevamente cualquier bus sirve.
Así estaba yo cuando comencé a buscar respuestas, no tenía expectativas propias y no me conocía. No sabía dónde estaba ni para dónde ir y, por consiguiente, iba con el viento y la marea, sin rumbo, sin Visión.
En resumen, este ejercicio de Observación-Reflexión-Proyección tiene como objetivo el descubrir de qué estoy hecho (de qué está hecho cada uno de nosotros), pero quiero compartir que el ejercicio encierra en sí mismo una paradoja, pues al encontrar lo que soy me doy cuenta que, para avanzar no debo cambiar mi esencia, para mejorar, más que cambiar lo que soy, debo dejarlo salir. En conclusión, solo siendo fiel a lo que en realidad soy, puedo llegar a ser la mejor versión de mí mismo y, sin embargo, debo llamar la atención en que construir la mejor versión de uno mismo sí implica hacer cosas diferentes, acciones diferentes; dicho de otra manera, si seguimos haciendo lo que ya sabemos hacer, no podremos ser mejores de lo que ya somos.
Todo esto aplica perfectamente a las organizaciones, para las cuales también es necesario definir expectativas y consolidarlas en una Visión que hable con claridad del futuro, una que condense, no solo lo que quieren lograr, sino también como quieren llegar a ser; una Visión que trace un rumbo claro y permita avanzar con solidez hacia el futuro; una visión que defina, para la organización, el significado del éxito.
Veamos esto con un par de ejemplos:
- Una empresa que presta los servicios de agua y alcantarillado definió su visión de la siguiente manera “Empresa de todos con agua para siempre”. Esta visión revela que la empresa desea mantener su composición pública, y que quiere hacer partícipes del futuro a sus trabajadores y a sus clientes (Empresa de todos); adicionalmente apunta a la sostenibilidad y deja ver con fuerza su función ambiental (con agua para siempre). Claramente fija unas altas expectativas y un claro referente para trabajar hacia el futuro.
- De forma similar, para nuestra empresa de consultoría, hemos definido la Visión de Futuro como: “Ser referente de pensamiento, transformación y gestión organizacional con quien todos quieren trabajar”. Sentimos que en este enunciado hemos podido consolidar las altas expectativas que tenemos respecto de lo que queremos ser y lograr. Para nosotros quiere decir que esa mejor versión de nosotros mismos es una en la que más que adquirir conocimiento, creamos conocimiento; una en la que todas y cada una de nuestras intervenciones promueve la transformación de personas y organizaciones; una en la que internamente aplicamos las mismas prácticas que predicamos afuera y en las que nuestra gente crece, se transforma y encuentra aquí un lugar para cumplir con su proyecto de vida; por todo esto y por sus valores, será una empresa con la que todos (clientes, socios, colaboradores, aliados y proveedores), querrán trabajar. Es esa nuestra definición del éxito.
La clave no está en lo corto o largo del enunciado, sino en la fuerza de la imagen, la claridad de las expectativas y en la coherencia con lo que la organización hace y es, es decir, la visión debe al mismo tiempo mantener la esencia y proyectar al futuro.
El camino hacia la mejor versión no acaba, y no siempre es fácil, pues la posibilidad de encontrar obstáculos y razones para abandonar siempre estará latente. Por ello, si bien se debe ser constante y avanzar con convicción, en los momentos de balance hay que evaluar con amor y firmeza, sin ser demasiado duros, pues al fin de cuentas errar es humano, pero tampoco laxos, pues es esencial no estancarse en los mismos errores y por el contrario aprender de ellos para evolucionar.
Una recomendación final, no hay que tratar de cambiar todo a la vez, los grandes cambios se forjan a partir de pequeños cambios. Intentar transformaciones radicales de una vez, generará demasiada oposición, habrá muchos aspectos por fuera de nuestro control y por tanto demasiadas posibilidades de fallar. Quizás sea mejor ponerse pequeñas metas, una a la vez, hasta que se asiente y allí pasar a la siguiente; requiere disciplina y constancia (nuevamente esto aplica tanto a nivel personal como organizacional).
Para concluir quisiera invitar a pensar que no se trata de ser mejor solo porque podemos ser mejores, es decir, por nosotros mismos, con una visión quizás egoísta sino y por el contrario, porque hay por quien hacerlo: Nuestra familia y amigos, nuestra comunidad y país. Todos ellos merecen, y merecemos, que cada organización, que cada persona, alcance y comparta la mejor versión de sí mismo. Seguro será un avance significativo en la construcción de un mundo mejor.
Comparto contigo que el punto de partida para un liderazgo transformador, cuyos resultados resista el paso del tiempo, inicia con la respuestas a las preguntas existenciales básicas: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Cómo termina todo? En esencia, identidad, misión y destino. La certeza en las respuestas no existe, pero la necesidad de responderlas para un lider que desee dejar huellas, es toda. Si deseamos transformaciones de fondo hemos de examinar nuestras creencias más profundas. Ello implica FILOSOFAR, lo cual no nos debe atemorizar, pues por naturaleza no podemos evitar cuestionar nuestra identidad y destino y el significado en general, de nuestra experiencia humana. Nuestra única opción es por lo tanto, filosofar, bien o mal, pero filosofar. Por ello me preocupa el énfasis instrumental de muchos cursos de Liderazgo, transformados en Talleres, que enfatizan la «práctica» del liderazgo, sin explorar el ser del lider y buscar una integración entre lo que es y lo que hace. Tu artículo me llevo a pensar, que a pesar de nadar muchas veces contracorriente en esto de formación de líderes, puedo no estar tan equivocado.