En mi opinión resulta evidente que el concepto “izquierda” solo existe en la medida que hay un concepto “derecha” y viceversa, y sin embargo son vistos como contrarios. De hecho, al señalar la posición de algo como a la izquierda o a la derecha, hay que precisar un punto de referencia, pues algo puede estar a la derecha de un objeto y a la vez a la izquierda de otro.
Para reforzar esta idea pongo de presente que el cóncavo no existe sin el convexo, aunque de hecho ambos confluyen en una ola, el norte no existe sin el sur, y es claro que ambos forman parte de un territorio, así como el concepto de arriba no existe sin su antónimo, el abajo, y ambos necesitan de la gravedad para poder señalarse.
Pero volviendo a las palabras izquierda y derecha y sus diversas implicaciones, cabe decir que basta mirar a un espejo, o alrededor, para ver que la mano izquierda y la derecha pueden formar parte de la misma persona. Es claro que los diestros tienen izquierda y los zurdos tienen derecha.
Llama mi atención que veamos contrarios en todos estos conceptos, cuando lo real que es ninguno de ellos existe sin la existencia de su supuesto opuesto.
Creo que fue en clase de gramática en tercero de primaria que aprendí acerca de los antónimos, es decir, aquellas palabras que describen cosas que son contrarias u opuestas entre sí. Si bien, como parte de la estructura del lenguaje, la razón de ser de los antónimos es la de expresar diferencias, me parece que un efecto colateral, es que a partir de ellos se dividió el mundo en dos bandos, o quizás en múltiples. Tal caracterización, que condujo a ver el mundo a partir de divisiones y contrarios, a la vez produjo una visión absolutista: Lo que es contrario u opuesto lo es totalmente. De allí que la izquierda haya sido considerada como contraria de la derecha a tal punto, que en el pasado (y quizás aún un poco hoy en día) se cometieron grandes abusos hacia las personas que usaban preminentemente su mano izquierda, pues desde esta visión absolutista de los contrarios se consideraba al diestro como bueno y al zurdo como malo (esto explica la expresión “a diestra y siniestra”).
A partir de la división creada por el lenguaje, las personas hemos trazado límites, nos hemos distribuido en bandos, hemos cimentado discriminaciones e injusticias, hemos generado tensiones y conflictos, y claramente hemos añadido complejidades a un mundo ya por sí complejo.
Evidenciarlo es muy simple, de hecho los ejemplos de izquierdo y derecho, arriba y abajo, norte y sur, o cóncavo y convexo, son apenas un abrebocas de lo que tal visión es capaz de generar. Basta con explorar un poco los libros de historia para ver como el hombre, que se ha definido a sí mismo como fuerte y poderoso, calificó a la mujer (su supuesto antónimo desde el lenguaje) de débil y sumisa, incapaz de tomar decisiones, y por tanto inmerecedora de los mismos derechos. Todo esto sin darse cuenta que, al provenir de una mujer y poder sembrar la semilla para engendrar una mujer, lo femenino es parte de lo que lo define y que, sin la mujer, el hombre simplemente no sería, o sería otra cosa. Por supuesto que no son lo mismo hombre y mujer, somos diferentes, pero no por ello contrarios, sino más bien complementarios, y claramente iguales en derechos.
No resulta diferente cuando comparamos alto y bajo. Qué es alto? Que es bajo? Alto respecto de qué, o bajo respecto de qué? De hecho bajo podría ser alto y lo alto podría ser bajo con tan solo cambiar el referente de comparación. Lo grande no es, como lo chico tampoco es, solo la comparación los hace ser, por tanto, ¿cómo puede ser contrario algo que “no es” sin un punto de referencia?
De forma similar propongo analizar los conceptos de fácil y difícil (antónimos también), solo para poner de presente que lo que es fácil para unos, puede ser difícil para otros, o lo que era difícil para uno mismo en algún momento de su vida puede parecerle fácil en otro momento y visceversa. Lo que quiero decir es que la cosa en si no es ni fácil ni difícil, es la comparación contra nuestras habilidades lo que genera tal calificación. En resumen, algo puede ser fácil y a la vez puede ser difícil, entonces ¿cómo pueden ser contrarios dos conceptos que habitan en la misma cosa?
Como último ejemplo, traigo a colación las palabras “pasado” y “futuro”, antónimos por supuesto, que no son sino conceptos que ayudan a entender el continuo del tiempo, si hay un contrario a ellos sería el presente pues este existe y los otros no. Sin embargo no son excluyentes, pues el pasado nos da las herramientas para vivir en el presente, mientras que el futuro nos da impulso y proyección. Es decir el pasado forma parte de nosotros, en el presente existimos y el futuro está latente en nuestro ser. Me resulta claro que son conceptos complementarios y a la vez partes de un todo más amplio ¿Dónde está el supuesto contrario?
En resumen, las personas somos capaces de ver contrarios en lo que es en esencia igual, en lo que es complementario y en las partes de un todo. También vemos contrarios por mera comparación con un punto de referencia, y a partir de la percepción que tenemos de las cosas frente a nuestras propias habilidades. Incluso hay contrarios que abarcan combinaciones de todas estas ideas.
El mundo organizacional, al estar conformado por personas, refleja también esta tendencia a dividir. Claramente muchas organizaciones, tienden a ver el mundo a partir de divisiones, y se relacionan en función de contrarios: Nosotros versus nuestra competencia, patronos versus trabajadores, jefes versus subalternos, proveedores versus clientes, deudores versus acreedores, áreas prestadoras versus áreas misionales, y así sucesivamente.
De hecho muchos líderes, inconscientes de ello, tejen todos los días más divisiones, señalando a unos de buenos, a otros de malos, a unos de eficientes y a otros de ineficientes, o afirmando que un área es más importante que otra, defendiendo su pequeño feudo.
En función de los contrarios se piensa que hay posiciones excluyentes, que no hay puntos de confluencia, y por ello los opuestos se convierten en el enemigo a vencer. Se trata de ganar y no ser vencido.
Al parecer nos cuesta mucho trabajo no trazar límites y divisiones.
Sin embargo, al mirar la realidad de una manera más integral, conceptos calificados como contrarios, con posiciones aparentemente divergentes, pueden confluir en intereses comunes.
Esto es como ocurrió con el abuelo que enseñaba a su nieto el juego del ajedrez, y el chico le pregunta:
Abuelo de que se trata este juego?
Es un juego de estrategia, respondió el viejo.
Y qué significa estrategia?
Es encontrar las jugadas para ganar, y para ello debes ser mejor que tu rival.
O sea que este juego se trata de ganar y de ser mejor que el contrario?, preguntó el chico.
¡Exactamente!, respondió el abuelo.
Qué extraño, replicó el nieto, pensé que se trataba de pasar más tiempo juntos y divertirnos.
Así que el viejo, un poco apenado, asintió; ¡precisamente de eso es de lo que se trata!, advirtió.
Y felices jugaron por horas…
Vemos tantas cosas en función de la división, del ganar y perder, que perdemos de vista la integralidad, pero claramente, al abstraernos de la división y tratar de ver el todo de forma más integral, se pueden encontrar puntos de unión y confluencia. Por ejemplo, nuestra empresa y sus competidores podemos confluir en una visión más amplia que busca desarrollar y hacer crecer un mercado, o una que suma fortalezas para explorar nuevos territorios, alcanzar clientes más grandes o ejecutar proyectos más complejos; patronos y trabajadores, podemos confluir en el objetivo de construir una empresa sólida, sostenible, eficiente y rentable, creativa e innovadora de la cual todos nos sintamos orgullosos y que a todos nos brinde prosperidad; jefes y subalternos podemos, ambos, desear un ambiente laboral enriquecedor, donde se trabaja en equipo, se alcanza la realización personal y profesional y se cumplen las metas encomendadas.
Creo que es posible encontrar puntos de confluencia en cualquier división existente, solo hay que ver más integralmente; pero al partir el mundo en opuestos se dificulta.
Si no somos capaces de ver el sistema completo, con cada una de sus partes, no como opuestos, sino como componentes, y simplemente seguimos dividiendo, nos perderemos en el proceso, puesto que no se gestiona igual desde la división que desde la integralidad. A esta capacidad de ver el todo y a la vez sus partes, sin ver contrarios sino complementos, encontrando las interacciones y relaciones, se le llama visión holística. Es importante porque evita conflictos, porque crea relaciones más sólidas, porque identifica nuevas oportunidades y porque ayuda a la sostenibilidad de las organizaciones. Quizás esto signifique que para dividir bien, hay que integrar.
No podría decir que no haya contrarios, pero pienso que su existencia implica que son mutuamente excluyentes, es decir la presencia de uno inhibe la del otro, como la materia y la antimateria, el orden y el desorden, la luz y la oscuridad, el frío y el calor, o el bien y el mal. A lo mejor no son realmente contrarios, sino simplemente partes de un todo más amplio que no logro dilucidar.
Para concluir quisiera señalar que la rosa contiene en sí una contradicción, la agresividad de sus espinas, frente a la delicadeza de sus pétalos y aroma, pero, más allá de antónimos y contrarios, hay que ver la integralidad, pues, en tanto espinas, pétalos, y aroma definen su carácter y su naturaleza, son fundamento de lo que la rosa es. Entonces, ¿quiénes somos para dividir lo que está en esencia está unido?
El alquimista Paracelso nos dijo: » todo es veneno, nada es veneno, depende de la dosis». La paz es un tema de dosis: dosis de diálogo, dosis de seguridad, dosis de justicia, dosis de perdón, dosis de vigor, dosis de ternura, dosis de olvido, dosis de memoria, dosis de resiliencia, dosis de dolor, dosis de cordura, dosis de locura, dosis de verdad, dosis de mito, dosis de audacia, dosis de prudencia, dosis de vigilia, dosis de sueño, dosis de realismo, dosis de idealismo, dosis de soledad, dosis de compañía, dosis de predica, dosis de silencio, dosis de política, dosis de derecho….