Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Para mí, este verso del poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, en su trasfondo habla de la importancia de dejar un legado. Y por legado me refiero a ese algo que construimos a lo largo de nuestra vida y que es el resultado de cómo la vivimos, quedando para las siguientes generaciones como testimonio de lo que fuimos.
Ello conlleva a la idea de que un legado puede ser bueno o malo, positivo o negativo, porque así como existe el bien también existe el mal. Y claramente es así, basta con pensar en cuál fue el legado de la Madre Teresa de Calcuta y compararlo con el legado que dejó Pablo Escobar. Claramente algunas personas dejan tras su paso desunión, odio, destrucción, desolación, conflicto, muerte, miseria, mientras que otras dejan progreso, conocimiento, amor, felicidad, bienestar, unidad, vida.
También podría decirse que hay quienes pasan por la vida desapercibidos y sin dejar huella. Al respecto supongo que sería válido afirmar que hay personas a quienes la que la vida no les sonríe y que, por consiguiente, en algún momento se cansan de luchar, o simplemente dejan de intentar. Tal vez algunas se rinden ante las dificultades o en efecto la vida los consume, tal vez algunas carecen de la fuerza necesaria para ser los protagonistas de su propia vida y simplemente agachan la cabeza ante lo que les pasa o son indiferentes, dejándose llevar por las circunstancias. Sin embargo, me parece que resulta impreciso decir que ello significa que se pasó por la vida siendo inadvertido, pues en realidad nadie pasa sin dejar rastro alguno.
No obstante, no es lo mismo dejar un rastro que dejar un legado. Se me ocurre que es por ello por lo que Bertolt Brech sugiere la importancia de luchar toda la vida. Empero, su verso también afirma que quien lucha un día es bueno.
Lo escrito por Brecht no es ni más ni menos que una invitación a trascender. Tiene sentido en la medida que, pienso, cada ser humano desea tener una vida significativa y valiosa (al menos yo lo deseo); esperamos que nuestro tiempo en el mundo no pase en vano; de alguna manera, cada uno de nosotros quiere hacer la diferencia, lograr grandes cosas y ser recordado. Es por ello por lo que afirmo que dejar un legado constituye un testimonio de nuestro paso por el mundo, de lo que fuimos y, por ende, es una forma de trascender.
Mi legado entonces no será otra cosa que la suma de las consecuencias de mi paso por el mundo, de las huellas que dejaré tras de mí. Soy Yo la causa y el legado será la consecuencia.
Pero volvamos a la idea del legado bueno o malo, solo para preguntarse si aquella persona que dejó un legado negativo tendría explícitamente la intención de que fuera así. Al respecto diría que, por supuesto, muchas malas acciones nacen de una mala intención, así como muchas buenas nacen de una buena intención, pero, aunque suene extraño, también ocurre todo lo contrario y, cabría decir que el hecho de tener la intención de hacer algo no significa que se consiga, o que quien tenga la intención de provocar algo, se levante y lo haga.
En línea con lo anterior, es importante precisar que, a la hora de actuar, aun teniendo buenas intenciones, aun cuando hubiere razones justas o se tengan nobles motivaciones, se pueden cometer omisiones o haber descuidos, imprevisiones o equivocaciones, que deriven en terribles errores con consecuencias nefastas. O, a causa de estás (intenciones, razones, motivaciones) se podría justificar el uso de la violencia, la tortura, el engaño, la manipulación o cualquier otro medio /estrategia de carácter similar, aceptando hacer daño a otros, como un efecto colateral, como si fuera un “mal menor”, en pro de conseguir lo que se considera un bien mayor (el legado). Quizás es por ello por lo que se dice que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Entonces hay que concluir que, en estricto sentido, el legado no es producto de la intención, sino más bien de las decisiones y acciones que de ésta se derivan. El legado no necesariamente está en el resultado final al que apuntan las acciones emprendidas (aquel que las intenciones anhelan), sino también en el camino, en las consecuencias de cada una de las acciones realizadas. ¿Cuántas injusticias y cuánta miseria se podrían haber evitado si tan solo se hubiera puesto atención a las consecuencias de nuestras acciones?, de seguro muchas.
Para evitar el riesgo de dejar un legado negativo, pienso que un buen primer paso podría ser el de formular una visión de lo que se quiere dejar. Y planear con cuidado las acciones que llevarán allá. Y es que tener una visión puede impulsar a la acción.
Respecto de ello, diría que es casi seguro que cada persona podría tener su propia visión del legado que desearía dejar. Y puede haber múltiples interpretaciones de lo que es dejar un legado, miles, millones, tantas como personas haya.
Para muchos, seguramente el legado podría ser algo material, que conllevaría el levantar monumentos, hacer grandes obras de arte, edificar palacios, tender puentes o acumular riquezas; aunque también sería perfectamente válido si simplemente se quisiera dejar una buena casa o una pequeña empresa para sus hijos, o si se quisiera dejar un acueducto para la comunidad donde se vive. Para otros el legado podría tener un carácter inmaterial, en el que la persona se vea a sí misma como el creador de una idea que transformó el mundo o como quien hizo grandes descubrimientos, o podría verse como aquel tipo de héroe anónimo que a través de su esfuerzo cambió, para bien, las condiciones de vida de otra persona, o de muchas (idea que perfectamente puede aplicar a cualquier maestro), e incluso sería válido si simplemente se quisiera dejar a los hijos una gran educación y buenas oportunidades. Como puede verse, no es una cuestión de escala, pero quizás si de significado, pues un buen legado siempre será significativo.
Reflexionar en torno del legado y construir una visión positiva que oriente a la acción es importante, pero solo lo será si se hace con profundidad. De hecho, es clave, más que formular una gran visión, formular una que sea pura y significativa, donde se entrelacen buenas intenciones y grandes aspiraciones.
No es un asunto semántico, sino de comprensión porque, a manera de ejemplo, viendo a la humanidad como conjunto, durante años hemos asociado la palabra progreso a calidad de vida, y confundido calidad de vida con prosperidad y prosperidad con cantidad de dinero, y en ese proceso, en nombre del progreso, hemos desatado guerras, destruido culturas, cometido injusticias, contaminado y arrasado con buena parte de los recursos naturales que hacen posible la vida en la Tierra. ¿Es eso lo que queremos dejar?, ¿es ese el legado que anhelamos para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos? ¿Qué legado estamos dejando como padres, como trabajadores o empresarios o como miembros de la sociedad? Si se mira desde esa perspectiva claramente la humanidad no ha llegado a ser su mejor versión, pues el legado que hasta ahora hemos dejado deja mucho que desear.
Y es que la mejor versión de uno mismo es aquella que lucha por dejar un buen legado, uno qué contribuya a transformar el mundo para bien. Por consiguiente, nuevamente a manera de ejemplo, en mi rol de padre, un buen legado podría ser el dejar un mejor mundo para mis hijos y unos mejores hijos para el mundo. Esa sería quizás la mejor versión de padre a la que podría aspirar llegar a ser. Claro que es clave preguntarse qué significa dejar un mejor mundo para mis hijos y qué significa dejar mejores hijos para el mundo.
De forma similar, resulta importante reflexionar en cuál sería el legado que quiero dejar con mi trabajo (el cual se deriva del propósito de este). Así mismo, cabe la pregunta sobre cuál podría ser el legado que una empresa u organización debería dejar (fundamental si se quiere evolucionar hacia la construcción de organizaciones conscientes).
Ahora bien, más allá de lo dicho hasta ahora, debo poner un punto en claro: Tener una visión pura y significativa es importante, pero, más que ello, lo determinante parar dejar un buen legado son las consecuentes acciones que a partir de tal visión se emprendan. Porque, independientemente de qué dicha visión se logre, o no, en el camino para alcanzarla podría dejarse tierra fértil o tierra arrasada, tales acciones podrían crear vida o dejar profundas cicatrices.
Y hay que entender que cada acción genera una reacción, no hay acción sin consecuencia. No es un asunto de física Newtoniana, es un hecho de la vida, nuestras acciones y decisiones pueden cambiar la realidad, para bien o para mal, pueden generar círculos virtuosos o círculos viciosos. Al fin de cuentas, cada uno cosecha lo que siembra (y sembrar es una acción).
Así que reitero que hay que poner atención a lo que hacemos y a cómo lo hacemos.
En línea con esto y volviendo a la idea de que es importante que una organización reflexione en torno del legado que desea dejar, cabe concluir que tal visión debería ser el marco orientador y punto de referencia del comportamiento de la organización, por tanto, la fuente para definir sus valores y políticas empresariales, la guía para establecer su estrategia, para poner límite a sus acciones y decisiones y para evaluar su impacto, la bitácora de la responsabilidad empresarial.
A nivel personal dejar un gran legado implica que cumplí con mi propósito en la vida, que me realicé como persona, que trascendí. Igual lo es a nivel organizacional. Por ello, creo, nunca es tarde para arrancar, o para cambiar el rumbo. Y la buena noticia es que podemos deshacer algunos de nuestros pasos y tomar un nuevo camino, cambiar algunas de nuestras huellas, sanar heridas y hacer florecer espacios donde habíamos dejado aridez. Basta con que tengamos humildad para reconocer nuestros errores y disposición para aprender de ellos y para ser mejores.
Quizás llegue a tener la suerte de ver en vida parte de mi legado y disfrutarlo, como Nelson Mandela o Ludwig Guttmann[1], o quizás no, como Vincent Van Gogh o Gregor Mendel[2], pero ello no debería importar, porque el propósito del legado no es obtener reconocimiento, o ganar reputación. Por ende, si apunto alto y vivo correctamente, si cuido mis intenciones y actúo con decisión y responsabilidad, observando las consecuencias de cada acción y decisión, mi vida habrá hecho la diferencia, habré vivido con intensidad, habré cumplido con mi propósito y la lucha (como dice Bertolt Brecht) habrá valido la pena.
En resumen, en la construcción del legado cada paso cuenta, cada decisión cuenta. Pero, de todas formas, yo recomendaría sumarle a ello una gran visión y muchas buenas intenciones.
[1] Luwdwig Guttmann (1899-1980): Médico y Neurólogo Alemán creador y fundador de los Juegos Paralímpicos
[2]Gregor Mendel (18822-1884): Monje Agustino Checo, reconocido hoy como el padre de la Genética
Fuente fotos: https://unsplash.com/
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