Tengo un vínculo personal con este texto, el famoso “soneto a una nariz”. La cuestión es que mi mamá me lo leía con cierta frecuencia, afirmando, cada vez, que había sido escrito para mí. Seguramente fue por cuenta del prominente órgano que tengo pegado a mi cara.
Desde una perspectiva organizacional, este popular refrán, no
significa un llamado a trabajar más horas o a dejar de lado el descanso, sino un
llamado a la eficiencia.
¿Por qué a la eficiencia?
Para entenderlo, con el enfoque debido, es necesario explorar
4 conceptos clave de la gestión organizacional:
Eficacia: Hacer que las cosas pasen.
Eficiencia: Relación entre los resultados obtenidos y
los recursos utilizados. Por ende, se es más eficiente en la medida que, para
el logro de un determinado resultado se utilicen menos recursos[1].
Efectividad: Combinación sinérgica de eficacia y
eficiencia. Es decir, lograr que lo que debe ser hecho[2]
en efecto suceda y pase de la mejor manera, con una óptima utilización de
recursos. Productividad: Aumento progresivo de la efectividad.
Partiendo de estas definiciones quiero proponer la idea de
que, si bien es posible ser eficaz sin ser eficiente, lo contrario no se da, es
decir, no es posible ser eficiente sin ser eficaz.
Hago esta afirmación porque pienso que no tiene sentido
disminuir el flujo o uso de recursos en un proyecto o proceso al punto de no
conseguir el resultado deseado (lo cual claramente iría en contravía del objeto
social de cualquier organización), como tampoco lo tiene que, por la escases de
éstos (los recursos) el resultado alcanzado no se ajuste a lo esperado, sacrificando
calidad, incumpliendo especificaciones o haciendo menos de lo comprometido (lo
cual contrariaría la idea de la efectividad, por cuanto en ella prima la idea
de “lo que debe ser hecho”).
En consecuencia, la eficiencia no existe sin la eficacia y, consecuentemente,
la eficiencia siempre debe estar subordinada a la eficacia. De allí el título de
este artículo.
Los jefes son como las nubes…. ¡¡ cuando desaparecen, el
día se arregla!!
Es muy común encontrar chistes que, en una línea similar,
muestran una imagen negativa del liderazgo.
¿Es generalizada esta visión? ¿Por qué de ella?
Frente a esta cuestión, en varias ocasiones he escuchado, como
argumento para explicarla, que el número de cargos de liderazgo en una
organización es mucho menor que el número total de cargos, y que, dado que la
mayoría de la gente quisiera ser jefe, pero solo unos pocos lo logran, es una
forma de desahogo.
Aunque es cierto que los cargos de liderazgo son menos, no
coincido con que esa sea la principal razón de la mala imagen que muchos jefes
tienen. En parte porque conozco varias organizaciones en las que sus lideres
son queridos y valorados por su gente, y, en parte porque no creo que la
mayoría de la gente quiera tener una posición de liderazgo, ni asumir las
responsabilidades, el nivel de exposición o los riesgos que ello implica.
¿Entonces?
Para llegar a una respuesta que aporte valor, propongo empezar
explorando las responsabilidades que alguien con una posición de liderazgo en
una organización debe tener, llámese presidente, gerente, director, coordinador
o jefe. Al respecto, y sin demeritar que puedan existir otras funciones y
responsabilidades, yo limitaría el listado a cuatro, en las que considero se
concentra la esencia del asunto: