Recuerdo de mis años de colegio que una muy importante marca de bebidas gaseosas cambiaba tapas premiadas por yoyos con su logo estampado. Recuerdo también que, para incentivar el consumo de su bebida y dar interés a tan sencillo premio, organizaban un gran concurso en busca de jóvenes talentos, seleccionando los mejores para llevarlos a competir por un gran premio en un programa de televisión con cobertura nacional.
Con el fin de impulsar y animar las inscripciones, los representantes de la marca recorrían los colegios llevando un grupo de jóvenes expertos en el manejo del yoyo, quienes venían de diferentes partes del mundo y hacían un pequeño espectáculo con toda suerte de piruetas y malabares sin fallar ni un solo truco. Este equipo élite, gracias a su increíble habilidad, recorría ciudades y países, salían en la tele y se tomaban fotos con gente famosa, ganando dinero solo por jugar yoyo.
¿Quién no querría ganar un concurso así?




El trabajo en equipo se ha convertido en uno de esos temas paradigmáticos de la gestión organizacional sobre los que se encuentran múltiples alternativas y aproximaciones. El punto, claro está, es instaurarlo en las organizaciones pues sus beneficios resultan evidentes.
Siento que uno de los principales objetivos del liderazgo es la transformación, es decir impulsar a otros a realizar un cambio en su vida, de manera que elijan un determinado camino, aprendan nuevas maneras de ser o hacer y a partir de ello actúen por propia iniciativa, crezcan y desaten su potencial, para que pongan todo eso al servicio de un propósito superior y se comprometan a buscar resultados sobresalientes,
No es exageración, ni tampoco ciencia ficción, es de hecho algo más común de lo que podría pensarse, aunque desafortunadamente no conozco estadísticas que lo corroboren. Así que espero que baste con mi testimonio, y mi palabra suene creíble cuando afirmo que he podido constatar, en más de una ocasión, que hay empleados de banco que no tienen cuenta bancaria en su lugar de trabajo y, por el contrario, guardan todos sus ahorros en otra entidad; también he conocido de empleados de la compañía que me presta el servicio de internet y televisión por cable, que contratan, para su propia casa, el servicio con otro operador; y que no me falte mencionar a los empleados de una reconocida cadena de supermercados que compran sus víveres en la competencia.
Recientemente, en el ámbito organizacional, viene tomando fuerza el uso del término VUCA para ayudar a explicar las relaciones de una institución u organización con su entorno. Sin embargo, no se trata de un concepto nuevo, de hecho, la sigla fue acuñada en la década de 1990 a 2000, al interior del sector defensa de los Estados Unidos, uniendo los conceptos Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad (por sus palabras en inglés). Con el término se buscaba describir, y ayudar a entender, las dinámicas y condiciones que ocurren en un mundo que pasó de estar dividido en bandos (durante la guerra fría), a uno donde hay multiplicidad de actores, tensiones y constante cambio.
Mesero, mesero, hay una mosca en mi sopa. Con esta frase comienzan muchos chistes. Uno de ellos es el del mesero aquel que, cuando escuchó el enfurecido reclamo del comensal, se acercó y ceremoniosamente despojó de guante su mano. Inclinado sobre el plato, con delicadeza, metió el pulgar e índice al caldo. Sacó el animalito, lo vio con detalle acercándolo al entrecejo. Luego, mostrándolo al cliente le explicó: “Disculpe usted caballero. No es mosca, es mosco”


Habiendo leído algunos textos sobre liderazgo y biografías de varios personajes significativos de la historia de la humanidad, he concluido que los verdaderos líderes, aquellos que suelen presentarse como ejemplo a seguir y que por tanto valdría la pena imitar, comparten una característica común: anhelan ser dignos, quieren ser merecedores de lo que tienen; por tanto, son auto-críticos y trabajan duro en construir una mejor versión de ellos mismos.