
¿Qué fue lo que hizo que no alcanzara a frenar mi carro y me estrellara camino a Medellín quince días antes de mi matrimonio cuando iba con mi entonces novia y actual esposa a la prueba de su vestido? ¡La inoportuna inercia!
¿Qué fue lo que dificultó tremendamente que pudiera mover mi carro cuando me varé por gasolina y tuve que empujarlo 300 metros hasta la estación de servicio? ¡La pesada inercia!
¿Qué es lo que hizo que mi esposa se bajara de un color verdoso de las tazas locas cuando fuimos al parque de diversiones porque su estómago se movió de un lado al otro a lo largo de los 5 minutos de duración del juego? ¡La mareadora inercia!





La primera vez que oí hablar de las Erinias o Furias, de la mitología griega y romana, me explicaron que en Grecia creían que estos seres poseían a personas inocentes y las hacían actuar de manera irracional. Por ello, cuando los griegos veían a una persona que estuviera totalmente fuera de control, creían que estaba poseído por estos malignos seres, es decir, no era la persona, eran las Furias actuando a través de ella, y eso, de alguna manera, justificaba sus actos y le podía excusar de sus crímenes. Mucho tiempo después cuando pude estudiar un poco de la mitología griega, me di cuenta que había vivido engañado, pues me encontré con que las Furias eran la personificación de la venganza y su rol era el de castigar criminales; no poseían a nadie. Debo confesar que me desilusioné un poco, puesto que, de pequeño, la historia de las Furias siempre sirvió para autojustificarme porque, debo reconocer que, muy a menudo, perdía el control de mí mismo, pero yo quería permanecer libre de culpa por ser una víctima de las Furias.