Habiendo leído algunos textos sobre liderazgo y biografías de varios personajes significativos de la historia de la humanidad, he concluido que los verdaderos líderes, aquellos que suelen presentarse como ejemplo a seguir y que por tanto valdría la pena imitar, comparten una característica común: anhelan ser dignos, quieren ser merecedores de lo que tienen; por tanto, son auto-críticos y trabajan duro en construir una mejor versión de ellos mismos.
Creo que, al menos en el caso de grandes líderes, más que una cualidad, se trata de una actitud ante la vida que les invita a confrontarse permanentemente, a reflexionar con regularidad sobre sí mismos para buscar la respuesta a preguntas, no solo sobre lo que quieren lograr, sino, y más importante aún, sobre quiénes son y la clase de líderes que deberían llegar ser.
Si bien supongo que dicha reflexión sobre la propia identidad y el propósito de vida, tarde o temprano le llega a la mayoría de las personas y no es exclusiva de líderes, es más importante para quien ostenta una posición de liderazgo, dado su rol en la transformación de vidas y en la construcción de un mundo mejor.





La primera vez que leí la carta a García
En la noche que me envuelve,
Hace algún tiempo, mi esposa dirigía el área de servicio de una gran cadena de almacenes, en cada almacén había un punto de servicio, con una auxiliar, responsable de atender las inquietudes y necesidades de los clientes. Eran todas mujeres, chicas jóvenes, estudiantes universitarias en su mayoría. Una vez, con ocasión del día del amor y la amistad, mi señora decidió invitar a todo su equipo a celebrar en nuestra casa. Mi hija mayor, tendría unos 3 años, sabía que iba a haber una fiesta en la casa y, como era de esperarse, estaba muy emocionada; cuando sonó el timbre, fue la primera en salir corriendo a abrir la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, y al abrirla gritó: “Llegaron las señoras”. ¿Las señoras? pensé, si la mayor debe tener escasos 21 años. ¿Si ellas son señoras qué seré yo? Quedé en blanco, como cuando uno se golpea contra el vidrio de una puerta o ventana que no había visto. Fue la primera vez que me sentí viejo. Entendí la frase de Pablo Milanes: “El tiempo, el implacable, el que pasó”
La primera vez que oí hablar de las Erinias o Furias, de la mitología griega y romana, me explicaron que en Grecia creían que estos seres poseían a personas inocentes y las hacían actuar de manera irracional. Por ello, cuando los griegos veían a una persona que estuviera totalmente fuera de control, creían que estaba poseído por estos malignos seres, es decir, no era la persona, eran las Furias actuando a través de ella, y eso, de alguna manera, justificaba sus actos y le podía excusar de sus crímenes. Mucho tiempo después cuando pude estudiar un poco de la mitología griega, me di cuenta que había vivido engañado, pues me encontré con que las Furias eran la personificación de la venganza y su rol era el de castigar criminales; no poseían a nadie. Debo confesar que me desilusioné un poco, puesto que, de pequeño, la historia de las Furias siempre sirvió para autojustificarme porque, debo reconocer que, muy a menudo, perdía el control de mí mismo, pero yo quería permanecer libre de culpa por ser una víctima de las Furias.