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Choque entre propósito y valores

Por Carlos Francisco Restrepo P

Cuando Alejandra fue nombrada para dirigir la nueva Agencia para la Educación Social[1] lo consideró el trabajo de sus sueños. Si bien el reto era enorme, toda su vida adulta la había dedicado a la causa de brindar oportunidades de educación para los niños más vulnerables de su ciudad, así que este nombramiento más que un reconocimiento a su labor era una oportunidad de oro para cambiar la vida de miles de niños.  Para Alejandra aquello no era un reto más, era algo mucho más profundo, por su alcance sentía que la agencia era aquello por lo que había esperado toda su vida, algo significativo que realmente la motivaba y la llenaba en formas que no podía describir. Definitivamente este era el trabajo de sus sueños. 

Extrañó a muchos que el Secretario de Educación se hubiera decidido por Alejandra, pues ella no tenía ninguna relación previa con el mundo de la política. Pero el Alcalde le había dicho que la educación de los niños más pobres era la política más importante de su Gobierno, y quería que allí se nombrara a alguien técnico que conociera bien la problemática y tuviera todo el compromiso y empuje para sacarla adelante.  Así que cuando el Secretario empezó a indagar, rápidamente surgió el nombre de Alejandra.

Los primeros tres años todo marchó como debía, superando cualquier expectativa. No es que no hubiera dificultades, pero ninguna que no se pudiera sortear.  Los resultados hablaron por sí mismos y el acceso a educación de calidad para los niños de la ciudad empezó a cambiar de forma significativa, para bien; lo cual era especialmente impresionante, dado que se trataba de una nueva entidad. Fui testigo de eso y también pude ver cómo Alejandra, a pesar del cansancio propio de un reto tan grande y de las interminables horas de trabajo, parecía sentirse realizada, en todo el sentido de la palabra, simplemente se le veía feliz.  Por eso me extrañó tanto cuando al recibir la llamada de Alejandra la sentí tan perturbada.

Cuando me reuní con ella estaba claramente nerviosa y preocupada. Faltaban poco más de 8 meses para las elecciones y más de 10 para el cambio de administración en la ciudad.  Unos días antes, ella se había referido a e ese período, la recta final de su administración, como el más importante para dejar su legado, donde se consolidarían todas las condiciones para garantizar la sostenibilidad de los procesos que había iniciado.

Tardó poco más de media hora en encontrar las fuerzas para decirme que el Secretario le había pedido hacer algo que consideraba inapropiado. Y otra media hora en contarme de qué se trataba.  Desde su perspectiva estaba en una sin salida. Si no accedía a la solicitud era seguro que le pedirían su renuncia y pondrían a algún político sin integridad en su lugar. ¿Qué será de nuestros niños? ¿Quién velará por su educación? me preguntó desconsolada. Por otra parte, acceder a tal petición sería como ir en contra de sus principios y claramente le preocupaban las consecuencias que ello podría tener.  ¿Qué debo hacer? ¿Cómo lidio con esto?

Así como le sucedió a Alejandra, a veces la vida lo pone a uno de cara a un Dilema Moral, enfrentando dos o más obligaciones morales que entran en conflicto, cuya solución representa una encrucijada, cuando no hay alternativa intermedia y definitivamente hay que elegir, donde no se encuentra como avanzar porque cualquier solución implica sacrificar algo que tiene gran valor, en tanto el cumplimiento de una de las obligaciones morales implica dejar de lado la otra.

Uno de esos casos, que sucede más a menudo de lo que podría suponerse, es el que le sucedió a Alejandra, cuando uno se enfrenta a un conflicto entre propósito y valores.

Sin duda alguna, ambas cosas son importantes: El propósito, como motor que nos impulsa a hacer lo que hacemos con pasión y compromiso, en tanto razón y meta de nuestro trabajo, en cuanto da sentido a lo que hacemos y, al menos en parte, a nuestra vida misma (ello, por supuesto, conlleva un tremendo vínculo emocional). A su vez, los valores, que nos fueron enseñados por nuestros mayores y representan su legado más significativo, se han arraigado en nuestro ser, delimitando la ética en nuestro actuar y definiendo lo que consideramos bueno y malo, por consiguiente, nos ponen en el campo de lo que para nosotros es correcto y forman parte de lo que somos, de nuestra esencia. ¿Cuál priorizar?, ¿no son ambas cosas obligaciones morales?

No es algo que se pueda tomar a la ligera, pues cualquier dilema moral desata una crisis interna.  Una lucha que se da en las bases que sustentan quienes somos, en los cimientos de nuestro ser.  Por ello, me tomó un buen rato poder dar a Alejandra una respuesta apropiada.

He acá una síntesis de lo que le dije:

“Cuando el propósito y los valores entran en conflicto, siento que deberían priorizarse los valores.

Si bien podrías percibir qué, de no mantener tu posición actual como Directora de la Agencia ello podría implicar el perder la oportunidad de cumplir con el propósito que te has trazado, y que ello te podría llevar a tener una vida infructuosa o vacía, en realidad no es así. Primero porque cumplir con el propósito no es un hito o un punto de llegada que se da en un momento determinado en el tiempo y luego se agota, sino un continuo de acciones que apuntan a un determinado impacto anhelado y que no acaban con un logro específico. El propósito se cumple en la vivencia, en el esfuerzo de cada día, y cumplirlo implica altibajos, a veces avanzas y a veces retrocedes, implica una búsqueda y un esfuerzo permanentes, que en tu caso no empezó con este trabajo, sino que es algo que venías haciendo desde hace tiempo y que, de seguro, seguirás haciendo luego de salir de la Agencia. No me cabe la menor duda que lo primero que harás luego de terminar tu ciclo acá es buscar otro trabajo donde poder seguir haciendo lo que mejor sabes hacer, que es trabajar por los niños que no pueden acceder a una buena educación.  Y si no existe, te lo inventarás.

Te invito a considerar que priorizar el propósito por sobre los valores trae implícita la idea de que el fin justifica los medios y ello envuelve la idea de que habrá que aceptar las consecuencias de tal decisión, que incluyen el riesgo de afectar tu buen nombre, de terminar siendo señalada, o cuestionada, y dar al traste con todo, y el riesgo de tener que mirarse al espejo con la vergüenza de haber hecho algo que sientes que no es correcto.

Si mantienes la firmeza y eres fiel a los valores que te definen, podrás mantener el rumbo, asegurando que no te perderás en el camino. Y nuevas oportunidades se abrirán para que puedas cumplir con aquello que tanto te convoca. Y, ante tus propios ojos, serás digna de ellas.

En consecuencia, pienso que cuando el conflicto entre propósito y valores sucede, simplemente hay que soltar y dejar ir, manteniéndose firme en los valores, y seguir adelante buscando otras formas de cumplir con aquel propósito que te mueve y te da sentido.”

En efecto Alejandra se negó a hacer lo que le pidieron y presentó su renuncia. En efecto nombraron a un político sin muchos escrúpulos. Y, en efecto, Alejandra hoy sigue trabajando cada día con el entusiasmo, la pasión y la integridad que la caracterizan, promoviendo que niños con pocas oportunidades puedan acceder a una educación de calidad. Hoy lo hace desde una ONG Internacional donde tiene una posición privilegiada, grandes recursos a su disposición y un alcance global.

¿Alguien piensa que la elección debería ser distinta?


[1] Esta historia está inspirada en hechos reales. Los nombres, han sido cambiados para mantener la confidencialidad y algunas situaciones y detalles se han adaptado. No obstante, en su esencia, busca ser un fiel reflejo de lo que ocurrió y de lo que aprendí en mis conversaciones con “Alejandra”.

Foto por Chris Sabor en https://unsplash.com/