Etiqueta: Gestión Humana

Inteligencia Artesanal

Por Carlos Francisco Restrepo P

La esencia del artesano es la transformación, y es un maestro en ello. Toma algo simple y lo convierte en algo único, toma algo ordinario y lo hace extraordinario.

El artesano tiene paciencia, pone atención al detalle, crea belleza y emula la belleza, imprimiendo en cada creación su pasión, habilidad y la sabiduría de su oficio.  Es recursivo pues crea desde sus limitaciones, así como desde sus fortalezas, y lo hace a partir de lo que hay, de lo que encuentra, de lo que busca, de lo que le llega o de lo que otros desechan. Usa lo que le fue enseñado, lo que ha aprendido a partir de su experiencia, lo que ha visto, lo que recuerda, lo que imagina, lo que interpreta, lo que cree, lo que piensa, lo que sueña, lo que siente. Se inspira en lo que le rodea, en lo que está lejos, en lo que ya no está, en lo que es, en lo que no es, en lo que fue y en lo que puede ser, dilucidando múltiples posibilidades y viendo lo que otros no ven.

Cuando trabaja, su creatividad fluye, porque está dispuesto a entregar su ser, a expresar su identidad y cuestionarla, a desnudar su esencia y a hacerlo sin tapujos, porque está dispuesto a aprender, explorar, innovar, inventar, intentar y fallar, a crecer, a cambiar, a evolucionar e incluso a abandonar, retroceder e involucionar. 

El resultado puede transformar un espacio, llenarlo, darle brillo y vida, infundirle sentido, color y emoción, trasmitir carácter, identidad y valor, capturar la atención, inspirar, confrontar, cuestionar.

En fin, todo artesano es un artista y todo artista es a la vez un artesano.

¿Podría una definición como ésta aplicarse a la Inteligencia Artificial?  Yo diría que no. Sin querer polemizar me resulta claro que la Inteligencia Artificial es otra cosa: Interesante, inquietante, poderosa, útil, atractiva, pero otra cosa.

¿Por qué inquietante?

Enriquecer el trabajo

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Qué es tu trabajo, que haces allá? De niño le pregunté a mi papá y, muchos años después, mis hijos me preguntaron a mí. Es una pregunta común en los niños, pues ellos quieren entender el por qué sus padres deben irse de casa todos los días, durante todo el día, en vez de quedarse a jugar con ellos.

No recuerdo muy bien la respuesta, pero si recuerdo que me pareció una lista casi interminable de actividades aburridas y, ante ello, para mis adentros pensé: Pobrecito mi Papá, ¡yo mejor voy a ser bombero! 

Y es que yo intuía que mi Papá, así como los bomberos, hacía algo de gran importancia, pero con la respuesta obtenida no me pareció así.  El hecho es, que el asunto me quedó dando vueltas durante varios días, pues yo no entendía como mi Papá, haciendo algo tan aburrido, podía levantarse temprano todos los días para ir a su oficina a hacerlo. Así que, quizás guiado por la inocencia infantil, decidí volver a preguntar y, como buscaba una respuesta diferente, me pareció que lo lógico era hacer una pregunta diferente: 

Papá, le dije, ¿por qué vas a trabajar todos los días?

“Porque hay que pagar las cuentas y poner comida en la mesa”, me respondió, o algo muy parecido.

Y yo volví a pensar, Pobrecito mi Papá, ¡yo seguro quiero ser bombero!   

Hoy pienso que la respuesta de mi Papá obedeció a una creencia con la que muchos de mi generación crecimos (de seguro otras generaciones también), una que establece que el trabajo es un medio de sustento, un medio para cubrir necesidades básicas, un medio para el crecimiento económico. No tiene que ser divertido, ni siquiera gustarte, pero debe ser hecho. 

¿Es este un paradigma válido?