El grande y poderoso ejemplo

Por Carlos Francisco Restrepo P

Siento que uno de los principales objetivos del liderazgo es la transformación, es decir impulsar a otros a realizar un cambio en su vida, de manera que elijan un determinado camino, aprendan nuevas maneras de ser o hacer y a partir de ello actúen por propia iniciativa, crezcan y desaten su potencial, para que pongan todo eso al servicio de un propósito superior y se comprometan a buscar resultados sobresalientes,

Frente a tal idea debo precisar que, como en el caso de un escultor, el liderazgo no se trata de crear personas nuevas, sino de descubrir, y liberar, algo que ya está allí, pero permanece oculto; y, como el artesano, se trata de crear nuevas y mejores realidades a partir de los recursos disponibles. Por ende, el verdadero liderazgo no se escuda en lo que le hace falta, construye con lo que tiene.

Explicado mi marco de referencia a este respecto, comienzo este escrito con una afirmación: Contribuir a la transformación de otros solo es posible desde el ejemplo.

¡Porque el ejemplo tiene gran poder!

Visto de una manera simple ejemplo es «demostración» y, por tanto, una herramienta básica en los procesos de formación y desarrollo de habilidades. Es mediante la demostración que el artesano le enseña a su discípulo el manejo de las herramientas, o que la abuela enseña a la madre primeriza como cambiar un pañal o dar tetero. Mediante ejemplos, se facilita la explicación de ciertos conceptos cuando se está tratando de transmitir una idea o enseñar una teoría. En concreto: a través del ejemplo se transmite conocimiento, se muestra la forma de hacer las cosas y se hace ver que algo que parece difícil o imposible es en realidad posible.

Sin embargo, en una forma más amplia, ejemplo es testimonio y camino para la transformación y, como tal, contribuye a la construcción del ser humano, o su destrucción (que es el riesgo asociado a la transformación).

Para sustentar esta idea recurro a una conocida anécdota del Dr. Arún Gandhi, nieto del Mahatma Gandhi:

«Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres en el instituto que mi abuelo había fundado a 18 millas en las afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar. Estábamos bien adentro del país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí siempre nos entusiasmaba el poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.

 Un día mi padre me pidió que le llevara a la ciudad para atender una conferencia que duraba el día entero y yo salté a la oportunidad. Como iba a la ciudad, mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que necesitaba y como iba a pasar todo el día en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes como llevar el auto al taller. Cuando despedí a mi padre él me dijo: Nos vemos aquí a las 5 p.m. y volvemos a la casa juntos.

Después de muy rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me enfoqué tanto con la película, una película doble de John Wayne, que me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 p. m. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí el auto y me apuré hasta donde mi padre me estaba esperando. Eran casi las 6 p. m.

 El me preguntó con ansiedad: ¿Por qué llegas tarde? Me sentía mal por eso y no le podía decir que estaba viendo una película de John Wayne, entonces le dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar… Esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller.

Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: Algo no anda bien en la manera que te he criado que no te ha dado la confianza de decirme la verdad. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a caminar las 18 millas a la casa y pensar sobre esto.

 Así que, vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos que ni estaban cementados ni iluminados. No lo podía dejar solo… así que yo manejé 5 horas y media detrás de él… viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho.

 Decidí desde ahí que nunca más iba a mentir.

 Muchas veces me acuerdo de este episodio y pienso… Si me hubiese castigado de la manera que normalmente se castiga a los hijos… ¿hubiese aprendido la lección?… No lo creo… Hubiese sufrido el castigo y hubiese seguido haciendo lo mismo… Pero esta acción de no violencia fue tan fuerte que la tengo impresa en la memoria como si fuera ayer.»

Esta historia evidencia cuan poderoso puede ser el ejemplo ya que, a través de él, se revela quienes somos en realidad y lo que llevamos dentro.

Dar ejemplo es entonces dar testimonio de lo que consideramos importante, de nuestras convicciones y creencias más profundas, que en el caso de la familia Gandhi, era su filiación a la No Violencia. Pero claro, la familia Gandhi parece un caso atípico, casi fuera de este mundo, con unas condiciones morales muy por encima de la mayoría. Sin embargo, en casi todas las familias podremos encontrar nuestras propias anécdotas, hechos y situaciones, donde el ejemplo fue testimonio de vida y fuente de trasformación.

En mi caso, esa situación fue el difícil proceso de enfermedad y muerte de mi padre, quien, a pesar de una muy larga, agresiva y dolorosa enfermedad, la enfrentó con entereza, haciendo todo lo que los doctores le indicaron, luchando cada día por sobrevivir, y aceptando cada derrota con resignación, pero, sobre todo, lo que tuvo un gran impacto en mí fue la impresionante demostración de Fe que mi padre dio al afirmar que todo ello formaba parte del plan que Dios había demarcado para él, y por ende rezó con devoción, agradeciendo a Dios cada día. Nunca le oí renegar de lo que vivía, ni quejarse aún en los momentos de mayor dolor, nunca lo vi apartarse de Dios, y siempre encontró consuelo en Dios. Claramente le dio un nuevo significado a la palabra Fe, que tuvo un profundo efecto sobre mí.

Aunque en realidad todo el tiempo reflejamos nuestro ser, lo que creemos, e incluso lo que pensamos, pues todo ello se hace presente a través de nuestras acciones, aunque quizás son los momentos de crisis, o gran dificultad, los que realmente evidencian de qué estamos hechos y es cuando con mayor fuerza lo proyectamos. En tales momentos, la manera como actuamos habla con más fuerza de lo que somos que todas las palabras que hayamos podido decir.  El ejemplo es, sin duda alguna, la mejor expresión de la comunicación efectiva sin palabras.

Los valores son otra buena forma de mostrar el poder del ejemplo, ya que estos no se adquieren por decirlos, definirlos, estudiarlos o considerarlos, ni siquiera por el miedo a una sanción al transgredirlos. Los valores solo se transmiten a través del ejemplo, se contagian como un virus por vivir en un ambiente lleno de valores, tal como le sucedió a Arú Gandhi.

Resulta claro entonces que el ejemplo puede incidir en nosotros, impulsando nuestra propia transformación y, en lógica conclusión, nuestro ejemplo puede también incidir en otros.

Por lo dicho hasta ahora resulta claro que coincido al pie de la letra con Albert Einstein cuando afirmo que “dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.

Sin embargo, he observado que no basta con actuar de la forma apropiada para incidir en otros y generar transformación y, he concluido que se requiere de dos condiciones específicas para que el ejemplo adquiera todo su poder. Estas condiciones son: Influencia y Coherencia, que actúan e interactúan de forma sinérgica, tal y como se presenta en la figura siguiente:

Empecemos por explicar la primera variable, la influencia, aclarando que lo que hacemos no necesariamente impacta el comportamiento de quienes nos rodean, ni siquiera de aquellos con quienes nos relacionamos frecuentemente, a no ser que tengamos influencia sobre ellos.

Tener influencia significa que existe algo que media la relación entre una persona y otra, que da poder a la primera de determinar o alterar, en alguna medida, la forma de pensar, sentir o actuar de la otra.  Por tanto, resulta obvio que, a mayor influencia mayor poder.

Si esto es cierto, es válido afirmar que, al tener influencia, podemos incidir incluso sobre personas que no conocemos.  Y también al revés, personas que no conocemos personalmente, pero reconocemos y referenciamos, podrían tener poder sobre nosotros. Tal es el caso de personas famosas, donde su visibilidad y la admiración que otros les profesan son los factores clave para la influencia.

¿Y qué es ese “algo” que da poder a alguien sobre mí, para producir cambios en mí, o que me da poder a mí para producir cambios en otros? Puede ser cualquier cosa: amor, admiración, temor, respeto. Sin embargo, para que ese algo tenga poder, debe estar vinculado con nuestras ambiciones y aspiraciones, con las expectativas que tenemos sobre nuestra vida y sobre nosotros mismos y, por tanto, estar relacionado con nuestro proyecto de vida. Pero en todo caso es más que el simple hecho de conocer a alguien.

Como si de una fórmula matemática se tratara, el nivel de influencia multiplica el efecto de nuestras acciones en otros. Por tanto, si no tenemos influencia alguna, el efecto será cero y a mayor influencia, el efecto se dispara. En resumen, nuestro ejemplo solo tendrá la capacidad de incidir en la transformación de aquellas personas sobre las que tenemos influencia.

La segunda variable es la coherencia.  Para mostrar su efecto voy a acudir a otra historia, esta vez una que me fue compartida vía correo electrónico por un amigo:

El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperarse, hizo lo correcto, se detuvo en la línea de paso para los peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando a través de la intersección.

La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa. Le tocó la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos y vulgares en alta voz, ya que por culpa suya no pudo avanzar a través de la intersección… y para colmo, se le cayó el celular y se le corrió el maquillaje. 

En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el cristal de su lado. Allí, parado junto a ella, estaba un agente de tránsito mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba, y la llevó a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda.

Después de un par de horas, un agente se acercó a la celda y abrió la puerta.

La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales. – Señora, lamento mucho este error —le dijo el agente– pero mientras usted se encontraba tocando la bocina fuertemente, queriendo pasar por encima al automóvil del frente, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces, yo la observaba con cuidado, y me percaté que:

  • De su retrovisor cuelga un rosario.
  • Su auto tiene una calcomanía que dice: «Jesús te ama».
  • La placa de su automóvil tiene un borde que dice «Amor y paz».
  • En la parte de atrás hay una calcomanía que dice «La paciencia es la madre de las virtudes” y otra calcomanía que dice: «Practica la meditación».
  • Y, finalmente, hay una imagen que dice: «Respeta al projimo»

 ¡Como es de imaginarse… supuse que el auto era robado!” 

Claramente la incoherencia genera confusión, pues se hace presente al decir algo y hacer algo totalmente diferente, al predicar unas determinadas convicciones, pero actuar en contra de ellas, o al cambiar constantemente el actuar.

Por supuesto no se trata de señalar a alguien de incoherente por cambiar sus convicciones, de hecho, a veces la vida nos enfrenta a situaciones que influyen tan contundentemente en nosotros, que nos convencen de cambiar de rumbo y nos hacen cambiar nuestras creencias más profundas, ¿pero que tan a menudo esto sucede? Ser incoherente es más bien no actuar de acuerdo a tales convicciones.

Así las cosas, un padre es incoherente cuando le dice a su hijo que no mienta, pero él miente; o cuando le dice que es peligroso jugar con pólvora, pero la compra; o cuando le exige no usar celular en la mesa del comedor, pero él lo hace; o cuando predica no juzgar, pero él critica a todas las personas todo el tiempo; o cuando espera que ellos controlen sus emociones, pero él explota constantemente.

En lógica conclusión, si la incoherencia es lo único en que se es consistente, será la incoherencia el mensaje que con mayor fuerza se trasmita, y por tanto el que será copiado.

La coherencia es la esencia del ejemplo y adquiere mayor importancia cuanto más se intenta lograr que otros hagan lo correcto o hagan cosas que requieran de esfuerzo, disciplina o fuerza de voluntad, pues con ella se refuerzan actitudes y comportamientos. La coherencia produce confianza, y es por confianza que la gente sigue al líder, acepta su guía y se compromete con su visión.

Es coherente que un padre que desea hijos pacientes sea paciente; o que un padre que desea hijos respetuosos sea respetuoso. Es coherente que un gerente que quiere que su gente confíe en sí misma, demuestre confianza hacia ellos; o que un gerente que en tiempos de escases o dificultad desee que su equipo cuide y aproveche al máximo los escasos recursos disponibles, se apriete el mismo el cinturón, siendo cuidadoso también para no derrochar o desperdiciar dichos recursos.

Sin embargo, la coherencia no se puede limitar únicamente a las propias actitudes y comportamientos, sino que también debe extenderse al contexto, a las condiciones que se crean para enseñar o inducir transformación. Así, un padre de familia que desee que sus hijos entiendan el valor del esfuerzo, debe entender que no basta con que el mismo sea un buen trabajador y se esfuerce al máximo (aunque estos dos requisitos son indispensables), y por tanto no debería darles todo fácil a sus hijos, sino que debe lograr que ellos se esfuercen también, dándoles reconocimientos y estímulos por el logro de metas particulares o asignándoles tareas y demandando su cumplimiento o supervisando su estudio y exigiéndoles disciplina. Es decir, la capacidad de esforzarse se adquiere esforzándose y se refuerza con el ejemplo.

Es como el artesano al que nos habíamos referido al inicio de este texto, que sabe que la demostración es clave para que su discípulo aprenda a usar las herramientas, pero comprende qué para aprender, el discípulo debe usarlas.

Otro ejemplo para complementar: un hombre que, convencido del valor y dignidad de las mujeres, es cuidadoso, amoroso y respetuoso con ellas en todos los ámbitos, pero no habla nunca con su hijo varón sobre la importancia de este comportamiento y las consecuencias de no hacerlo y por tanto no lo corrige cuando, por ejemplo, le alza la voz a una niña o la empuja, podría tener a futuro una gran frustración por el comportamiento de este hijo. Por supuesto una acción comunica más que mil palabras, pero a veces hacen falta palabras para que otros puedan entender el sentido o importancia de una acción. Eso es coherencia.

Es igual en el contexto laboral, donde el referente y ejemplo a seguir serán los líderes (directivos y jefes) y donde la coherencia no debe limitarse al propio comportamiento del líder, sino extenderse a las condiciones existentes en la organización.  Así, por ejemplo, para ser coherente, un gerente que quiere que su gente haga que el cliente se sienta bienvenido, tiene que, primero, hacer sentir bienvenida a su gente, pero la empresa debe contar con las condiciones de infraestructura y los procesos apropiados para que las cosas funcionen adecuadamente cuando los clientes les visitan; o un líder que desea que en la organización se instauren ciertos valores, debe vivirlos y reflejarlos el mismo, pero dichos valores deben estar documentados, deben ser conocidos por todos y también se debe contar con mecanismos que permitan validar que dichos valores están siendo respetados.

Entendidos el significado y alcance de las 2 variables, volvamos a la figura No. 1, donde se pueden identificar cuatro zonas claramente definidas:

  1. La primera, cuando no hay influencia, ni coherencia, es la zona de rechazo, donde el comportamiento de una persona nos disgusta y preferimos evitarla, o en el mejor de los casos nos es indiferente, pero en efecto no produce ningún cambio en nosotros;
  2. La segunda es la zona de referenciación, donde hay un nivel de influencia bajo, pero un alto nivel de coherencia. En esta zona referenciamos a la persona, aprobamos o desaprobamos su comportamiento y le reconocemos que lo que hace permite saber a qué atenerse. En esta zona tampoco hay cambio en nosotros;
  3. La tercera es la zona de confusión, donde el nivel de influencia que la persona tiene es alto y por tanto invita a otros a imitarle, pero su comportamiento errático no permite saber cuándo es apropiado comportarse de un modo u otro, decir una cosa u otra. Se trata de imitar, pero los resultados alcanzados por la confusión provocan frustración;
  4. La cuarta y última zona es la de transformación, donde el ejemplo cumple con su cometido de inducir cambio. Se tiene un alto nivel de influencia y una gran coherencia, y por tanto hay confianza. Es allí donde más que imitarse un comportamiento, surge un esfuerzo de cambio intencional, es allí donde se forjan nuevas personas y nuevos liderazgos, es allí donde se ayuda a otros a alcanzar su potencial.

Ahora bien, con el fin de interpretar correctamente la figura y entender su alcance, es importante aclarar que no se debe buscar una explicación de todo o nada, es decir, en un determinado aspecto de nuestra vida podemos estar en la zona 4, impulsando desde nuestro ser, y a través de un comportamiento coherente, transformación en aquellos sobre los que tenemos influencia, y en otro aspecto estar en la zona 3, produciendo confusión por cuenta de un actuar incoherente.  Incluso, en algunos asuntos podemos tener una gran influencia y ser el referente, y por tanto estar en los cuadrantes 3 o 4, mientras que, para otros, ser totalmente ignorados y estar en los cuadrantes 1 o 2. A manera de ilustración: Mi jefe puede ser mi punto de referencia para la toma de decisiones financieras (aunque las tome mal) y al mismo tiempo ser un cero a la izquierda a la hora de tomar decisiones sobre mis hijos (aunque las tome bien); el Dalai Lama podrá ser mi referente moral (así no lo conozca personalmente), pero no lo será respecto de cómo conquistar mujeres.

He procurado mostrar el ejemplo como un camino para la transformación de otros, partiendo de que ha sido fundamental en nuestra propia formación y crecimiento, pero, si hemos de alcanzar nuestro máximo potencial, debe llegar el momento en que podamos prescindir de todo referente externo y seguir nuestro camino para construir el tipo de persona que deseamos ser a partir de nuestras propias expectativas, de nuestra propia visión de futuro. Ello implica darse cuenta de que la responsabilidad por nuestro crecimiento es indelegable y que está en nuestras manos decidir cómo hacer las cosas y como va a ser nuestra vida.

Lo único que impide tal decisión somos nosotros mismos y las cargas que llevamos dentro, aunque cosas como el orgullo, los prejuicios, los apegos o la pena no son sino obstáculos que podemos superar y la buena noticia es que podemos dejarlos a un lado y avanzar.

Una idea para terminar: Al aumentar nuestro nivel de conciencia, tomamos el control de nuestra formación y nuestro crecimiento, por tanto, si bien el proceso de formación de una persona no es ausentes de referentes, al crecer en conciencia disminuye el impacto de dichos referentes.

No obstante, es probable que los referentes que ayudaron a ser quien uno es estén presentes al definir la visión que orientará la construcción (que uno emprenderá por su cuenta) de la mejor versión de uno mismo. Y sin embargo ello no disminuye el propio protagonismo durante el proceso, pues, quien ha crecido en nivel de consciencia sabe que, a veces, hay que tumbar muros para construir unos nuevos con mejores cimientos, y que a veces hay que tirar piedras sobre el propio techo; quien ha crecido en consciencia sabe que, cosas que antes consideraba admirables en realidad no lo son y que otras que antes despreciaba tienen un enorme valor.

Así, al hacernos cargo de nuestra transformación y crecimiento, empezamos a luchar contra comportamientos que no son coherentes con nuestra visión y con nuestro propósito de vida, así como contra vicios previamente adquiridos, aunque estos estén arraigados. El resultado es que nos hacemos cada vez más coherentes.

Curiosamente al adquirir conciencia también nos percataros de que la influencia no es algo que necesitemos, así que, intencionalmente, dejamos de buscarla. Es allí cuando una paradoja se nos revela, y es que inevitablemente empezamos a constituirnos en un punto de referencia. Así que, casi sin quererlo, el nivel de consciencia nos arrastra a la zona de transformación, donde nuestras acciones comienzan a incidir poderosamente en los demás y nuestro ejemplo será el camino de transformación para otros.

Para cerrar acudo a unas palabras del maestro Eduardo Galeano: “Al fin de cuentas somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” a las que yo adicionaría que, solo superando lo que somos podremos ayudar a otros a superar lo que hoy son.


Notas:

Fuente fotos: https://unsplash.com/

Fuente Figuras: Maximizar Equipo Consultor

2 comentarios

Miguel Angel Correa

Que buen punto. Cuando nos concentramos en ser muy auténticos a nosotros mismos (mas coherentes) y buscamos en ser mejores seres humanos; discretamente tendemos a ser mas impactantes o influyentes en nuestro alrededor. Sin buscar serlo, logramos mas avance así sueltos y naturales a nosotros mismos y a lo que queremos ser.

Alberto Merlano

Acabo de terminar de leer un libro sobre los métodos usados por los oradores TED*. Encuentro en tu estilo de escritura dos recomendaciones centrales del libro: buenas imágenes y anécdotas, ejemplos. Además de ellos los temas que escoges siempre me han parecido interesantes y eres claro, muy claro al escribir, siendo prácticamente imposible no entenderte. Sólo haría una sugerencia equivalente a los 18 minutos, máximo, que debe durar una presentación en TED: acortar los artículos. ¿Porqué no ensayas a decir lo mismo en la mitad del espacio? La longitud original podría dejarse para el libro. El borrador CERO iría sin control de longitud, el producto final debería ser un lúcido resumen del primero. Ensaya y me cuentas.
Un abrazo.
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* 1. GALLO, Carmine: HABLE COMO EN TED. Editorial Penguin, Random House,2016

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