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Enriquecer el trabajo

Por Carlos Francisco Restrepo P

¿Qué es tu trabajo, que haces allá? De niño le pregunté a mi papá y, muchos años después, mis hijos me preguntaron a mí. Es una pregunta común en los niños, pues ellos quieren entender el por qué sus padres deben irse de casa todos los días, durante todo el día, en vez de quedarse a jugar con ellos.

No recuerdo muy bien la respuesta, pero si recuerdo que me pareció una lista casi interminable de actividades aburridas y, ante ello, para mis adentros pensé: Pobrecito mi Papá, ¡yo mejor voy a ser bombero! 

Y es que yo intuía que mi Papá, así como los bomberos, hacía algo de gran importancia, pero con la respuesta obtenida no me pareció así.  El hecho es, que el asunto me quedó dando vueltas durante varios días, pues yo no entendía como mi Papá, haciendo algo tan aburrido, podía levantarse temprano todos los días para ir a su oficina a hacerlo. Así que, quizás guiado por la inocencia infantil, decidí volver a preguntar y, como buscaba una respuesta diferente, me pareció que lo lógico era hacer una pregunta diferente: 

Papá, le dije, ¿por qué vas a trabajar todos los días?

“Porque hay que pagar las cuentas y poner comida en la mesa”, me respondió, o algo muy parecido.

Y yo volví a pensar, Pobrecito mi Papá, ¡yo seguro quiero ser bombero!   

Hoy pienso que la respuesta de mi Papá obedeció a una creencia con la que muchos de mi generación crecimos (de seguro otras generaciones también), una que establece que el trabajo es un medio de sustento, un medio para cubrir necesidades básicas, un medio para el crecimiento económico. No tiene que ser divertido, ni siquiera gustarte, pero debe ser hecho. 

¿Es este un paradigma válido?

Choque entre propósito y valores

Por Carlos Francisco Restrepo P

Cuando Alejandra fue nombrada para dirigir la nueva Agencia para la Educación Social[1] lo consideró el trabajo de sus sueños. Si bien el reto era enorme, toda su vida adulta la había dedicado a la causa de brindar oportunidades de educación para los niños más vulnerables de su ciudad, así que este nombramiento más que un reconocimiento a su labor era una oportunidad de oro para cambiar la vida de miles de niños.  Para Alejandra aquello no era un reto más, era algo mucho más profundo, por su alcance sentía que la agencia era aquello por lo que había esperado toda su vida, algo significativo que realmente la motivaba y la llenaba en formas que no podía describir. Definitivamente este era el trabajo de sus sueños. 

Extrañó a muchos que el Secretario de Educación se hubiera decidido por Alejandra, pues ella no tenía ninguna relación previa con el mundo de la política. Pero el Alcalde le había dicho que la educación de los niños más pobres era la política más importante de su Gobierno, y quería que allí se nombrara a alguien técnico que conociera bien la problemática y tuviera todo el compromiso y empuje para sacarla adelante.  Así que cuando el Secretario empezó a indagar, rápidamente surgió el nombre de Alejandra.

Los primeros tres años todo marchó como debía, superando cualquier expectativa. No es que no hubiera dificultades, pero ninguna que no se pudiera sortear.  Los resultados hablaron por sí mismos y el acceso a educación de calidad para los niños de la ciudad empezó a cambiar de forma significativa, para bien; lo cual era especialmente impresionante, dado que se trataba de una nueva entidad. Fui testigo de eso y también pude ver cómo Alejandra, a pesar del cansancio propio de un reto tan grande y de las interminables horas de trabajo, parecía sentirse realizada, en todo el sentido de la palabra, simplemente se le veía feliz.  Por eso me extrañó tanto cuando al recibir la llamada de Alejandra la sentí tan perturbada.