Quién tiene el control?

Por Carlos Francisco Restrepo P

ControlLa primera vez que oí hablar de las Erinias o Furias, de la mitología griega y romana, me explicaron que en Grecia creían que estos seres poseían a personas inocentes y las hacían actuar de manera irracional. Por ello, cuando los griegos veían a una persona que estuviera totalmente fuera de control, creían que estaba poseído por estos malignos seres, es decir, no era la persona, eran las Furias actuando a través de ella, y eso, de alguna manera, justificaba sus actos y le podía excusar de sus crímenes. Mucho tiempo después cuando pude estudiar un poco de la mitología griega, me di cuenta que había vivido engañado, pues me encontré con que las Furias eran la personificación de la venganza y su rol era el de castigar criminales; no poseían a nadie. Debo confesar que me desilusioné un poco, puesto que, de pequeño, la historia de las Furias siempre sirvió para autojustificarme porque, debo reconocer que, muy a menudo, perdía el control de mí mismo, pero yo quería permanecer libre de culpa por ser una víctima de las Furias.

Una trágica historia para comenzar:

Hace algunos años el padre de una familia llegó a casa con su carro, recién comprado y totalmente nuevo, que acababa de retirar del concesionario. Si bien no era la primera vez que tenían carro propio, si era la primera vez que lo compraban nuevo, los demás habían sido usados. Ese olor a carro nuevo no tiene par…

Como se puede imaginar fue un momento de alegría y festejo. A la hora de la cena, el padre notó que su hijo menor, no estaba sentado a la mesa. “estará montado en el carro”, sugirió, e inmediatamente se levantó dirigiéndose al parqueadero de la casa para buscar al pequeño, con el infortunio de que, al llegar, encontró el carro rayado de lado a lado a lado, por todos los costados, y su hijo, con un destornillador en la mano.

Inmediatamente tomó bruscamente al chico y con el destornillador lo golpeó violentamente en la mano, con tal fuerza que rompió cada uno de los huesos de la mano del pequeño. El daño fue irreparable y le tuvieron que amputar la mano al pequeño.

Cuando, algún tiempo después se le permitió al padre reencontrarse con el niño, este le dijo: “papi, cuando me vuelva crecer la mano, te prometo no volver a rayar tu carro”. Impresionado y desolado, el hombre salió de allí y acto seguido se suicidó.

Es evidente que lo que el niño hizo estuvo mal, y es lógico pensar que requería de un castigo por su acto, quizás un castigo severo, pero no un castigo como el que recibió. Pienso que el padre también sabía esto, y su reacción final muestra el enorme cargo de conciencia que sus actos le generaron, pues entendía claramente que su hijo tenía infinitamente más valor que el auto, y que nada, ningún comportamiento, merecería un castigo que afectara su integridad física y su futuro, de la forma que se hizo.

¿Entonces, como entender la reacción del padre? Seguro fueron las Furias.

Cuando alguien está poseído por emociones negativas, dejando de lado cualquier criterio racional, comportándose casi como lo haría un animal, decimos que está fuera de sí. La historia de la humanidad está plagada de personas que han cometido terribles delitos estando fuera de sí, y aplica ciertamente para el padre en esta trágica historia.

EmocionesEl mundo de las emociones es complejo y misterioso, forman parte de nuestra naturaleza, viven en nosotros, claramente no tienen nada de racional y evidentemente no las entendemos suficientemente. El caso es que a veces se salen de control, adquiriendo tal protagonismo que nos dejamos llevar por ellas, nublan nuestro pensamiento y en consecuencia hacemos cosas de las que luego nos podríamos arrepentir. No somos nosotros en ese momento, es la furia o la tristeza, el deseo o la frustración, el miedo, la desolación o la angustia, incluso el éxtasis, o alguna otra emoción actuando a través de nosotros, es la emoción en su expresión máxima.

Por supuesto la pregunta que sigue debería ser ¿es posible, o no, adquirir control sobre nuestras emociones?

Yo creo que sí, aunque aún no lo he logrado, pero tengo la esperanza de hacerlo y trabajo en pro de ello.

Mi enfoque sobre este asunto, es sobre lo que trata este escrito: En este caso, mi trabajo interior arrancó del siguiente concepto básico: “Nuestros pensamientos influencian nuestras emociones, y nuestras emociones influencian nuestros pensamientos”.

Bastó con explorar durante un tiempo mis estados de ánimo para aceptar esta idea. Primero tomé nota de los pensamientos que rondaban mi mente cuando estaba enojado, triste, avergonzado, alegre, etc.; siempre había coherencia entre lo que pensaba y sentía. Luego tomé nota de lo que sentía con base en cierto tipo de pensamientos que llegaban mi mente, cuando leía determinado tipo de libros o cuando escuchaba las noticias, incluso cuando oía hablar a otras personas y éstas decían cosas con las que estaba de acuerdo, o en desacuerdo. Nuevamente encontré una coherencia entre pensamiento y emoción.

Por ello concluí que, para hacerme más consciente de mis emociones, debería estar más atento a mis pensamientos, cuidarlos, apropiarme de ellos. Y así lo he venido haciendo. Nada fácil por cierto, ya que la mayoría de las veces llegan sigilosamente, sin advertencia previa, sin que me dé cuenta.

La constancia me ayudó a darme cuenta de otro detalle: mis pensamientos están influenciados por mis marcos de referencia mentales (por ende, debería clarificarlos y aprender a revisarlos permanentemente).

¿Y qué es un marco de referencia mental?

Lo definiré como el conjunto de ideas, supuestos y creencias profundas, respecto de mi vida y lo que debe pasar en ella, pero también respecto del mundo, y de las otras personas.

Los marcos de referencia se construyen desde diferentes dimensiones (puesto que somos seres multidimensionales), a partir de los significados que interiormente (casi siempre de forma inconsciente) desarrollo para cada una de estas dimensiones. Estos significados están influenciados por paradigmas sociales y culturales, por los valores que desde pequeños evidenciamos en nuestros padres y maestros, por el contexto en el que nos desarrollamos, por las experiencias que vivimos.

Para comprender mejor este concepto es necesario desagregar nuestra condición humana. Veamos:

Como seres humanos tenemos una dimensión física, una intelectual, una social, una familiar y una espiritual, y seguramente otras que no alcanzo a dilucidar, todas interconectadas e interdependientes. Cada dimensión tiene un propósito central y un camino, la espiritual por ejemplo tiene como propósito trascender y el camino es el amor, la familiar tiene como propósito sentir (de sentimientos) y el camino es la unión, la social tiene como propósito compartir y el camino es la interacción, en la dimensión intelectual se busca crear y el camino es el aprendizaje, y en la dimensión física se busca sentir (de sensaciones), y el camino es el propio cuerpo.

El marco de referencia está compuesto entonces por ese conjunto de significados que interiormente doy en cada dimensión, por ejemplo si interpretara el trascender como tener éxito, poder o riqueza, o si interpretara el compartir como tener fama, ser seguido, conocido o admirado.

Signif

De hecho, el alcance de estos significados es más profundo incluye la definición de un “deber ser”, es decir que inconscientemente, valoro, califico, o cuantifico el significado, volviéndolo así una meta necesaria. Veamos algunos ejemplos en algunas de las dimensiones expuestas: Ser bella, juvenil y elegante, ordenada y pulcra; ser la persona más rica de la ciudad, del país o del mundo (¿cuánto es suficiente?); ser muy famoso, seguido por multitudes, o una persona reconocida en todos los lugares donde vaya; ser el mejor padre, o el hermano más leal, el marido más fiel o el hijo más comprometido; ser una persona poderosa, el presidente de una multinacional, o de mi país, o un líder mundial; tener autoridad y que esta no sea cuestionada y menos desautorizada; ser una persona carismática, el más devoto, la más generosa o comprensiva; hablo con claridad y todos me entienden o, hablo con autoridad y todos quieren escucharme; ser quien más lugares conoce, el mayor aventurero, el escritor más leído, o a quien buscan para pedir consejo; tener una inteligencia superior, ser el mejor en mi trabajo, la persona más creativa de la empresa, un referente en mi área de desempeño, o el inventor que tiene más patentes; ser fuente de conocimiento, tener siempre la razón, o al menos nunca ser puesto en evidencia; ser el más fuerte, el más resistente, el deportista más talentoso o el que más medallas tiene; ser el artista más excéntrico, o el más admirado, o el que más obras vende, etc., etc. En ello hay infinitas posibilidades y combinaciones, tan diversas como personas hay, y eso sin contar las valoraciones internas que hacemos sobre las demás personas, la sociedad o el mundo. Al final estas metas no son sino valoraciones subjetivas, pero aquellas que hubiere construido se constituyen en verdad para mí y forman mi marco de referencia.

Así, cada cosa que me pasa, cada situación que vivo, la comparo contra el significado construido, generándose así un juzgamiento que incide en mi pensamiento (y por tanto en mis emociones). Si el juzgamiento es positivo se generan emociones positivas, y si el juzgamiento es negativo, se generan emociones negativas. Entre mayor sea la brecha, entre lo vivido y el resultado esperado a partir del significado construido, mayor será la emoción.

Entonces, por ejemplo, si yo buscara el éxito, el poder o la riqueza y lo consigo, la emoción que le acompaña es positiva, pero pasajera, porque seguramente nunca será suficiente, y cuando no lo consigo la emoción es negativa y se arraiga (frustración, enojo).

No se trata de vivir una vida sin expectativas, como un barco que es llevado por la marea, sino de hacerme consciente de los significados que constituyen mi marco de referencia, para poder tener control sobre ellos y no al revés, puesto que mi principal limitación en relación con mis emociones está en dichos significados. Así cuando me desapegue de los significados, apropiándome conscientemente de mis marcos de referencia, mis emociones podrán centrarse, podré anticiparme a ellas, sentirlas sin que me dominen y podré avanzar sin tropiezos en mi proyecto de vida, alcanzando un estado de felicidad y plenitud

En resumen: Controlar nuestras emociones implica conocernos a nosotros mismos, pero también implica adueñarnos de nuestros marcos de referencia, y para ello es necesario trabajar en aumentar nuestro nivel de conciencia, entendernos mejor como seres multidimensionales, vivir lo que tenemos que vivir y trabajar con constancia por alcanzar nuestro proyecto de vida, entendiendo que la meta no está al final del camino, sino que el camino en sí es la meta.

No obstante, más allá del punto de vista expuesto en este escrito, es claro para mí que el mundo de las emociones es mucho más profundo y complejo y tiene muchos más matices que los que yo he podido dilucidar.

Por ello comparto un cuento de Jorge Bucay[1] para terminar:

furia y tris

Había una vez…

Un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente…

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas, las dos, entraron al estanque.

La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún salió del agua… Pero la furia es ciega, o por lo menos, no distingue claramente la realidad, así que desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró… Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza… Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre, a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla encontró que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos, es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad… está escondida la tristeza.


[1] Jorge Bucay es un médico especialista en enfermedades mentales, psicoterapeuta gestáltico y escritor argentino

1 comentario

wruiz

Interesante artículo, gracias.

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