Redefiniendo el éxito

Por Carlos Francisco Restrepo P

En el mundo de hoy, tan dinámico y cambiante, la palabra éxito ha adquirido una posición preponderante y lidera, de lejos, el listado de palabras que más se utilizan en el ámbito organizacional.

Sin embargo, ÉXITO resulta ser una palabra extraña, pues a pesar de ser un concepto atemporal, se quiere tener cuanto antes y ojalá muy rápido; a pesar de ser algo intangible, tememos perderlo o no llegar a sentirlo; a pesar de no tener género, mueve a hombres y mujeres por igual; a pesar de no tener sensibilidad, nos lo tomamos muy en serio; a pesar de no ser una persona, y por tanto no tratarse de un líder y menos de un santo, tiene millones de seguidores; a pesar de no ser un concepto matemático, inventamos miles de fórmulas para alcanzarlo.

Pero, ¿qué sabemos del éxito?

Sabemos que requiere de ciertas condiciones, y parece haber consenso en que una de ellas es aceptar el riesgo de fracasar; de hecho, la mayoría de quienes se consideran exitosos afirman haber fracasado muchas veces. Parece claro entonces, que el miedo al fracaso, a la derrota, al rechazo, o a perder lo que se tiene, resultan fuertes impedimentos para avanzar. ¡Es el temor a caernos lo que nos impide volar! Diría que sin fracaso el éxito solo es algo fortuito.

Por supuesto, el aceptar el riesgo no es en sí suficiente, pues cuando la adversidad llega, y llegará, la clave está en tener la fuerza de voluntad para volverse a levantar, para seguir luchando, para avanzar a pesar de todo, y es por ello que la constancia es otra de las condiciones requeridas pues, aunque la constancia no garantiza el éxito, no parece haber éxito sin constancia, o al menos resulta fugaz, se queda en mera ganancia ocasional que, aunque anhelada, no resulta sostenible. De allí la frase de persistir, insistir, resistir y nunca desistir.

Seguramente también se requieren de otras condiciones como el aprendizaje, la tolerancia ante la incertidumbre, o la visión estratégica, pero la verdad sea dicha, aun existiendo el manual para el éxito, a algunos les funcionará más que a los demás, y a otros, simplemente, les pasará lo contrario.

Lo que si sabemos con total certeza es que la palabra éxito proviene del latín “exitus”, que significa salida, y que según la real academia de la lengua es el “Resultado feliz de un negocio, actuación, etc” y también la “Buena aceptación que tiene alguien o algo”

Más allá de dichas definiciones, me parece que, para la mayoría de las personas el significado del éxito parece limitado, circunscrito a unos pocos conceptos, concentrado en una relación íntima con las palabras fama, poder, ganar y fortuna.  Así, exitoso es quien gana mucho dinero, o  quien tiene una posición de poder o una gran influencia; exitoso es quien tiene muchos seguidores o admiradores, o quien gana campeonatos y así sucesivamente.  Por tanto, pareciera que para ser exitoso se requiere de haber nacido con suerte, tener una cierta apariencia, haber sido bendecido con un gran talento, o contar con amigos, o familiares, en posiciones clave (ello explica la idea de que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija).

Claramente todos estos significados responden a estereotipos sociales y culturales, y están tremendamente relacionados con el ego; de hecho, el ego juega un papel tan preponderante en nuestra noción de éxito que conlleva una necesidad, o afán, de mostrar (¿o demostrar?) lo que hemos logrado, aun cuando no lo hayamos logrado. Y pienso que es por dicho afán que nos comportamos de forma extraña, errática quizás, comprando cosas que no necesitamos, construyendo relaciones basadas en interés, vistiéndonos con marcas y cosas brillantes, y hablando de nosotros mismos, o de lo que hemos logrado, buscando admiración y exaltación.

Ahora bien, resulta evidente que alguien que tiene gran olfato para los negocios, y aprovecha oportunidades obteniendo grandes ganancias con ello se puede considerar exitoso, muy exitoso de hecho. Y claramente esta persona no necesitará hablar de cosas que aún no son. Sin embargo, esta misma persona podría ser, al mismo tiempo, un total fracaso.

¿Cómo puede ser posible tal paradoja?

La respuesta está en nuestra propia naturaleza, en el hecho de que lo económico es solo un aspecto de nuestra condición humana, así como lo es el intelecto y lo físico, así como lo es la familia, nuestra vida social e incluso nuestra espiritualidad.  Por ende, una persona podría ser muy exitosa en un ámbito y un absoluto desastre en otro.

Esto invita a considerar una nueva amplitud para la palabra éxito, para ver que exitoso es quien logra mantener su ánimo y no pierde la esperanza ante la adversidad, y también quien logra mantenerse fiel a sus convicciones aún ante la muerte; exitoso es quien siempre encuentra la manera de ayudar a los demás, así como quien ama y es amado, y también quien logra sacar adelante a sus hijos, para que puedan valerse por sus propios medios como personas de bien, seguros de sí mismos y alejados de los vicios. Como podrá verse, en todos estos casos no necesariamente están involucrados los conceptos poder, fama o fortuna, y sin embargo no se excluyen.

Si se acepta esta idea, se puede considerar exitoso a aquel que aprende algo de cada situación que vive, aunque mucho de lo que haga le salga mal (siempre y cuando aprenda), y se empezará a encontrar sentido a la famosa frase del odontólogo y director técnico colombiano de fútbol, Francisco Maturana, en cuanto que “Perder es ganar un poco”.

Tal puede ser la amplitud del significado del éxito, que exitoso es tanto quien desea influenciar a otros y lo consigue, como quien solo desea dominarse a sí mismo y lo consigue; exitoso es quien con su lucha consigue cambiar el statu quo, como quien con su lucha consigue mantenerlo; tan exitoso es quien rompe un record mundial de velocidad en 100 metros planos, como quien logra superar sus limitaciones y levantarse de una silla de ruedas para dar escasos pasos luego de haber sufrido un accidente.

Tanto éxito tiene quien, amparado en la ley, consigue que se mantengan las corridas de toros, como quien, amparado en sus ideales, consigue que miles de personas se manifiesten en contra. Claramente exitoso es quien logra salir con vida de una batalla, como quien, para salvar a un amigo, da su vida en la misma guerra. No hay contradicción alguna, pues la esencia del éxito está en cumplir con el propósito de vida y, sin importar cual fuere tal propósito, en él se haya plenitud y felicidad. ¿Qué puede ser más exitoso que vivir plenamente y ser feliz?

Esto significa que podrían existir tantas definiciones de éxito como personas pudiera haber en el mundo, y entonces, volviendo al inicio de esta disertación, ¿por qué se ha concentrado tanto el significado de la palabra? ¿por qué tanta gente considera que éxito está relacionado solo con lograr tener dinero, alcanzar poder, ganar o ser admirado?

Se me ocurre que una respuesta podría estar en que, por lo frenético del mundo, olvidamos el sentido de la vida, y en lugar de cuestionarnos sobre quiénes somos y el propósito de nuestra existencia, nos concentramos en los mensajes que el mundo nos envía a borbotones, dejando que ellos nos distraigan y atraigan.

Por supuesto hay personas, para quienes el propósito de la vida es hacer dinero, o llegar a una posición de poder, o ser admirado y ello es perfectamente válido, y en su caso, éxito será lo que el estereotipo determina. Pero no se malentienda, yo creo que hay gran mérito en ello, sobre todo si es fruto del trabajo honesto, del esfuerzo constante, de la dedicación e inteligencia.

Sin embargo, quiero hacer notar que muchos de nosotros obtendremos respuestas diferentes a los conceptos “poder”, “fama”, «ganar» o “fortuna” cuando nos enfrentemos a preguntas como, ¿por qué estamos aquí? ¿qué es lo que debo hacer? ¿qué legado debo dejar?  Claro que dichas respuestas vendrán solo si nos hacemos tales preguntas, y evidentemente es más fácil, aunque menos interesante, no pensar en el sentido de nuestra existencia, pues las respuestas que obtengamos podrían ser difíciles de aceptar y requerir mucho esfuerzo.

Afortunadamente, más allá de la difícil búsqueda de respuestas a preguntas existenciales, existen a nuestro alrededor pistas que permiten ampliar nuestra limitada noción del éxito: la historia humana, por poner un ejemplo, nos muestra otras señales de las cuales podríamos aprender, de hecho, si miramos con atención, nos muestra diversidad. Al mirar hacia atrás vemos la gran variedad de motivaciones y los impresionantes legados que nos dejaron quienes nos antecedieron: personajes como Simón Bolívar, Isaac Newton, Gabriel García Márquez, Pablo Picasso, Henry Ford, Nelson Mandela o la Madre Teresa de Calcuta, quienes claramente servían a causas muy distintas y distantes. De seguro habría consenso en que alcanzaron el éxito.

También en la historia encontramos casos de personas que murieron sin ser del todo conscientes de lo que consiguieron, o sin ver, o entender, el enorme tamaño de su legado, o sin poder disfrutar el éxito que alcanzaron; me refiero, solo por poner algunos ejemplos, a personas como Wolfgang Amadeus Mozart, Martin Luther King, Cristóbal Colon y Vincent Van Gogh.

Al ver estos ejemplos, y al sentirse identificado con alguno de ellos, podría pensarse que el éxito puede ser esquivo, tramposo, engañoso, selectivo o caprichoso y claramente injusto. Y quizás se tendría razón.  Claro que también podría verse de otra manera:  pues si bien cabe concluir que el hecho de que tales personajes no hayan podido disfrutar su éxito, o no hayan sido conscientes de su magnitud, significa que no fueron realmente exitosos, o que su éxito fue un fracaso, también podría significar que su éxito los trascendió, y por fue precisamente por ello que trascendieron. También cabe preguntarse si estas personas buscaban el éxito, si era ésta su motivación, o si simplemente vivieron siguiendo sus convicciones y sirvieron a un propósito que daba sentido a su vida y, en consecuencia, si el solo hecho de vivir dicho propósito fue, por sí, una victoria.

Tal idea implicaría que el éxito puede vivirse en el resultado, pero también puede vivirse en el camino.  También puede implicar que el hecho de que una ruta hacia el éxito parezca clara, no significa que sea el camino que debemos tomar, si ello implica renunciar a nuestras convicciones o nuestra capacidad de decidir, o no nos lleva a cumplir con nuestro proyecto de vida y servir al propósito superior para el que estamos destinados. En tal caso quizás sea mejor ir en contravía y sacrificar las posibilidades de fama y fortuna con tal de ser libres, y es que la libertad es quizás una de las formas más poderosas del éxito.

Me gusta pensar que es así, pues en ese caso, más allá de los logros materiales o reconocimientos que yo haya alcanzado o llegue a alcanzar, ya soy exitoso, pues vivo la vida que quiero vivir, con quien la quiero vivir, decido lo que quiero hacer y puedo hacer lo que me gusta, y todo eso sin tener que renunciar a mis convicciones, ni dejar de ser yo mismo.

Claro que es posible que alguien con más dinero, más reconocimiento, mayor poder o con más posibilidades que yo, que haya viajado más o sepa más, pudiera decir ante mi reflexión que esta no es más que un consuelo de tontos, y al verme pensar que no soy más que un vaciado y un pobre ingenuo. Pero no me importaría, pues yo soy de la creencia que la vida no se trata de lograr todos los resultados propuestos en cada cosa que uno hace ni en cada causa que uno emprende, y que equivocarse es el precio de vivir.

No obstante, estoy convencido que en lo que uno no se puede equivocar, es en el hecho de servir un propósito y en tener una visión de lo que uno debe ser y lograr, y tampoco se puede equivocar en ser uno mismo y buscar sus sueños insistentemente y con libertad, incluso con la libertad de cambiarlos. No se puede equivocar en vivir la vida que nació para vivir. Y si un logra vivir así, inevitablemente será exitoso.

Resulta pues evidente, que alcanzar un resultado propuesto, independientemente del esfuerzo que pongamos, no está totalmente en nuestras manos, pues es claro que hay mucho por fuera de nuestro control, máxime en un mundo tan dinámico y cambiante, lleno de incertidumbres y complejidades. Esto me recuerda la idea oriental de que uno es dueño de su esfuerzo, pero no de su resultado, concepto también expresado por San Ignacio de Loyola, cuando dijo, “Recemos como si todo dependiera de Dios, pero trabajemos como si todo dependiera de nosotros”, coincidente también con el espíritu del cántico de guerra de la etnia Suahili en África: “Solo la lucha le da sentido a la vida, la victoria o la derrota está en manos de los dioses ¡Celebremos la lucha!”

Como se ve, la idea de que el éxito es un concepto amplio, no concentrado ni limitado al resultado, es coincidente en diversas culturas y a través del tiempo y, aun así, permanecemos un poco ciegos y seguimos deseando lo que otros tienen, frustrados por lo que no hemos podido alcanzar. Y si bien esa inconformidad nos impulsa, quizás nos sobra un poco de envidia, y posiblemente nos falta gratitud, la gratitud que permite darse cuenta de lo que sí hemos logrado y la visión para reconocer nuestro potencial.

Ahora bien, en ánimo de discusión, podría creerse que esta manera de ver el éxito puede servir de argumento para sustentar y justificar la idea de que no es necesario, o al menos que resulta inútil, fijar metas para las organizaciones, y evaluar el desempeño de quienes las dirigen en función del logro de dichas metas. Nada más alejado de mi intención. De hecho, pienso que verlo así es una forma facilista de interpretar el concepto, y una simple excusa para ocultar las propias incapacidades.

En mi manera de ver, todo lo dicho implica que sí hay que fijar resultados, que las expectativas son necesarias, y que hay que esforzarse al máximo por cumplirlas, es más, me resulta evidente que un líder debe concentrarse en el proceso y recorrer con esmero el camino que lo llevará a lograr lo que busca o se le ha encomendado. En resumen, nadie más que el líder es responsable de los resultados que alcanza; por tanto, nadie más que él será responsable de su propio éxito o fracaso.

Concluiré apoyándome en las palabras de Ghandi para explicarlo mejor: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

 

 

 

 

1 comentario

Alberto Merlano

Una definición amplia de éxito podría ser lograr lo que se quiere. Esto abre un inmenso abanico de posibilidades. No obstante, hay otra visión del éxito que lo relaciona con FELICIDAD y la creencia de que es exitoso aquel que lograr vivir una vida buena, en la que los momentos felices superan con creces los de desventura. Alguien, que en general, vivió contento con lo que es, conocedor de sus fortalezas y debilidades, y que sin compararse con los demás, buscó dar siempre lo mejor de sí, realizando en frase Miguel Ruiz, su mejor esfuerzo. Lograr la FELICIDAD es todo un arte. Son muchas las variables que la determinan, pero tal vez es la ACEPTACIÓN de aquello que no podemos cambiar, una de las claves principales, unida a ASUMIR responsabilidad por lo que en nosotros acontece, siendo conscientes de que nada sucede fuera de nosotros mismos, todo pasa adentro. Podemos, así, vivir felices en el INFORTUNIO o ser desdichados en la ABUNDANCIA. Todo dependerá del color del cristal a través del que escojamos mirar.

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