Correr o no correr riesgos, he ahí la cuestión

Por Carlos Francisco Restrepo P

Al levantarse ese día Ximena no sospechaba que los frenos de su auto iban a fallar; como no sabía nada de mecánica había sido precavida, por lo que la semana anterior a su viaje lo había llevado a su concesionario de confianza para una revisión técnico-mecánica, esto a pesar de tratarse de un carro relativamente nuevo. Al finalizar la revisión le aseguraron que todo estaba en perfecto estado y que podía viajar con toda confianza.

María y Jorge por su parte, no sospechaban que el carro de Ximena, o cualquier otro, pudiera terminar ese día, o cualquier otro, en medio de la sala de su casa, acabando con sus muebles y el televisor recién comprado. A pesar de llevar 20 años viviendo cerca de una curva a un costado de la autopista, era el primer accidente que ocurría por allí desde que ella y su marido decidieron comprar el lote y construir la casa. Luego de tantos años en aquel lugar, la experiencia les indicaba que accidentes como aquel simplemente no podrían ocurrir.

Por suerte, a pesar del susto y salvo unas leves contusiones en los brazos de Ximena, nadie resultó herido.

El informe pericial sobre el accidente, realizado por la compañía de seguros, llevó a concluir que el computador del auto de Ximena fue la causa del problema en los frenos. Sucedió un error muy poco común, provocado por una falla del proceso de fabricación, aceptable bajo parámetros Six Sigma[1], imperceptible para cualquier revisión técnica que se le hubiera realizado al vehículo. Como resultado del informe, la compañía de seguros reconoció el valor total del vehículo y por consiguiente Ximena obtuvo un vehículo totalmente nuevo.

Por otro lado, el mismo informe indicó que el sitio donde estaba ubicada la casa de María y Jorge, tan cerca de la autopista y justo en medio de una curva, era un lugar de alto riesgo de accidente y que la vivienda no cumplía los parámetros de ninguna norma constructiva aceptable; y ello sin contar que los documentos que acreditaban la propiedad del predio no estaban totalmente en orden.

Empiezo por afirmar que percibir un riesgo no significa que este en realidad exista, así como no percibirlo no significa lo contrario.

Afortunadamente, hoy en día la gestión del riesgo es un concepto ampliamente difundido; su valor para evitar o mitigar las consecuencias negativas de un determinado evento es indiscutible, sin -importar si dichos eventos son naturales o provocados por el hombre. Este concepto contempla la idea de que actuar frente a un riesgo es una labor pre activa, que inicia con la identificación y conocimiento de este y con la planeación de acciones tendientes a disminuir su probabilidad de ocurrencia, pero también con la preparación para actuar en caso de que se materialice.

Por ende, prevenir no es señal de temor o desconfianza, es más bien valorar y crear condiciones que permitan proteger lo que consideramos valioso, así como las requeridas para actuar y avanzar con seguridad.  No obstante, aun siendo precavidos y buscando estar seguros, a pesar de la prudencia, sucede que el peligro puede llegar a nosotros. Es decir, siempre habrá un factor de incertidumbre, como en lo que le sucedió a Ximena.

No obstante, gestionar un riesgo depende de nuestra posibilidad de identificarlo y de nuestra capacidad y disposición para responder ante él.  Así que solo podremos gestionar aquellos riesgos que podamos identificar.

En ello, quizás el caso de María y Jorge tiene alguna similaridad al del famoso capitán del Titanic, Edward John Smith, quien en una entrevista[2] llegó a afirmar que «No puedo imaginar ninguna condición por la que un barco actual pueda hundirse», y se dice que reconoció en privado que los transatlánticos llevaban pocos botes porque la compañía, convencida de su seguridad, prefería ahorrar en ese campo. La historia demostró lo equivocados que estaban.

Sin embargo, en ánimo de discusión, propongo que solo actuamos frente a aquellos riesgos que consideramos deben ser gestionados, lo cual implica que hemos de convivir (y de hecho lo hacemos) con algunos riesgos conocidos, aceptando de antemano sus consecuencias.

Puede haber diversas razones para ello: estadísticas por ejemplo, porque consideramos que la probabilidad de ocurrencia es tan baja que no vale la pena el esfuerzo; o valorativas, porque consideramos que sus consecuencias son ínfimas o la afectación que podría ocurrir es insignificante; o económicas, porque la relación costo beneficio es negativa o porque los costos de mitigación son tan altos que están por fuera de nuestras posibilidades; o incluso personales, como en el caso de María y Jorge, ya que volviendo al accidente con el que inicié este escrito, y ya conocidos los resultados del informe pericial e identificados los riesgos se preguntó a María y a Jorge si aceptarían mudarse a otro lugar.  Su respuesta fue tan inesperada como contundente:

“Es aquí donde hemos sido inmensamente felices, donde hemos construido nuestro pedacito de cielo, donde tenemos una vista como ninguna ¿por qué habríamos de mudarnos? Si es que la posibilidad de morir es parte de vivir. Los muros se pueden reconstruir, pero una vista como ésta, y la felicidad son difíciles de encontrar.”

De seguro hay sabiduría en esta respuesta, y conlleva a pensar que el riesgo es inherente a vivir y está presente en la mayoría de los aspectos de nuestra vida (quizás en todos).  Aunque quizás también se pueda ver de otra manera: la incertidumbre es inherente vivir, el riesgo es gestionable.

De hecho, quienes practican deportes extremos así lo saben y por ello antes de realizar alguna acrobacia entrenan duro, preparando su cuerpo y su mente, seleccionan con cuidado y preparan debidamente su equipo, asegurándose que todo funcione como se espera, estudian en detalle cada movimiento y vigilan las condiciones del entorno, gestionando así los riesgos inherentes a la acrobacia y aun así, tienen una ambulancia cerca y han seleccionado un hospital donde llegar y una ruta para ir en el menor tiempo posible, por si algo sale mal.  Por supuesto las cosas pueden no salir de la forma esperada, pues siempre habrá incertidumbre, pero controlan todo lo que pueden controlar. Riesgoso sería lanzarse al vacío de una gran acrobacia (o a la práctica de algún deporte extremo) sin ningún tipo de preparación previa, sin el equipo adecuado y sin las condiciones de seguridad requeridas.

Los inversionistas y corredores de bolsa también lo saben muy bien y cada día lidian con la incertidumbre de sus decisiones, aceptando la posibilidad de perder dinero, e incluso perder mucho, pues entienden que no todo está en su control; pero siempre buscan gestionar los riesgos de sus decisiones, trabajando intensamente sobre lo que si tienen control. Y esto aplica aún para quienes gestionan capital de riesgo, ya que ninguno lo hace a ojos cerrados, en todos los casos antes de desembolsar un centavo han estudiado a fondo las posibilidades, condiciones y matices del negocio. Riesgoso sería no haber contemplado los diferentes aspectos legales, técnicos, financieros, humanos y de mercado del negocio en el que ponen su dinero.

Y los verdaderos emprendedores también lo saben y por eso en cada decisión que toman reflejan gran determinación;  no es por arte de magia que parecen tener respuestas asertivas ante casi cualquier situación que se les presente, demostrando gran seguridad en sus decisiones y gran flexibilidad en su actuar, sino que es el resultado de haberse preparado, de haber trabajado duro en busca de sus sueños, explorando multiplicidad opciones, contemplando una gran diversidad de alternativas y posibilidades, diseñando con gran nivel de detalle su producto o el servicio que desean ofrecer. Y esto sucede porque el emprendedor entiende que la planeación, más que un ejercicio para determinar el futuro es un ejercicio de preparación para el mismo. Riesgoso sería no seguir sus sueños con ahínco, riesgoso sería emprender sin estar dispuesto a trabajar duro y sin prepararse debidamente.

Y aunque en todos estos ejemplos los protagonistas siempre apuestan a ganar, parecen dispuestos a perder, pues entienden que la incertidumbre es el nombre del camino en que se han embarcado, y esa incertidumbre los mantiene atentos, alerta como un cazador hambriento, derivando en medio de la niebla conscientes de que hay riesgos que les acechan.  Y aun cuando pierden, aun cuando las cosas no salgan como las esperaban, aprenden del fracaso, para volverlo a intentar, dispuestos a enfrentar nuevamente la incertidumbre.

Sin duda alguna en cada decisión que tomamos, en cada acción que realizamos, en cada ruta que elegimos, hay implícito un factor de incertidumbre, que no es otra cosa que un nivel de desconocimiento respecto de lo que podría ocurrir o de lo que viene, de lo que vamos a encontrar o a tener que enfrentar, de aquello que está pasando y no vemos, por tanto, pueden surgir situaciones inesperadas que cambien radicalmente lo que habíamos supuesto, pensado o planeado.

Puesto que, como hemos dicho, solo podremos gestionar aquellos riesgos que podemos identificar y dado la incertidumbre no es otra cosa sino desconocimiento, al aceptar hacer algo a pesar de ésta se está entrando un camino borroso e inexplorado, por tanto, se está abriendo la puerta riesgos desconocidos.  Así que en la incertidumbre vive el riesgo.

Pero ya dijimos que el riesgo es inherente a vivir y está presente en la mayoría de los aspectos de la vida y valga decir que nadie vive una gran vida o gana una batalla o cambia sus estrellas desde la zona de confort, sin aceptar la incertidumbre y los riesgos que evolucionar conlleva. La zona de confort es atractiva, pues no requiere esfuerzo, ni lleva a enfrentar lo desconocido, ni implica asumir riesgos importantes, pero es, sin duda alguna, un desperdicio de creatividad y energía, un refugio para la mediocridad y una prisión que retiene nuestro potencial. Además, tal y como sabiamente lo dijeron María y Jorge, morir es parte de vivir, así que creo que hay que levantarse para vivir con intensidad, corriendo el riesgo de morir viviendo, lo contrario es vivir muriendo, es morir en vida.

Por supuesto que, como hemos visto, hay riesgos que no deberían correrse y por ello la gestión del riesgo con todas sus herramientas resulta ser tan valiosa. Sin embargo, si bien la prevención es necesaria, debe hacerse en su justa medida, balanceando evolución y prudencia, sin llegar al extremo de poner freno a nuestros sueños e iniciativas.  En resumen, para avanzar se requiere equilibrio entre valor y prevención.


[1] Para entender que a que me refiero en cuanto a que “es aceptable bajo parámetros Six Sigma”, sugiero ver https://www.gestiopolis.com/que-es-seis-sigma-metodologia-e-implementacion/

[2] Tomado de https://www.elmundo.es/especiales/2012/internacional/titanic/curiosidades/capitan.html

Fuente Fotos: https://unsplash.com/

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